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19 de diciembre de 2022, 7:00 AM
19 de diciembre de 2022, 7:00 AM

Hace poco, un multitudinario Cabildo cruceño respaldó la exigencia de “una nueva relación de los cruceños con el Estado”. Retomando esta propuesta, se le debe dar un alcance mucho mayor: se necesita replantear la relación de todos los bolivianos con el Estado y entre ellos, como única vía para la superación del modelo socioeconómico caducado y para la construcción de un capitalismo exitoso en el conjunto del país.

En otras palabras se necesita que firmemos un nuevo contrato que sostenga y articule a la sociedad.

El modelo estatista actual tiene sobrevida por la psicología de la mayoría de los bolivianos, que es reacia a responsabilizarse de su propio destino y se inclina a protegerse bajo el alero de las rentas políticas (pegas públicas, transferencias en lugar de ingresos propios, etc.)

Si los bolivianos cambian su forma de relacionarse con el Estado, sacándole de encima el rol de productor y proveedor (que además ahora ya no puede cumplir, porque el ciclo del gas ha concluido) y devolviéndole su papel de organizador y garante del bien común, este dejará de hacer todo y mal, y podrá concentrarse en las tareas en que es imprescindible: educación (incluye educación para el emprendimiento), salud, seguridad, protección del ambiente y administración de las empresas estatales estratégicas.

En ese caso, tendremos un Estado sin déficit y un Estado fuertemente descentralizado, que deje a las regiones florecer. Esto al margen de la forma de descentralización que se adopte, si unas autonomías profundas o un sistema semi o completamente federal.

El Estado que necesita Bolivia no puede ser, tampoco, un mero “guardián” de la ley, sino un ecualizador de las desigualdades sociales, un protector del ambiente y el futuro de las próximas generaciones, un defensor de los derechos humanos, un garante de la igualdad y un enemigo de la discriminación racista o de cualquier otra índole. De este modo, el Estado corrige las imperfecciones del mercado, las tendencias egoístas de los grupos sociales y los afanes de dominio social no meritocrático.

¿Qué de las relaciones entre nosotros? En el ciclo histórico que se acaba, los bolivianos hemos vivido polarizados y divididos. La acumulación lograda en la construcción del Estado nacional se fue perdiendo por culpa de una sucesión de gobiernos que forzaron y distorsionaron la institucionalidad lograda, lo que eliminó la neutralidad y el pluralismo del Estado; actuaron a nombre de una parcialidad nacional, pero, además, en contra de otras, instaurando una lógica de amigo-enemigo, y antepusieron su ideología a la necesidad democrática de tolerar y acordar con los distintos. Frente a ello, el paro de 36 días de Santa Cruz fue la expresión del anhelo mayoritario de liberarse de un Estado nacional parcializado, autoritario, polarizador y perseguidor de la disidencia (que acaba de representar un comandante del Ejército que considera la libertad de expresión un peligro para la unidad de la patria). El paro fue un hecho de reivindicación de la libertad pública y el Estado de Derecho perdidos.

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