Opinión

Una marcha de mil y los milagreros atrapados

8 de junio de 2021, 5:00 AM
8 de junio de 2021, 5:00 AM

Si Gonzalo Melgar (52 años), desocupado desde el inicio de la pandemia, cumple su cometido de recorrer los mil kilómetros que separan a la ciudad de Santa Cruz de la sede de gobierno, podría llegar a La Paz, al ritmo al que avanza, en la tercera o cuarta semana de julio. Él confía que culminando tan dilatada travesía, su sacrificio le será recompensado con una audiencia con el ministro de Economía, o mejor, con el jefe de Estado.

Es a él, finalmente, a quien quiere pedirle que cumpla su promesa electoral, hecha en septiembre del año pasado, de que, para paliar el desempleo y la caída de ingresos, devolvería los aportes depositados en las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) a quienes hubiesen ahorrado un máximo de Bs 100.000.

Para reembolsar parte de lo ahorrado para pensiones, el Gobierno necesitaría pagar algo de la enorme cantidad que debe a las AFP, pero, en vez de siquiera intentarlo, dirige más bien sus mayores esfuerzos a bloquear a las gobernaciones y los municipios que no controla, jaqueándolos con juicios y maniobras.

Por eso, el compromiso presidencial apenas avanzó hasta enviar un proyecto al Legislativo, donde se encuentra enfangado, porque la mayoritaria bancada del MAS está concentrada en tramitar leyes y pronunciamientos que buscan volcar la historia.

Los legisladores del oficialismo hacen lo que pueden para trasladar el golpe de Estado consumado por el Tribunal Constitucional (TCP) al suspender la vigencia de la Constitución en noviembre de 2017, a noviembre de 2019, cuando las previsiones oficiales para entronizar por cuarta vez a su máximo jefe se desmoronaron, ahogadas por sus trampas electorales y una masiva y enérgica resistencia social a sus imposiciones.

El solitario marchante que protesta por el retraso de una de las promesas electorales, representa de manera muy fiel a la mayor parte de los electores que volvió a entregar el Gobierno al MAS, en un reflejo que tiene mucho del tipo de fe que provoca la desesperación: queriendo y obligándose a creer la lista de milagros que propagó la campaña de los ganadores.

No distinguían mucho margen de elección, ante el empacho que produjo la corrupción y prepotencia de los gobernantes interinos y el vacío de firmeza, credibilidad y proyecto de país que veían en los competidores.

Más de la mitad de quienes apostaron por el retorno masista saben que corrupción, abuso y prepotencia fueron pilares de la gestión de los 14 años, pero se aferraron a la experiencia concreta de ausencia de sustos inflacionarios, certidumbre en materia de ingreso, ahorro y consumo, comparados con los de las épocas previas. Postar por lo vivido y conocido se fortaleció, además, con un continuo flujo informativo que testimoniaba que la situación económica boliviana destacaba favorablemente en el subcontinente.

La crisis política, sumada al pánico que infundió la propagación de la enfermedad malévola e imprevisible, remachó la humana necesidad de preferir lo conocido a lo incierto, inclinándose a buscar el milagro que despejara la nube que se extiende ante nuestra vista y el deterioro cotidiano.

Pero, a esta altura es inocultable que los que gobiernan no tienen noción, ni interés, por siquiera comenzar a promover el reencuentro y la creación de una voluntad común para enfrentar la enfermedad, recuperar empleos, o definir respuestas en materia de educación, de producción y, menos que menos, en edificar un modelo alternativo de desarrollo capaz de impedir que el colapso del actual nos arrastre con su hundimiento.

La marcha solitaria pidiendo que se cumpla lo prometido, tiene la gran virtud de recordarnos que ante la impotencia y la impostura política es indispensable nuestra participación directa para que la solución de uno lo sea para todos.

Si esa conciencia se multiplica y generaliza, sin amarrarse a fronteras de corporaciones, partidos o caudillos, demostrará que no hay salida posible empleando los mismos recursos y vías que nos han conducido a la encerrona en que vivimos. Que el fracaso que está en desarrollo se verificará nuevamente y más rápido, con quien quiera que sea que no sepa y asuma las tareas que estamos postergando e incumpliendo.

Es el paso que necesitamos para reaprender que nuestros sueños se cumplen cuando actuamos juntos y no por mandato o inspiración de milagreros y traficantes de esperanzas.

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