Opinión

Una cruda realidad

21 de abril de 2021, 5:00 AM
21 de abril de 2021, 5:00 AM

Cualquier tipo de violencia es repudiable, venga de donde venga. Y es muy necesario que la sociedad reaccione y demande justicia.

Lo que llama la atención, es que muchos se rasguen las vestiduras ante hechos que, por sus características, son muy mediáticos y hagan “la vista gorda” ante una realidad latente, presente y generalizada en nuestros entornos.

Vemos cómo algunas mujeres se han desbordado en adjetivos subidos de tono y juicios radicales hacia una mujer que es la protagonista del último hecho de violencia que nos ha conmovido, mujeres que viven y aguantan en silencio (un secreto a voces) el mismo tipo de violencia, física, moral y sicológica, y que saben en carne propia cuán difícil es ser “valientes” y decididas en este tipo de entorno tóxico, manipulador y violento. Que saben cuán necesario es contar con un entorno de contención que las anime y las ayude efectivamente a salir de esta dura e intolerable realidad.

Vemos también cómo algunos hombres, cuya vida deja mucho que desear como ejemplo de paternidad, descalifican y agreden al victimario sin piedad, cuando con su accionar estan creando el caldo de cultivo para que esta conducta sea imitada por quienes la sufren, ya que la violencia, casi siempre, predispone a mayor violencia.

¿Por qué reaccionamos ante unos hechos que suceden a diario  y otros nos dejan totalmente indiferentes, o solo los seguimos con curiosidad?,  ¿en qué quedó el caso de la mujer que murió a manos de un sicópata a las puertas de un supermercado, ¿alguien sabe cómo están los hijos que dejó en la orfandad? Es indudable que actuamos de acuerdo con patrones de pensamiento y estados emocionales que nos llevan a identificarnos con algunos hechos y minimizar otros.

En una sociedad disfuncional como la nuestra, decadente en muchos aspectos; con libros de  leyes pulcramente escritos pero en la práctica, llenos de antivalores,  y de posturas hipócritas -cuando no cínicas- por parte de quienes deben velar por la protección de los más indefensos; una sociedad que vende y compra culpabilidades e inocencias al mejor postor... este tipo de situaciones tan dolorosas desnudan nuestra realidad, nuestro más profundo fracaso como humanidad.

Hay que reconocer que de alguna manera, todos somos culpables, pero también somos víctimas. Todos contribuimos desde nuestro accionar individual a ese generalizado estado de violencia, que esconde detras de sí y se alimenta a su vez, de miedos, impotencia, dolor y más violencia.

Cabe preguntarnos: ¿Cómo andamos por casa (la propia, y la colectiva)? Qué tipo de violencia estamos generando o estamos permitiendo?

Es muy  fácil juzgar, es más difícil juzgarnos. El instinto de supervivencia de nuestro ego (aquello que creemos ser y con lo cual nos identificamos), nos impide analizar y ver la realidad en su máxima expresión. Porque verla de esta manera, nos convierte en corresponsables de aquello que juzgamos, y es más facil, más cómodo... en fin, menos doloroso, que la culpa siempre sea del otro.

La memoria colectiva es parcial, subjetiva, y de corto plazo. La empatía es muy loable, siempre y cuando se traduzca en acciones concretas que promuevan el cambio de la sociedad, pero también de cada uno de nosotros de forma individual.

Ojalá que el dolor social dé sus frutos. Por nuestras mujeres, por nuestros niños, por la vida.




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