20 de enero de 2023, 4:00 AM
20 de enero de 2023, 4:00 AM


Sorprendente lo que ha sucedido en Perú y Brasil, los pasados últimos días cuando aunque aparentemente sin previa planificación suceden actos políticos que nos dejan mucha tinta en el escritorio. Acudamos a los que saben.

Tiempos Recios es una novela del Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, quien con rigor histórico se refiere a una conspiración internacional fundamentada en la tergiversación de la realidad para favorecer intereses políticos y económicos de personas, empresas y gobiernos de distintos Estados. Conspiración auspiciada por los Estados Unidos, que facilitó el golpe militar de 1954 en Guatemala sobre la mentira de que el Gobierno de Jacobo Árbenz alentaba la entrada del comunismo soviético en Latinoamérica.

Esa manipulación, como concluye el escritor, fue una gran torpeza, inútil y contraproducente, pues recrudeció el antinorteamericanismo en la región y para blindarse de las presiones, boicots y posibles agresiones de los americanos se podía mirar a los soviéticos. Arévalo, antecesor de Árbenz y este intentaban la democratización y modernización de Guatemala, al igual que Fidel Castro para los cubanos cuando asaltó, en 1953, La Moncada.

No obstante, las lecciones del golpe del 54, dejaron entrever que cambios o revoluciones en la región solo prosperarían aliándose con la Unión Soviética y, como hizo Cuba, asumiendo el comunismo.

Dejamos de coincidir con el Nobel en la última frase del libro, cuando se refiere a los jóvenes de por lo menos tres generaciones que mataron o se hicieron matar por “otro sueño imposible, más radical y trágico todavía que el de Jacobo Árbenz”. Es decir, quien con sus escritos -y en su práctica política- es un defensor de la democracia, al igual que Edward L. Bernays -autodenominado padre de las relaciones públicas e ideólogo de la amenaza comunista en la Guatemala de los 50- pueden darse el lujo de calificar qué países son aptos para una democracia moderna.

Nada más instrumental que los juicios y las calificaciones a priori que contaminan los procesos electorales y las pocas ejecuciones gubernamentales. Latinoamérica, antes de las dictaduras del siglo pasado y con más razón después de ellas, demanda una obvia y necesaria renovación del contrato social. Sin embargo, el conjunto de personas, instituciones y entidades influyentes en la sociedad (establishment) procuran mantener y controlar el orden establecido, instrumentalizando un liderazgo que se funda en la sanción moral. Infundiendo miedo se despolitiza el conflicto social, si la amenaza ya no es la Unión Soviética, lo será el Foro de Sao Paulo o el “Castro-Chavismo”, si gobierna la izquierda, el nuevo establecimiento nos asustará con las fuerzas regresivas.

Esta forma de hacer política, donde todos traicionan al “pueblo”, favorece los populismos de todas las vertientes, y los convierte en la única fuente legítima de autoridad moral y política. Vargas Llosa, como muchos, le apostó a Keiko Fujimori, a José Antonio Kast, a Rodolfo Hernández y a Jair Bolsonaro, no por ser unos demócratas modernizadores, mientras advertía que Pedro Castillo “sería una verdadera catástrofe”; que Gabriel Boric representaba la tendencia que debía revertirse; Gustavo Petro “un accidente enmendable y corregible”; y entre Lula y Bolsonaro, prefería a este último “con sus payasadas”.

Si seguimos despolitizando el conflicto social y reduciendo la política a las amenazas, la polarización y las crisis -como ahora en Bolivia- serán una constante que se traducirá en violencia. Así, lo que hoy pasa en Perú y Brasil no debe sorprendernos.

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