25 de mayo de 2023, 4:00 AM
25 de mayo de 2023, 4:00 AM


Pedófilos y pederastas abundan en el mundo desde tiempos antiguos. Griegos y romanos se preciaban de tener mancebos esclavos que los satisfacían más que sus propias esposas. La pedofilia y la pederastia (sin acento en la i por si acaso) crece cada vez más en nuestro mundo, al extremo que se sabe de tours por naciones pobres, donde los que pueden hacerlo, viajan de un continente a otro atraídos principalmente por niños a quienes prostituyen. Pero, en fin, esos son gustos de ricos y de degenerados y no tienen nada que ver con lo que ahora está conmocionando a Bolivia, que es la pedofilia en la Iglesia católica, concretamente, en estos días, en la Compañía de Jesús.

Hace más de diez años escribí una novela titulada
Confesiones inconclusas de Juan de Dios, en la que, sin saber lo que vendría, fabulaba y reflexionaba sobre pedófilos y pederastas en un convento a orillas del lago Titicaca. Siendo yo un católico apostólico y romano, debo reconocer que no soy hombre de fe y que acudo poco a misa, aun cuando tengo una gran admiración por la Iglesia, reconociéndola como la más importante institución de occidente en todos los tiempos.

Esto de la pedofilia en la Iglesia católica data se siglos. Historias, novelas, cuentan del cura obsequioso con los niños y los jóvenes a quienes atraen perversamente con su sabiduría y con su forma de pensar, aparentemente tan similar a la de ellos. Eso es fingimiento malvado. Pero hay otros curas, la inmensa mayoría, que realmente aman a los niños y a los jóvenes, y que, al margen de una esmerada educación, los conducen por el camino del bien. Eso no se puede negar, es la norma.

¿Qué sucede entonces con algunos curas? ¿Por qué esto de la pederastia y la pedofilia? ¿A qué se debe que resulte tan escandaloso? Pues se debe a que el sacerdocio en la religión católica de occidente, supone el celibato, la continencia sexual. Al tomar los hábitos ya está presente una vocación de renunciar permanentemente al sexo, lo que entraña, naturalmente, al matrimonio, a tomar una esposa. Es algo contra natura.

Esto, lo sabemos bien, no sucede con otras religiones, no pasa con los cristianos protestantes, luteranos o anglicanos, aún más, ni siquiera con los católicos ortodoxos. Según Wikipedia, en las iglesias católicas orientales los sacerdotes pueden ser casados, con la excepción de los obispos que deben ser célibes. No tenemos información de si en las otras iglesias católicas se producen casos tan escandalosos de pedofilia como en la Iglesia latina, donde el celibato clerical sin ser un dogma, es decir, sin ser una verdad absoluta para la Iglesia, obliga a sus miembros a los votos de pobreza, obediencia, pero también de castidad. Y esto de la castidad es la madre de todos los vicios.

No es mi propósito entrar en los difíciles meandros de la discusión teológica, porque los ignoro. Probablemente sea imprudente de mi parte y hasta impertinente reafirmar lo que escribí hace años, en mi novela sobre luciferinos violadores en el altiplano paceño. El personaje principal de mi relato culpaba grandemente al celibato de la pedofilia existente y rogaba por que la Iglesia levante el voto de castidad a sus miembros. La reflexión es que el sexo está en la esencia del ser humano y evitarlo tiene que provocar múltiples padecimientos. No se trata de una prescripción temporal, que podría sobrellevarse tal vez, sino de un estado permanente sin sexo. Eso, probablemente, lleve al abominable pecado carnal que es la pedofilia. Solo los santos o los héroes, que son muchos, sin embargo, pueden soportar una vida de auténtica castidad.

Lo acontecido en Bolivia sucede en todos los lugares donde impera el catolicismo. Leemos con frecuencia que eso se da en iglesias de países vecinos, como, por supuesto, en los colegios y conventos de la Europa latina. Sin embargo, esto no es un consuelo para lo que ha acontecido o sigue sucediendo en nuestro país. Es pues natural la protesta de quienes, siendo niños o adolescentes, fueron abusados hasta el martirio. Ser forzado sexualmente lleva a la vergüenza y al miedo, y eso conduce al silencio, a sobrellevar solitariamente un sufrimiento terrible.

Es importante que el Estado tome cartas en el asunto y haga un demanda de investigación ante la Compañía de Jesús o la misma Santa Sede, pero que el delicado tema no caiga en manos de los políticos del oficialismo –senadores, diputados, líderes de marcas y ayllus– porque va a existir un pretexto para atacar ferozmente a la Iglesia católica como institución, donde se sumarán con gran entusiasmo los diversos grupos de lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros (LGBT), poco amigos de la clerecía, y entonces todo se va a politizar y a salir de madre. Castigo ejemplar a los pederastas y violadores, sin duda; acusar de todos los males a la Iglesia, no.

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