Opinión

Stalin, Evo y Holodomor

25 de agosto de 2020, 5:00 AM
25 de agosto de 2020, 5:00 AM

Entre 1931 y 1932 el temible Joseph Stalin, decidió deshacerse de los ucranianos, una exrepública con fuerte sentido de identidad cultural que rechazaba ser presa del poder de la Unión Soviética. El  término Holodomor,  derivado de la fusión de los vocablos ucranios holod (hambre) y Mor (muerte)  fue acuñado para designar el procedimiento establecido por el dictador: matar de hambre a sus enemigos políticos. 

Las medidas supusieron prohibir el ingreso y la salida de los habitantes de varias ciudades ucranianas, evitar el ingreso de alimentos, insumos médicos, combustible y confiscar la producción agrícola de la región. En poco más de dos años murieron entre 3 a 7 millones de ciudadanos. 

Stalin derrotó a sus adversarios cercando ciudades. El espantoso “procedimiento” se lo parangonó con el Holocausto Judío realizado por Hitler. En octubre del 2008, tras un sistemático despliegue diplomático con el fin de recuperar la memoria histórica , el Parlamento Europeo reconoció el Holocausto de Holodomor como un crimen de Lesa Humanidad. Poco antes (2003) lo había hecho igualmente las NN.UU.

Stalin ha sido uno de los más sanguinarios dictadores del siglo XX. Su historia política está marcada por una ambición ilimitada de poder. Su obstinado empeño por aparecer absolutamente en todo y centrar cualquier acontecimiento en torno a su figura, dio curso al concepto de “culto a la personalidad” como un elemento distintivo de la política en los regímenes dictatoriales modernos. 

Todo en la Unión Soviética debía rememorar al caudillo, sellos, billetes, banderas, escudos, palacios, calles, plazas, museos o lo que fuese.

Durante su régimen el culto a la personalidad y los métodos que utilizaba, dieron pie a la hipótesis de que adolecía de un crónico Trastorno Narcisista de Personalidad, una enfermedad mental que lo impulsaba de forma desmedida al poder y al culto personal. 

Los métodos utilizados pasaron por grandes campos de concentración que se cobraron la vida de al menos 6 millones de rusos, los “hospitales psiquiátricos” en que recluía a opositores que no podía eliminar o asesinar de forma directa. 

Dentro y fuera del poderoso partido comunista ruso, Stalin era el hombre más temido, astuto, manipulador y mentiroso nunca antes visto por los rusos. Con estas armas poco nobles, logró el apoyo fanático de una buena parte del pueblo de la Unión Soviética, apoyo que se desvaneció de a poco en la medida en que su gobierno terminó empobreciendo las ciudades rusas.

Una simple mirada a lo que mencionamos líneas arriba, deriva en una conclusión que para muchos hace tiempo que dejó de ser un misterio: los dictadores encriptados en las viejas ideas del marxismo leninismo o sus derivaciones populistas, se parecen tanto, que ya no resulta sorprendente que pretendan hacer casi exactamente lo mismo. 

Tampoco resulta extraño que estos personajes se ajusten a un perfil psicológico definido por una egomanía exagerada, un culto a la personalidad y un sentido de dominio y poder que, como pasó con Evo y sus acólitos más próximos, termina encegueciéndolos de forma dramática.

La epidemia que asola el país ha permitido develar estas características del líder masista. Sin el menor reparo por la vida  de sus propios militantes, y menos aún por la ciudadanía aterrada ante la pandemia, empezó difundiendo la peregrina idea de que el virus era un invento del imperio, que no existía, que se curaba con métodos originarios, que llegaba por internet, y finalmente, ante la innegable presencia del virus y sus letales víctimas, terminó cercando las ciudades con bloqueos destinados a impedir el paso de insumos médicos, oxígeno, personal y alimentos. 

Un Holodomor a la boliviana en tiempos de pandemia.

El hecho mismo de que organizaciones afines a Evo y el MAS, hubieran decidido asesinar a enfermos en un momento dramático en la historia moderna del país y del planeta, da cuenta de lo que es capaz de hacer. Apoyado en un discurso que no llega a ser disruptivo, Evo Morales llegará tan lejos como se lo permita la ciudadanía nacional, y si esta obsesión por el Poder termina facilitando su retorno, será, como pasó con Joseph Stalin, el más terrible dictador que Bolivia conozca jamás.

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