17 de noviembre de 2022, 4:00 AM
17 de noviembre de 2022, 4:00 AM


No recuerdo la edad que tenía cuando, niño todavía, grabé en mi memoria una viñeta de “Cascabel”, la paradigmática revista de humor político que dirigió José Pepe Luque hasta 1971, cuando el Gobierno de Juan José Torres lo exilió, furioso por alguna de sus caricaturas.

En septiembre de 2012, Luque volvió a Bolivia, a participar en el Festival Viñetas con Altura y, en entrevista con Página Siete, reveló la razón de su destierro: “Ya en esa época había ese divisionismo entre oriente y occidente en el país. Yo hice unas caricaturas que interpretaron como ofensivas para la mujer cruceña y por eso me exiliaron”. Al leer esas declaraciones, recordé la viñeta que tenía nítida en mi mente: el “general Jotajotita” golpeándose la frente, parado de puntas sobre la silla presidencial mientras veía a sus enviados, con la ropa toda desarreglada y el cuerpo lleno de impresiones de besuqueos y lápiz labial, que le decían “Confirmado, mi general… no hay separatismo en Santa Cruz”. ¿Habrá sido esa la caricatura del exilio?

El hecho es que, desde que vi esa viñeta, siempre quise saber qué pasaba con el separatismo y Santa Cruz y solo mis investigaciones sobre historia de Bolivia me llevaron a la conclusión de que una fracción de la oligarquía cruceña, altamente conservadora, alentaba, ya por la década del 60, la idea de separar a esa hermosa región de Bolivia por varias razones, incluidas las que tenían un sospechoso tono de racismo.

Pero pasó más de medio siglo y Santa Cruz le respondió al país con su innegable vocación integracionista. Sigue con nosotros y es la región más pujante de Bolivia.
No obstante, las cosas han cambiado…

En el partido gobernante existen fracciones que han convertido al odio casi en una política de Estado, la justicia se ha pervertido al extremo de que jueces y fiscales son los perros de caza del Gobierno y pensar diferente es un pecado que motiva crueles venganzas. Sucre y Potosí sufrimos el resentimiento de esos sectores del MAS desde los sucesos de la Asamblea Constituyente y las prolongadas huelgas contra el Gobierno de Evo Morales.

Este 2022 le tocó a Santa Cruz. Su demanda de censo en 2023 fue respondida con odio, con bronca, un cerco criminal y el aparato represivo del Estado policiaco que no solo dejó que golpearan a su gente sino que hasta se sumó a los golpeadores.

Las resoluciones 2 y 4 de su último cabildo demuestran que Santa Cruz se siente ofendido con Bolivia y quiere irse.

Lo primero que creo al leer esas resoluciones es que Santa Cruz está en todo su derecho pero, al mismo tiempo, no ha hecho una adecuada lectura de lo sucedido.

No fue el país el que agredió a Santa Cruz sino el partido que está circunstancialmente en el poder. El separatismo es un ideal conservador que fue lo suficientemente visible hace medio siglo para motivar que el Gobierno de entonces envíe comisiones para saber qué estaba pasando.

Si Santa Cruz quiere irse, está en todo su derecho pero, antes de hacerlo, debe tener la película clara y la mente fría. Si se va, será como si dejara la casa como consecuencia de una paliza. Y las decisiones que se toman por dolor son tan insensatas como la misma agresión.

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