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23 de noviembre de 2023, 3:00 AM
23 de noviembre de 2023, 3:00 AM

En todas las guerras, desde siempre y desde que se tiene noticias, los soldados salían al campo de batalla, embebidos en alcohol o bajo alguna sustancia alucinógena. Había que cargar valor, fuerzas y mucho coraje para enfrentar a la muerte, mirarla a los ojos, para luego morir de manera honrosa. Y no como un cobarde que huye, despavorido, del filo de las lanzas.

Los alemanes, durante la Segunda Guerra Mundial, hicieron de esta práctica algo habitual. Los jóvenes soldados germánicos eran lanzados a pelear con dosis elevadas de Pervitín e Isophan (que en la actualidad es la conocida Chrystal Meth) y que incluso los historiadores han resaltado esta práctica como el resultado del avance científico y de la impresionante ingeniería alemana. De ahí el hecho del enorme miedo de los aliados de encontrarse con un destacamento alemán. Su fiereza, eficiencia y audacia eran el recelo de muchos.

La Alemania nazi logró ensamblar una de las más formidables maquinarias de guerra conocidas hasta ese momento en Europa. Eran mucho más ágiles, mecanizados e intrépidos que los ejércitos que combatieron durante la Primera Guerra Mundial. Y por eso desbordó a los ejércitos vecinos en la llamada Blitzkrieg (guerra relámpago) logrando controlar a casi todo un continente.

La literatura de la época concuerda que el propio Hitler termino siendo un adicto a las drogas y que su juicio se vio perjudicado por esta drogodependencia ya en los albores del conflicto bélico.

A partir de 1937 hubo una producción en masa de la droga sintética Pervitín, y que hacía que los soldados estuvieran más alertas y necesitaran dormir menos, y los exaltaba de tal manera que se sentían invencibles porque les disminuía de sobremanera el miedo.

Era tan corriente el uso de este narcótico que incluso era utilizado por los trabajadores de base y los empresarios antes de ir a reuniones de negocios. Había incluso chocolates de venta en el mercado que contenían Pervitín.

El historiador alemán Norman Ohler, en un extraordinario libro “En la Vorágine Total” plantea que incluso hubo una política deliberada del régimen de distribuir drogas entre soldados, particularmente entre los que conducían los tanques de guerra, que para los británicos representaban el diablo mismo por su cubrir tanto terreno en un solo día y de su osadía a tiempo de atacar los distintos frentes de batalla.

Ya para fines de los años 30, se emitió un decreto - el Decreto de los Estimulantes - que explicaba cómo las metanfetaminas debían utilizarse en el terreno, y fue puesto en vigencia durante la invasión a Francia, en mayo de 1940.

En la guerra de Vietnam, los soldados americanos fueron grandes consumidores de morfina y luego de opioides. Fueron las grandes víctimas de la industria de la droga y la guerra que posteriormente, generó ciento de miles de excombatientes americanos enganchados a las drogas en Estados Unidos.

En el reciente ataque de Hamás – una incursión salvaje en el que se decapito a bebés, ancianos, se violó y asesinó sin piedad a mujeres y se ejecutaron a familias enteras a diestra y siniestra – los soldados israelíes encontraron en los uniformes de los terroristas Fenetilina. Una droga que se produce en Siria y cuyos efectos son una combinación química de anfetamina y teofilina, más popularmente conocida como Captagon – por el nombre de una de sus marcas comerciales –.

Muchos de los sobrevivientes describieron a los soldados de Hamás que tenían una “alegría loca en los ojos, como si estuvieran idos. Desajenados” mientras iban de casa en casa asesinando y secuestrando personas.

Todo indica que la fuente de ese estado de euforia habría sido provocado por la fenetilina.

No es casualidad que la fenetilina haya terminado en manos del grupo islamista palestino. Su presencia en la región no es nueva; su propagación puede rastrearse hasta 2006, cuando la milicia chiita Hezbollah comenzó a producirla a gran escala a lo largo de la frontera con Siria para renovar sus lánguidas finanzas después de la Segunda Guerra del Líbano. Se volvió especialmente popular unos años más tarde entre los soldados de Estado Islámico (EI) durante la guerra civil siria por su capacidad para inhibir el miedo, mitigar el dolor y eliminar la fatiga.

De hecho, es conocida como “la droga de los jihadistas”.

El comercio del Captagon se convirtió en la mayor fuente de ingresos de la devastada Siria, que concentra el 80% de la producción mundial de este estupefaciente, lo que equivale a un valor de 59.000 millones de dólares, más que las ganancias anuales de todos los carteles mexicanos

La política siria y el narcotráfico se han entrelazado hasta el punto de que se catalogó a Siria como un narcoestado e incluso se ha acusado al hermano menor del presidente Bashad al-assad, Maher al-assad, quien comanda la Cuarta División del Ejército sirio, de tener un rol significativo en la supervisión de la producción, distribución, comercio y ganancias de dicho narcótico.

Las drogas siempre estuvieron presentes en todas las guerras. Y, las actuales y las futuras, no estarán exentas de su uso para manipular a tropas enteras dispuestas a matar a destajo o a morir sin un ápice de miedo.

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