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2 de noviembre de 2023, 3:00 AM
2 de noviembre de 2023, 3:00 AM

Muy ufanos, algunos oficialistas, destacan la denominada “Generación Evo”. Aquella lichigada de jóvenes que, lamentablemente, sólo conocieron un gobierno: el masista, con el cocalero como presidente, y bajo un régimen llamado Estado Plurinacional. La República de Bolivia para ellos es ajena. Un cuento de sus padres o hermanos mayores. Unos abrazaron la causa y otros decidieron dudar de la valía real de esa coyuntura política. Los menos, incluso, fueron embaucados en unos movimientos atípicos llamados “columna sur”, haciendo alusión al movimiento guerrillero a la cabeza de un desquiciado y torpe Che Guevara. Un guerrillero fracasado en todos los frentes.

Pero, ya incluso para sus fanáticos, el telón se desmoronó. Las fisuras de un proceso basado en la mentira, el fraude electoral y el cuoteo de pegas junto al coptamiento de las instituciones públicas de Bolivia, erosionaron un proyecto que, desde el primer día, sólo tuvo como motivación el robo a destajo de todo lo que se ponía por delante.

Se nacionalizaron los recursos estratégicos del país y, desde entonces a la fecha, una a una se fueron quebrando por haber caído en manos de la negligencia e incompetencia. Los técnicos fueron reemplazados por políticos de poca monta, que sólo tenían como respaldo un carné masista o ser parte de uno de los tantos falsos movimientos sociales, que angurrientos agarraron lo que pudieron. “Es nuestro turno”, dijeron. “Es nuestro tiempo”, arguyeron. “Ahora nos toca robar a nosotros”, gritaron.

Y así lo hicieron. Ahora hay una desinstitucionalización total del sistema público del país. La corruptela ha carcomido todas las instancias, las fuerzas policiales están en el suelo – coludidas con el narco y con el robo diario a los ciudadanos en batidas mafiosas -, los militares han desfallecido en desagracia – más abajo incluso del subsuelo en el que ya se encontraban -, y las empresas estatales están todas en quiebra o son deficitarias.

Entre masistas empezaron las quejas, las denuncias, los escamoteos, los insultos y las culpabilizaciones. Las pititas fueron el primer movimiento ciudadano que dejó en evidencia las primeras fallas del proceso y, después de una lucha cívica nacional, los jerarcas renunciaron y huyeron, pero con un ardid mísero: dejar a Bolivia en un caos total y sin Gobierno. Fueron cobardes hasta en su huida. Al igual que Hitler en su retirada, derrotado, ordenó que se quemen puentes, graneros, pueblos enteros, matando todo lo que se les cruzaba, con tal de no dejar nada al enemigo.

Luego vino un gobierno mediocre que para colmo fue maldecido con una pandemia mundial. Arañaron las piedras para sobrevivir y en un proceso eleccionario, con el mismo padrón electoral maldito, ganó el MAS, nuevamente. Esta vez le tocó al ministro de economía del cocalero. El supuesto mago de los números. A menos de dos años de su administración, se le acabaron los conejos, su sombrero se achicó a una simple visera y frente a la realpolitik y ya no en un escenario de fantasía y goce de bonanza, el ministrillo cayó en desgracia.

La Matrix empezó a fallar.

El descalabro desnudó las fallas del sistema y la noción de largo plazo se acabó. El montaje del hechicero voló por los aires. Las familias ahora tienen una combinación de deudas impagables, deterioro salarial, pérdida de empleo formal y digno o con un mínimo de calidad; hay una erosión de toda capacidad de ahorro, una mala alimentación; hay una convivencia cotidiana con la inseguridad y la violencia y un humor bastante desagradable del boliviano. Las cosas no están bien y los fallos del proceso tienen cortos circuitos y se manifiestan en todas las áreas. La antena ya no capta la señal. Y por más que se golpee el televisor, la imagen sigue rayada. La Matrix está en crisis.

Muchos bolivianos viven el día a día. Ya no hay serenidad. Tranquilidad. Se actúa con angustia y desesperación; muchas veces con rabia y otras con resignación. Un día se cree que será posible reencauzar los problemas con esfuerzo, pero a la siguiente mañana, avanza el temor de que todo vuele por los aires y de que desaparezca por arte de magia ese paisaje de penurias y carencias. Un día se reúne a la familia para proponer el arduo camino de volver a la normalidad, de pagar algunas deudas, no todas, pero por lo menos unas cuantas; recuperar ladrillo a ladrillo lo que se ha desmoronado y empezar, con sacrificio, poco a poco, a remontar la cuesta. Pero no. El quiebre de la Matrix ya es evidente.

Bolivia es un país que se ha degradado. Esta en descomposición. El proceso de empobrecimiento no solo achicó a la clase media, sino que, además, la transformó en una clase social en modo sobrevivencia. Ni qué decir de los estamentos más bajos los que a diario ya no pueden reunir el mínimo necesario.

Ese fenomenal aparato de propaganda y adoctrinamiento que lleva casi dos décadas enquistado en las escuelas, las universidades y muchos otros estamentos del Estado, donde las consignas, los eslóganes y las simplificaciones del populismo han penetrado como dogmas absolutos, ahora está en aprietos. Ya no son creíbles. Se les cayó la careta.

La Matrix masista ya no sirve.

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