Opinión

Sangre

4 de marzo de 2021, 5:00 AM
4 de marzo de 2021, 5:00 AM

En el lenguaje literario, de la mayoría de las culturas del mundo, la sangre está asociada al honor. Así, recurriendo muchas veces a la hipérbole, se dice que las ofensas se lavan con sangre y, cuando se acusa a una persona de falta de dignidad, se le culpa de no tener sangre en la cara.

Allende los mares, el honor sigue siendo una cuestión de extrema importancia. En Japón, por ejemplo, está asociado al bushido, o el código de los guerreros samurái. Con una fuerte influencia del confucionismo, los samurái manejan la trilogía del honor, benevolencia y honestidad. En ese marco, la pérdida del honor se considera tan grave que algunos solo encuentran solución con la muerte. Por eso es que todavía se habla del harakiri o seppuku.

En enero de 2006, Hideaki Noguchi, un empresario al que se acusaba de falsificar información para aumentar la cotización de su compañía en el mercado, no pudo tolerar el escándalo y se quitó la vida. En el nivel público, es famoso el caso de Toshikatsu Matsuoka, un ministro de Agricultura de 62 años que se suicidó en febrero de 2017, horas antes de comparecer ante el Parlamento para responder acusaciones de corrupción y malversación de fondos públicos. Su ejemplo fue imitado casi de inmediato por Shinichi Yamazaki, de 76 años, que era ejecutivo de la Agencia de Recursos Verdes.

Y aunque el suicidio es un exceso, la reacción más común ante un escándalo de corrupción, aunque no siempre comprobado, es la renuncia.

En el contexto de vacunación contra el Covid-19 en la que se encuentra el mundo, el afán de aplicarse la vacuna anticipadamente, antes del turno establecido, ha provocado “escandaletes” en varios países. En España, por ejemplo, el jefe de Estado Mayor de la Defensa, Miguel Ángel Villarroya, tuvo que dimitir, luego de apenas un año en el cargo, porque se comprobó que se había vacunado anticipadamente.

Más cerca, en Perú, todavía está caliente el escándalo por la revelación de que el expresidente Martín Vizcarra se vacunó anticipadamente y en secreto antes de ser destituido por el Congreso. Ya van dos ministros que renunciaron por el caso, incluida la canciller Elizabeth Astete.

En Bolivia, en cambio, son frecuentes los escándalos pero los políticos se han vuelto tan caraduras que permanecen en el cargo, aunque haya sangre de por medio.

Y la sangre cubrió el piso de la Universidad Pública de El Alto (UPEA) esta semana, cuando por lo menos siete estudiantes murieron al ceder una baranda en las circunstancias ya conocidas. No solo hay luto sino negligencia, y hasta indicios de corrupción en la construcción del edificio de la UPEA, pero nadie ha renunciado.

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