24 de noviembre de 2022, 4:00 AM
24 de noviembre de 2022, 4:00 AM


Desde hace varios años ha existido la noción de que estamos en medio de diversas crisis. En lo personal he sido escéptico, aunque mi incredulidad al respecto se ha ido diluyendo ante un panorama que pareciera validar esa visión.

Por ejemplo, los titulares del último número de la Revista de la Universidad Católica de Chile, una de las mejores de Latinoamérica, son esclarecedores: “Crisis Económica Mundial: Las amenazas se multiplican”, “El futuro del trabajo en medio de la tormenta”, o “Cambio climático: La preocupación por el planeta no puede parar”.
Por tanto, desafortunadamente esa odiosa diversidad de crisis pareciera estar presente.

En principio está la crisis climática. Y sin llegar a los extremos de indiferencia o alta sensibilidad, el consenso de los científicos es que han existido cambios inducidos por el hombre y que, de no mediar un cambio, implica serios problemas en diversas partes del planeta, los cuales se agravarían a futuro.

Por otra parte, está la impensable crisis sanitaria. Antes de 2020 este fenómeno ni siquiera figuraba entre los primeros riesgos a las actividades cotidianas según las entidades especializadas en el monitoreo de eventos catastróficos. La pandemia nos ha recordado que, humanos como somos, seguimos siendo vulnerables a las enfermedades.

Adicionalmente, la paz mundial se ha tornado frágil este año e incluso nos ha hecho recordar eventos previos como la crisis de los misiles de 1962, debido a la amenaza sutil del uso de armamento nuclear en la guerra en Ucrania. Todos vemos con tristeza cómo millones de ucranianos tuvieron que desplazarse a otros países dejando atrás sus enseres.

Y si de desplazamiento hablamos, también tenemos la crisis migratoria que ha afectado dolorosamente a Venezuela, Ucrania y a otros países en el mundo. En nuestro caso no hemos tenido algo similar, aunque hemos sido buenos en el pasado “exportando bolivianos”, como se nota por la magnitud de las remesas que llegan del exterior.

A nivel mundial también tenemos como una espada de Damocles la crisis económica. Los organismos internacionales nos alertan de que una recesión es altamente probable para varios países, dentro de los cuales destacan economías avanzadas.

Y a eso se suma una crisis monetaria o del poder adquisitivo. Los precios en varias economías mundiales suben y suben, lo cual ha hecho que el poder de compra de los salarios haya disminuido. Eso ha generado tensiones en las familias y los países, puesto que varios países no pueden ayudar en esta ocasión a los hogares más vulnerables dado que usaron la mayor parte de sus posibilidades en la pandemia y la deuda pública impide implementar programas de ayuda.

Medida por los estándares comunes, Bolivia no está en medio de la crisis económica o inflacionaria. No estaría en una situación de dificultades económicas porque la producción ha crecido alrededor de 4% en el primer semestre; y tampoco inflacionaria puesto que los precios al consumidor han subido a 3% aún en medio de los conflictos, lo cual está por debajo de las cifras de otros países.

Eso sí, me preocupa que en promedio los salarios en el país están por debajo de antes de la pandemia. Mientras en otras latitudes el poder de compra ha bajado por la inflación, en nuestra realidad los ingresos de las familias se han ajustado a la baja, principalmente en el mercado laboral informal.

Pero Bolivia sí está en medio de una crisis política aguda que tiene por lo menos aquejados a uno de cada cuatro habitantes del país y casi un tercio de la economía. Más allá de las consideraciones legítimas, sabemos que la incapacidad de la clase política por hacer bien las cosas y llegar a acuerdos nos está borrando un mes del calendario.

Desesperanzado por esta situación, en lo personal he preferido tornar mi mirada a la que ha sido mi fuente de paz y sustento: Jesús mi Salvador.

Sé que lo espiritual es algo opcional y detesto su uso por parte de los políticos. Pero, en mi opinión, es el refugio eterno e inmutable en medio de tanta confusión.

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