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19 de diciembre de 2024, 3:00 AM
19 de diciembre de 2024, 3:00 AM

El escritor e historiador Raúl Rivero Adriázola ha tenido la gentileza de referirse a uno de mis últimos artículos, el titulado “Ficción y no ficción”, y no puedo hacer menos que aclarar sus dudas respecto a mis afirmaciones.

Lo primero que debo decir es que, tras haberlo leído a él, en otro artículo rotulado como “Sobre ‘Ficción y no ficción, de Juan José Toro” debo darle la razón en mucho de lo apuntado. Creo que mi problema, al exponer las diferencias fundamentales entre Literatura e Historia, es que no supe explicarme como era debido.

Considero que “mezclar Historia con Literatura es un defecto” no por menospreciar a los subgéneros de esta última, entre los que están la crónica, la novela histórica, la biográfica y, como dice Rivero, la historia novelada, sino porque, en Bolivia, la utilización de la Literatura como fuente ha dado lugar a varios falsos históricos.

Un caso paradigmático es el del supuesto poeta indígena Juan Huallparrimachi, a quien se atribuyó la autoría de una docena de poesías populares en quechua, y al que doña Lindaura Anzoátegui de Campero recogió como protagonista de la novela que lleva el apellido de aquel. La obra literaria es famosa y lo que en ella se narra, como la relación de Huallparrimachi con los guerrilleros esposos Padilla, ha sido tomada como cierta por mucha gente que cree que este personaje realmente existió, cuando los historiadores ya han demostrado lo contrario. Algo parecido ocurrió con el ficticio Joseph Alonso de Ibáñez de la novela “El precursor”, de Manuel Frontaura Argandoña.

Como cualquier otro país, Bolivia tiene tradiciones y leyendas, que corresponden a la Literatura, que admite la ficción, pero estas no pueden ser tomadas como fuente para trabajos historiográficos. En Grecia, por ejemplo, ya se ha separado su vasta y rica mitología de su historia y se la ha llevado donde corresponde, la Literatura.

En 2002, el escritor Ramón Rocha Monroy ganó el Premio Nacional de Novela con su obra “Potosí 1600” en la que cuenta la historia de doña Leonor de Flores, atribuyéndole la invención de la salteña. Ramón me admitió, en un video que conservo, que él “inventó esa invención”, así que advirtió que no se la debe considerar como un hecho real. Lo hizo un poco tarde, porque mucha gente creyó la historia y la admitió como verdad.     

Es cierto que las obras literarias pueden constituirse en fuentes para la Historia, cuando incluyen hechos reales, y mejor si están documentados, pero en ningún caso se las puede considerar fuente primaria, como afirmó el funcionario que dio lugar al artículo “Ficción y no ficción”. Cuanto más, es fuente bibliográfica, o secundaria.

Las fuentes primarias proporcionan evidencia de primera mano, sin intermediarios, mientras que las fuentes secundarias, como los libros, son las interpretaciones de sus autores.

Así de sencillo.

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