5 de mayo de 2023, 4:00 AM
5 de mayo de 2023, 4:00 AM


Entre los muchos tipos de turismo, existe el “turismo oscuro” -tanatoturismo-, que se refiere a la siniestra moda de viajar a destinos asociados a la muerte, al sufrimiento, al dolor y la tragedia. Los destinos para estos peculiares turistas incluyen sitios históricos relacionados con genocidios, campos de concentración, cementerios, zonas de guerra, desastres naturales, accidentes y otros eventos traumáticos.

Si me esfuerzo por encontrar un lado positivo a estas opciones de viaje, pensaría que entre las motivaciones para elegir estas localizaciones están las de índole moral o espiritual, peregrinaciones seculares, formas de rendir homenaje a las víctimas, aprender sobre la historia y reflexionar sobre la fragilidad de la vida. Sin embargo, lo más evidente es que este turismo -el de la “civilización del espectáculo”, diría Vargas Llosa- banaliza todo y es parte de una moda que no está guiada por valores o códigos éticos, sino por un cálculo instrumental, intereses y emociones personales. Se piensa poco en la historia del monumento o el edificio que se tiene enfrente y lo que se busca es hacerse la selfie, subirla a redes sociales, para poder decir: “Yo estuve ahí”.

El controversial comportamiento de este turismo -que ya es de masas-, atrae a cientos de miles a lugares como: el campo de concentración nazi de Auschwitz; el lugar del accidente nuclear en Chernóbil; la prisión de Alcatraz; los campos de concentración de Mauthausen; la cueva Tham Luang, donde quedaron doce niños tailandeses atrapados; o zonas donde se han cometido genocidios, como Ruanda.

En todos los casos, el morbo juega un papel predominante. Desde el punto de vista psicológico, esa suerte de fascinación que sienten algunas personas con estos temas escabrosos es una emoción muy compleja de entender. Ese regodeo o sentimiento de alegría o satisfacción generado por el sufrimiento, la infelicidad o la humillación de otro -en alemán se denomina schadenfreude-, tiene algo de sadismo, placer por la desgracia ajena, complacencia maliciosa y mucha insensibilidad.

Aunque estoy alejado del mundo corporativo, no puedo reprimir mi naturaleza emprendedora. Se me ha ocurrido una idea de “oferta turística-azul oscura”, que podría ayudar al Gobierno de Arce a capear el temporal. En la línea del tipo de turismo descrito -con algunas adaptaciones-, podríamos sacar provecho de nuestras desgracias, para: generar las codiciadas divisas, así acabamos con las colas en el Banco Central en busca de dólares; revertir el déficit económico de las empresas estatales, dejando de subsidiarlas, como hasta ahora; y aprovecharnos de los “elefantes blancos”, que el “proceso de cambio” ha sembrado, por decenas, en estas últimas décadas.

La idea central de la oferta “turística-azul oscura” sería mostrar cómo un proyecto político, que llegó al poder con un respaldo popular inédito, que gobernó el período de mayores ingresos en toda la historia del país desde su independencia, despilfarró, derrochó y dilapidó ese capital político y económico.

Dada la cantidad de disparates y de descomunales engendros concebidos, el itinerario podría comenzar en siete aeropuertos que no tienen operaciones, o si las tienen, son marginales: Ixiamas, Chimoré, Copacabana, Apolo, San Ignacio de Velasco, Monteagudo y Oruro. Una parada obligada es la visita al museo de Orinoca (cuando yo estuve ahí, escribí: “Ese elefante blanco, en medio de la nada, es una afrenta y casi una obscenidad inadmisible”). Después, es impajaritable bailar en el salón central del Parlamento de Unasur y escuchar el eco de nuestros tacos que reverberan sus espacios vacíos. El menú de visitas a setenta empresas estatales deficitarias, subvencionadas por todos los bolivianos, complacería a todos los gustos de los más exigentes visitantes.

Las visitas guiadas deberán hacerse en diversos idiomas, incluidos los originarios. Para evitar mayores descalabros, sugiero que se liciten a administradores privados las tiendas de souvenirs, cafetería y baños. En todos los casos, nadie se molestaría si los turistas frivolizan sus inspecciones con selfis o fotos grupales. Este turismo azul oscuro nos permitiría, entre lo vergonzosamente ridículo, recuperar el despilfarro y aprender la lección para no repetir errores, por muy lucrativa que sea la coyuntural solución aquí propuesta.

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