Opinión

‘Sindi-qhateros’

21 de enero de 2021, 5:00 AM
21 de enero de 2021, 5:00 AM

Las redes sociales me reportaron la infausta noticia de la muerte de Iván Miranda Balcázar, un periodista a quien conocí cuando comencé a formarme en el sindicalismo de la prensa, hace más de 30 años.

Llevaba mucho tiempo sin saber de Iván. Supe que el virus maldito lo había atrapado con su peor tentáculo cuando su familia solicitó la donación de plasma inmune. Después apareció el necrológico y solo quedó lamentar la partida de un hombre que, en el saldo final, fue valioso para la sociedad boliviana.

Lo conocí cuando llegó a Potosí, tras haber sido elegido secretario ejecutivo de la que entonces era la Federación Sindical de Trabajadores de la Prensa de Bolivia. Fue recibido con entusiasmo por su tocayo, Iván Rodríguez, quien veía una esperanza en el nuevo dirigente del periodismo sindicalizado. Era el tiempo de los “Ivanes” por la vigencia de otros dirigentes, como Iván Canelas e Iván Avilés.

Este Iván no falló. Durante su gestión se aprobó, primero en un congreso sectorial y después en el Parlamento, la ley que fija tres salarios básicos como el sueldo mínimo del periodista y se echó las bases para convertir la federación en una confederación.

Pero se dejó tentar por la política y nos alejamos de él. Sabíamos entonces -y eso no ha cambiado ahora- que el periodista que cruza la línea hacia el partidismo lo hace para no volver porque pierde su principal patrimonio: su credibilidad.

Sin embargo, Iván Miranda no solo se había formado en el periodismo, así que siguió su marcha. Era un sindicalista de los antiguos, de lo que leían, se preparaban y formaban para asumir cualquier desafío… cualquier cargo.

Lo curioso es que, en aquellos años, la condición de sindicalista no era valorada en las hojas de vida. Por el contrario, los empleadores que veían que un trabajador fue dirigente de un sindicato sentían desconfianza de él, porque creían que era conflictivo.

Eso cambió con la llegada del MAS al poder pero, en contrapartida, los dirigentes sindicales dejaron de formarse y se limitaron a ser los portavoces atrevidos de sus bases. Peor aún… cruzaron la línea porque pactaron con el poder. En un país en el que el Estado es el principal empleador, se volvieron oficialistas y, en lugar de confrontar al Gobierno, ahora reproducen su discurso. Le chupan las medias.

Ahora, los sindicalistas preparados son la excepción, cuando antes eran la norma, como lo fue Iván Miranda. Sus conocimientos son escasos, casi nulos, y su habilidad ni siquiera es verbal, sino que se limita a la bravuconería de los matones de pueblo. Son los que alteraron la esencia del sindicato y lo convirtieron en “sindi-qhato” (por “qhatu”, palabra quechua que quiere decir “puesto de venta”).



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