Él. El joven boliviano superó los golpes de la vida y se convirtió en un artista de la imagen. Apunta a seguir creciendo

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23 de noviembre de 2019, 3:00 AM
23 de noviembre de 2019, 3:00 AM

Antes le decían ¡gordooo! en el colegio. Antes se burlaban de su apellido. Antes tomaba fotos con una cámara Cyber-shot de su hermana para tejer sus sueños. Antes veía cómo sus papás sudaban la gota gorda en el mercado para mantenerlos. Todo eso, antes. Hoy, es un fotógrafo reconocido y con un solo clic puede detener el tiempo, pero de una manera realmente fabulosa. Él es Sergio Chuquimia.

El día que no olvidará jamás

La noticia estremeció su corazón. Un primo hermano suyo se quedó sin aliento y un aneurisma cerebral fue el causante. Él tenía 16 años; fue el primero en saberlo y tuvo que llenarse de coraje para compartírselo a su familia. Desde entonces no durmió bien. Todos los días para él eran grises. Debía salir de ese laberinto.

Nunca se imaginó bailando. Se inscribió en los Caporales San Simón y, con sus padres, se largó a Oruro. Y bailó por horas para olvidarse de la pérdida de su primo. De pronto encontró una conexión con ese Carnaval, pero hubo algo más. Cuando las chicas movían sus minifaldas y cuando los diablos emergían del humo, quedó inmóvil.

Le llamaba la atención cómo cientos de fotógrafos apretaban miles de veces el disparador para detener esos instantes de la fiesta. Y algo se movió en su cabeza. Quizá era ese mismo bichito que lo empujaba al arte desde cuando era un niño. Era momento de dejar fluir a ese otro Sergio.

El día decisivo para su carrera

De pequeño estuvo metido en todo. Iba a cursos de cinturones de cuero, manualidades, cómo hacer casas de pajaritos, karate y baile. Su abuela, Teresa Vargas, le decía que tenía que aprender a barrer, lavar, planchar y cocinar para “no sufrir en la vida”. Ella lo criaba, mientras sus papás se iban desde muy temprano al mercado. Vendían abarrotes todos los días (hoy tienen una tienda de ropa). Esa realidad Sergio no la ocultó nunca a sus amigos. Inclusive él iba a ayudarles en la venta, pero no entendía por qué había humanos que le daban un mal trato a Nery Chuquimia y Jacqueline Escalante, sus queridos padres.

Sergio pesaba casi 100 kilos cuando era un infante. Algunas veces su hermano mayor Edson lo molestaba y le decía “gordo”. Y, a sus 13 años, decidió dejar de comer en exceso. Su abuela le preparaba una sopa ‘verde’ y él la consumía. Bajó más de 60 kilos.

Logró superar ese trauma. Pero, había otro. Una vez se cambió de colegio y sus nuevos compañeros se burlaban cuando el profesor pasaba lista y llegaba a Chuquimia. No aguantó y dejó de ir a clases. En la universidad sucedió lo mismo. La gente creía que se toparían con ‘otra’ persona solamente por oír su apellido. Lo miraban como a un ser raro de pies a cabeza y murmuraban cerca de él.

Con el tiempo tuvo que aprender a convivir con aquello. No terminó de estudiar Arquitectura, pero supo que ya era hora de construir su futuro. Recordó que en el colegio se llevaba la cámara Cyber-shot de su hermana Teresa al colegio. En una computadora vieja de su casa se encontró con el Photoshop y comenzó a hurgarlo. Le cambiaba de colores a la naturaleza y jugaba con los rostros de las personas que registraba. Esa astilla artística provenía de su abuelo Jorge Chuquimia, que fue pintor, escultor y hasta árbitro. Él estaría muy orgulloso, pero los casi 90 años lo tienen muy cansado.

Se sacrificó. Iba al mercado y trabajaba más de lo habitual. Le rogó a su papá que le comprara una cámara profesional. Así llegó su Nikon D3100. A sus 17 trabajó con Gabriel Deheza y después con John Orellana. Aprendió. Su primera gran campaña fue con el productor Carlos H. Valdés y desde ahí no paró nunca. A sus 18 retrató su primer Bolivia Moda y ahí los ‘otros’ fotógrafos lo miraban mal y le decían “qué hacía ahí”.

Hoy Sergio vive de la fotografía con su Nikon D700. Tiene su propio estudio y su marca es su nombre. Esos que le decían “gordo”, esos que se burlaban de su apellido o que le decían cosas en el BoMo han podido ver su cambio. El joven, de 25 años, es tan requerido que no tiene tiempo ni para responder su celular. Su hermano, ese que también se reía de él, trabaja a su lado y es el que le arma la agenda.

La magia de Sergio se ha visto en Rep. Dominicana, Perú y Brasil. Hoy apunta a Europa. Su entrega y su mirada han hecho de él un grande de la imagen.



Otra faceta. Baila caporal en el Carnaval de Oruro desde hace nueve años


 

Entregado. Siempre fue curioso. Eso lo convierte en un gran fotógrafo

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