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29 de enero de 2023, 7:00 AM
29 de enero de 2023, 7:00 AM

He leído respetables posiciones, con letra bien escrita y buena prosa argumental, que alientan a celebrar el carnaval, a pesar de las afrentas y amenazas que hoy sufrimos. Su texto es para mí una prueba más del ingenio que tenemos los seres humanos para tratar de justificar cualquier cosa.

Pero seamos sinceros: ¿Qué es el carnaval, no sólo en Santa Cruz sino en todo el mundo? Un periodo corto en el que se abren las compuertas para el jolgorio y la bebendurria. Es un tiempo en el que se desbordan los instintos y se da rienda suelta a los excesos. Es dejar libre al animal enjaulado por las limitaciones sociales, para que se desboque sin censura y en tropel.

Cuando se citan fechas en las que no se suspendió la celebración, a pesar del peligro inminente o del dolor colectivo, también se debe recordar otras en las que pagamos un alto precio por el festejo (como cuando se postergó la defensa del Litoral boliviano) o no se tuvo otra alternativa que suspenderlo (como los dos pasados años de pandemia). Siempre se puede adornar nuestros argumentos con referencias que convengan a la posición defendida.

También he escuchado que la carnestolenda es una forma de reactivación y que no hacerla provocaría un daño económico. Es parcialmente cierto: Se benefician algunos pequeños comerciantes, vendedores ambulantes y costureras, pero los que sacan mayor provecho son los proveedores de bebidas alcohólicas y los contrabandistas, además de los que lucran con los auspicios; es para éstos el verdadero negocio.

Por supuesto que cada cual tiene derecho de gastar el fruto de su esfuerzo y su trabajo en esparcimiento y diversión. Eso es cierto. Pero también hay quienes derrochan lo que tienen e incluso lo que no tienen; y luego despiertan con la resaca y el agobio de mayores problemas

No será necesario debatir si el carnaval es o no la expresión de la alegría y parte del “alma oriental”, puesto que prácticamente en todos los rincones del mundo se le podría dar iguales o similares calificativos. Pero esa algarabía no debe jamás acallar la voz profunda del pueblo, en defensa de la LIBERTAD.

Y eso es lo que hoy está en juego en nuestro país. A pasos firmes y raudos nos encaminamos al perfeccionamiento de una dictadura. Quienes no lo vean así y crean que son apenas devaneos insignificantes de una persona engreída por el poder, se equivocan de cabo a rabo. Si no, pregúntenles a los venezolanos, a los nicaragüenses o a los cubanos. O simplemente pregúntense ¿porqué millones de ciudadanos de esos países prefieren enfrentar la miseria fuera de las fronteras de su patria antes que quedarse en esos “paraísos socialistas”?

Puedo coincidir con aquellos que, de buena fe, piensan que el corso es un espacio que se podría usar para expresar una clara protesta contra los abusos y las arbitrariedades del poder político; pero eso implicaría un gran acuerdo no para lucir casacas multicolores y disfrutar de sones bailables sino para demostrar, de negro luto y en actitud enjuta, que nuestra DEMOCRACIA está siendo asesinada.

En suma, carnavalear significa desatenderse de los avatares de la vida cotidiana; es buscar un refugio pasajero para olvidar preocupaciones y, muchas veces, hasta evadir responsabilidades;  es pretender desentendernos y negar nuestra realidad. Por el contrario, luchar y protestar contra los abusos y combatir la tiranía y la injusticia es, ante todo, demostrar que estamos conscientes de los peligros que nos acechan y que estamos dispuestos a combatirlos con decisión, convicción y valentía, antes que lamentarnos calladamente o aguardar, en inútil espera, que vengan otros a defendernos.

Cada cual es libre de elegir lo que considere adecuado a su forma de pensar y a su conciencia. Recibiremos el premio o el castigo de lo que hagamos o dejemos de hacer. Si somos un frondoso, fuerte y fructuoso árbol o una escuálida e inútil hierba, se verá en nuestros frutos; y por nuestros frutos nos conocerán.

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