Opinión

Sorpresa, pero ni tanta

25 de octubre de 2020, 5:00 AM
25 de octubre de 2020, 5:00 AM

A una semana de las elecciones generales y a solo un par de días del cómputo final dado a conocer por el TSE, la realidad es irrebatible: ganó el MAS, como se preveía, pero con una cantidad de votos que aun hoy, cuando escribo estas líneas, siguen sorprendiendo incluso a muchos masistas, por varias razones. Entre ellas, dos a destacar: es la primera elección en la que el MAS no tiene como candidato presidencial a Evo Morales; y, además, se da en un contexto adverso para el partido que vio caer y huir del país a su eterno dirigente, en medio de graves denuncias de fraude electoral, corrupción e incluso delitos sexuales.

La creencia generalizada era que el MAS sin Evo no podría ganar una elección. Gran error. Como también ha demostrado ser un grave error el haber creído que catorce años de un ejercicio arbitrario y abusivo del poder iban a calar hondo en la población boliviana. Error imperdonable entre las fuerzas políticas que no solo fueron y son contrarias al MAS, sino que también han padecido en carne propia atropellos y excesos de poder de una cúpula a la que no le tembló la mano al momento de perseguirlos, encarcelarlos y forzar al exilio a muchos de ellos, señalados como enemigos antes que como adversarios políticos.

Ahora todos se preguntan sorprendidos cómo es posible que el MAS haya vuelto a ganar, sin Morales a la cabeza y con un porcentaje aun mayor que el obtenido por este en su primera histórica votación de 53,72%. ¿Miopía, ignorancia pura, tozudez, mezquindad, exitismo o negación? Quizás todo a la vez. Los hechos registrados no solo en estos meses antes de las elecciones del último domingo, sino también en la campaña previa al 20 de octubre del año pasado, dejan en evidencia que los opositores al MAS no terminan de conocerlo. Ninguno de ellos, sin excepción.

No se explica de otra manera que, luego de la crisis que derivó en la caída y huida de Morales, todos estos actores -los apuntados como viejos y los que se consideran nuevos- hubieran aceptado, en primer lugar, ir a nuevas elecciones sin que se corrijan las graves y numerosas fallas denunciadas en el sistema y en el proceso electoral. Segundo, hubieran perdido la brújula en la conducción del Gobierno de transición, con excesos y desaciertos que lo igualó al del MAS. Y tercero, hubieran sido incapaces de articular no solo un frente sólido, sino además una estrategia inteligente para llegar a los electores.

Todo tan sorprendente, como la alta votación a favor del MAS de Luis Arce. Hoy con una carga mayor que la ya soportada en los procesos electorales de los últimos quince años: hubo una oportunidad única de revertir el control hegemónico del MAS, ofrecida desde la ciudadanía movilizada el año pasado, en la que los jóvenes tuvieron un rol protagónico inusitado. No solo se echó por la borda esa oportunidad, también se ha plantado la semilla del descontento, de la frustración y, en algunos casos extremos, el de una rebeldía rabiosa y peligrosa, que se puede desbordar en cualquier momento.

Pero los resultados del domingo pasado dejan en evidencia muchas otras realidades, que insistimos en negar: Bolivia no se conoce. O dicho mejor, no se reconoce. Y este es un mal no solo atribuido a los políticos, sino también a otros sectores de la sociedad, entre los que sobresalen los intelectuales, académicos, líderes de opinión y las élites económicas. Es evidente que hay múltiples divorcios, fragmentaciones preocupantes, hacia los cuales deberíamos volcar nuestras miradas con sincera voluntad de comprensión y cura. Una de tantas lecciones que nos deja este proceso, y que no admiten postergación ni espera, si acaso estamos interesados en enfrentar de manera distinta las elecciones municipales y departamentales que ya están a la vuelta de la esquina.

Eso, pensando en la necesidad de asegurar los contrapesos necesarios en democracia, a corto plazo. Pero en el plano inmediato, no hay duda que urge poner la mirada en lo que hará el nuevo gobierno del MAS, esta vez bajo el mando de Arce y Choquehuanca, y la sombra viva de Morales. Ellos están tratando de llegar con un discurso conciliador, al que muchos toman con alivio y hasta esperanza de un giro radical en el ejercicio del poder. Un sentimiento que no logra contagiarme, tal vez por exceso de realismo y de memoria larga. No solo en lo que respecta al MAS, sino también a quienes se dicen opositores.



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