Un Gobierno a la deriva en un mar de crisis
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En el corazón de Sudamérica, Bolivia se desangra. No por una guerra exterior, sino por la incompetencia y negligencia de un gobierno que ha demostrado ser incapaz de enfrentar los desafíos más apremiantes de la nación. Mientras los bolivianos luchan día a día por sobrevivir, el gobierno parece vivir en una realidad paralela, ajeno al sufrimiento de su pueblo.
La inestabilidad política, lejos de resolverse, se ha exacerbado bajo un liderazgo que confunde autoritarismo con gobernanza. La polarización, alimentada por una retórica divisiva desde el poder, socava cualquier intento de construir un proyecto de País inclusivo. ¿Es esta la "democracia" que prometieron?
La economía boliviana se tambalea al borde del abismo. La dependencia crónica de los hidrocarburos, lejos de revertirse, se ha profundizado bajo políticas miopes que desalientan la diversificación. Mientras tanto, la inflación devora los salarios y el desempleo crece. ¿Dónde está el "milagro económico" tan cacareado?
La corrupción, ese cáncer que corroe las entrañas del Estado, florece con impunidad bajo la mirada cómplice de un gobierno que predica honestidad pero practica el nepotismo y el clientelismo. Los escándalos se suceden sin consecuencias, mientras los recursos que deberían servir al pueblo se esfuman en bolsillos privados.
El sistema judicial, se ha convertido en un títere al servicio del poder. La independencia judicial es una quimera en un país donde los jueces bailan al son que les toca el ejecutivo. ¿Es este el "estado de Derecho" que juraron proteger?
La desigualdad y la pobreza, lejos de disminuir, se agudizan bajo políticas populistas que ofrecen pan para hoy y hambre para mañana. Las comunidades rurales e indígenas, estandarte de la supuesta revolución, siguen marginadas y olvidadas.
El medio ambiente, nuestro mayor tesoro, sufre bajo la indiferencia de un gobierno que sacrifica el futuro en el altar del extractivismo. La deforestación avanza sin freno, mientras los guardianes de nuestros bosques claman por protección.
El narcotráfico prospera en un clima de impunidad y complicidad estatal. Las fronteras son un colador por donde fluye la cocaína, alimentando la violencia y la corrupción. ¿Es esta la "lucha contra el narcotráfico" que prometieron?
La infraestructura del País, clave para el desarrollo, languidece bajo la incompetencia y la falta de visión. Proyectos faraónicos se anuncian con bombos y platillos, solo para quedar en el olvido o convertirse en elefantes blancos que sangran las arcas públicas.
Las tensiones sociales, lejos de resolverse, se exacerban bajo un gobierno que criminaliza la protesta y responde con represión a las demandas legítimas del pueblo. Los bloqueos y las huelgas son síntoma de un malestar profundo que el gobierno prefiere ignorar.
Este gobierno ha demostrado una incapacidad pasmosa para resolver los problemas más acuciantes de Bolivia. Su inoperancia no es solo un fracaso administrativo; es una traición a las esperanzas y sueños de millones de bolivianos que anhelan un futuro mejor.
Bolivia merece más. Merece un gobierno que escuche a su pueblo, que gobierne para todos y no solo para una élite. Un gobierno que entienda que el desarrollo no se mide solo en cifras macroeconómicas, sino en la calidad de vida de cada ciudadano.
Es hora de que los bolivianos despierten y exijan cuentas. La paciencia tiene un límite, y ese límite se ha sobrepasado. O este gobierno rectifica su rumbo de manera radical e inmediata, o debe dar un paso al costado y permitir que nuevos liderazgos, con visión y compromiso real con el pueblo, tomen las riendas del País.
El futuro de Bolivia está en juego. No podemos permitirnos más años de incompetencia y deriva. Es hora de un cambio profundo, de una renovación que ponga a Bolivia en el camino del verdadero progreso, la justicia y la dignidad que su pueblo merece.