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19 de diciembre de 2024, 3:00 AM
19 de diciembre de 2024, 3:00 AM

El 20 de enero de 1961, durante su discurso de posesión, el presidente John F. Kennedy pronunció una frase que ha trascendido generaciones: "No preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país." Este llamado a la acción subraya una verdad innegable: el progreso no puede depender únicamente del Estado, pues todos somos parte de este.

Millones de bolivianos vivimos este principio cada día: trabajamos, emprendemos y cumplimos con nuestras obligaciones. Sin embargo, también necesitamos que el Estado cumpla su rol esencial: proveer estabilidad, reglas predecibles, instituciones confiables y liderazgos íntegros. Sin estos elementos, no es posible desarrollar libremente nuestras actividades.

Pero construir un entorno así no depende solo de acciones individuales, sino de decisiones colectivas que requieren un sistema democrático funcional, donde las elecciones sean más que un acto de votar y los resultados sean respetados.

Ese ha sido, en general, nuestro sueño.

En algún momento de nuestras vidas, todos hemos soñado con “una Bolivia” que funcione: un país que nos permita crecer, desarrollarnos y construir un legado. Ese sueño, legítimo y diverso, pudo incluir ideologías, identidades culturales, aspiraciones regionales o creencias religiosas. Sin embargo, con el tiempo, muchos hemos visto cómo ese sueño se ha transformado en una pesadilla.

Ya sea que hayamos confiado en el liberalismo, el socialismo, el indigenismo, el autonomismo o cualquier otra visión, el desencanto es generalizado. Los líderes de diferentes facciones han priorizado sus propios intereses y espacios de poder, dejando atrás una Bolivia llena de esperanza.

¿Es esto inevitable? No. ¿Es normal? Sí, hasta cierto punto. Como lo explica Bruce Bueno de Mesquita y sus coautores en su obra "La lógica de la supervivencia política", los líderes tienden a actuar en función de sus intereses más que del bienestar común.

Este patrón explica por qué líderes que implementan políticas cuestionables a menudo permanecen en el poder, mientras que aquellos que priorizan el bien público enfrentan dificultades para mantenerse.

Incluso las acciones aparentemente altruistas pueden obedecer a intereses propios, como ilustra Bueno de Mesquita en otro libro "El juego del pronosticador", donde analiza figuras y hechos históricos bajo esta lógica. En su análisis, hasta la Madre Teresa encaja en este modelo, aunque con resultados beneficiosos.

Aceptemos la realidad: la política tiende a guiarse por intereses personales. Pero no debemos resignarnos.

Como proponen los laureados recientemente por el Premio Nobel de Economía Daron Acemoglu y James Robinson en "Los orígenes económicos de la dictadura y la democracia", la clave para una democracia que funcione radica en el diseño de instituciones sólidas y en una sociedad movilizada.

En efecto, se requiere una sociedad que luche por valores fundamentales como la justicia, la libertad, el respeto y las oportunidades. Solo así podremos convertir nuestras pesadillas en un nuevo despertar.

De niños, soñábamos con progresar, confiando en que las autoridades velaban por nuestro bienestar. Pero al crecer, muchos descubrimos que el Estado no solo no nos apoya, sino que en ocasiones nos atropella.

¿Podemos cambiar esto? Sí, con realismo y pragmatismo. Esto implica reconocer nuestras limitaciones, pero también enfocarnos en construir un entorno donde soñar sea nuevamente posible. Un entorno que no solo inspire, sino que también permita resultados tangibles.

En síntesis, la política a menudo sigue los intereses de unos pocos, pero no es inevitable que sea así. Una democracia funcional es aquella donde los ciudadanos toman las riendas, donde el sueño de una Bolivia justa y próspera no depende de promesas vacías, sino de acciones concretas: instituciones fuertes, igualdad de oportunidades y una sociedad activa y vigilante. Si cada uno contribuye a construirlo, no solo podremos despertar de la pesadilla, sino también comenzar a soñar.

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