9 de octubre de 2022, 4:00 AM
9 de octubre de 2022, 4:00 AM


El alcalde Jhonny Fernández se ha declarado, absurdamente, enemigo de la ciudad, pues su actitud con lo del censo fue el chorro que hizo derramar el agua de la tutuma, prefirió ponerse al lado contrario de los intereses del pueblo que lo eligió. Por si fuera poco, es preocupante que estas últimas gestiones ediles tienen y tuvieron la particularidad de no hacer cumplir las normas más básicas de convivencia, como manda la Ley, ya sea en temas de códigos de urbanismo, abastecimiento, transporte público, a lo que se suma un largo etcétera, motivo por el cual nuestra ciudad está cada vez más fea y tirada a su mala suerte (obvio que las autoridades estaban y están en otra).

Queja de una amiga: “Están haciendo una obra al lado de mi casa, han abierto ventanas que prácticamente dan a mi patio, han roto todo mi techo, en ese lado está lleno escombros y cemento; es una obra sin planos aprobados. No tengo manera de hacer parar la obra a través de denuncia y menos de hacerme pagar los daños”.

El otrora Código de Obras, que tanto costó, pues fue discutido mucho tiempo, consensuado entre comisiones técnicas de varias instituciones y el propio Concejo Municipal, (labor de dos grandes amigos y colegas ya ausentes, Sergio Antelo y Walter Rubín de Celis), ahora es un librito de chistes, los cinco metros de retiro son apenas un recuerdo para opas que cumplen las normas, es más, en planta alta invaden la acera pública, de donde deberían retirarse cinco metros desde la línea municipal; importa un pito el paisaje urbano, la ilegalidad nos ha vencido, nuestra ciudad es tierra de nadie, en donde todo se puede, desde botar basura a la calle, hasta invadir el espacio público, sin que exista un mínimo de conciencia ciudadana ni temor a la autoridad, pues solo existe sanción si sos políticamente contrario al Gobierno.

La podredumbre que se crea alrededor de los mercados es deplorable, digno de países subsaharianos, ¡cómo es posible que en cualquier otra ciudad de Bolivia los mercados sean medianamente limpios y ordenados!, sin embargo en Santa Cruz con venteros que son el 90% de los mismos lugares de donde los mercados son limpios en sus ciudades de origen, en nuestra ciudad sean un asco, los olores nauseabundos, basura y podredumbre que rodea a estos centros de abastecimiento demuestra el poco aprecio a la ciudad que acoge a venteros de otros departamentos, y todavía exigen imperativamente que el municipio cruceño les dé lugar donde trabajar, como si eso fuera nuestra obligación. La falta de autoridad, creatividad y disciplina del municipio para hacerse con el control de estos lugares es trágica y sospechosa.

En las calles la gente se estaciona donde le da la gana, las luces de los semáforos son apenas sugerencias, especialmente para los motociclistas, cualquiera saca sus cosas a la vereda y hace de esta su sitio de ventas; no queda un árbol en vía pública, y como la vereda pública no la hace el municipio, el caminar por las mismas es poco más que una carrera de obstáculos, cada propietario la hace como le da la gana sin temor a ninguna sanción, motivo por el cual los más vulnerables (discapacitados, ancianos, embarazadas y niños) circulan por las calles, poniendo su integridad en peligro.

El transporte público fruto de un primitivo sistema de contrato, tanto de los empresarios del transporte con la Alcaldía, así como de los propietarios de micros con sus choferes, es un insulto a la razón y una afrenta a la seguridad de los pasajeros y peatones que no tienen otra opción. La concesión de líneas de forma aislada sin un plan de origen y destino y de masas circulantes hace que el sistema de transporte sea del siglo XIX en comparación con el nuestro, no existen buses, todos son trufis, porque paran y recogen gente de donde les da la gana al usuario y al chofer, es decir, no hay paradas.

Estamos condenados a vivir en un conglomerado urbano mal gestionado y peor administrado, ¡que gasta más o menos un millón trecientos mil dólares al día…!, y no tiene ni libro de quejas.

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