5 de octubre de 2022, 4:00 AM
5 de octubre de 2022, 4:00 AM

Como pocas veces en su historia, Brasil irá a una segunda vuelta electoral con la diferencia de votación más baja registrada en los últimos años, con menos de cinco por ciento de ventaja del candidato Lula da Silva frente a Jair Bolsonaro. La segunda cita de las urnas será el 30 de octubre y los dos candidatos ya se encuentran en campaña por conquistar el voto de los que no les favorecieron.

La primera gran sorpresa de la elección del 2 de octubre fue que contrariamente a lo que decían la mayoría de las encuestas, la victoria de Lula con 48,4 por ciento estuvo lejos de la contundencia o del triunfo en primera vuelta que se preveía; en cambio, el polémico presidente Bolsonaro obtuvo un interesante 43,2 por ciento, muy por encima de lo que se esperaba con él.

Las encuestas decían que Lula ganaría a Bolsonaro por una diferencia entre 6 y 14 por puntos. Un día antes de la elección, los sondeos decían que habría una diferencia de 10 puntos. Nada de eso ocurrió y todo se definirá nuevamente en las urnas, pero ahora solo con los dos candidatos en competencia.

Pasado el inicial asombro, el resultado mostró un país dividido, casi mitad a mitad, donde cada parte representa un modelo político completamente opuesto al otro, ambos situados precisamente en los dos extremos del eje que separa a la izquierda de la derecha.

Pero no es lo único. En el Congreso, el partido de Bolsonaro alcanzó un mejor resultado que el de Lula, y el Legislativo tendrá, por tanto, una orientación más cercana al liberalismo y al mercado, independientemente de quién gane la segunda vuelta de fin de mes.

En las áreas metropolitanas más grandes del país, como son Sao Paulo, Río de Janeiro y Belo Horizonte, el voto favoreció a Bolsonaro. En general, en el sur y el sudeste brasileño triunfó el Partido Liberal de Bolsonaro, mientras que el norte y el nordeste votaron mayoritariamente por el Partido de los Trabajadores de Lula.

Ambos candidatos representan el populismo, el uno de izquierda y el otro de derecha, ambos con cuestionamientos. El uno viene de salir de la cárcel porque un juez le favoreció acortando su condena por el delito de corrupción en el famoso caso Lava Jato de empresas constructoras que pagaban millonarias coimas al Gobierno para ganar licitaciones de carreteras. Lula da Silva fue condenado a 12 años de prisión por recibir sobornos de la empresa Odebrecht, pero salió de la cárcel después de solo 19 meses de reclusión.

En el otro frente, Bolsonaro es criticado por su gestión del covid-19, al que subestimó, y por sus intervenciones públicas con cierto aire de machismo y misoginia y hasta racismo. Sin embargo, si obtuvo la alta votación es porque hay una base electoral que lo apoya. Él mismo es un reflejo de una buena parte de la sociedad brasileña que apoya la lucha contra la corrupción, que no quiere más el populismo de izquierdas que tuvo actuaciones polémicas en el periodo Lula, como el financiamiento del régimen cubano a través del pago por servicios de médicos, que se hacía no a los profesionales, sino directamente a la dictadura de La Habana.

Brasil es demasiado importante para todos. Es una de las diez economías más grandes del mundo, es el vecino con el que Bolivia tiene más de 3.400 kilómetros de frontera compartida, es el socio comercial más importante por el gas natural que nos compra. Por tanto, lo que ocurra el 30 de octubre es de alta sensibilidad también para el país.

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