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28 de abril de 2022, 4:00 AM
28 de abril de 2022, 4:00 AM

Estamos en el mundo de la interdependencia. La crisis sanitaria reciente significó la peor caída de la actividad económica mundial desde 1946. Recién estamos saliendo de ella con todos los costos que ha implicado a nivel general.

Este año la crisis geopolítica en Europa del Este está generando una corrección a la baja de un millón de millones (billón) de dólares menos de actividad en el mundo o 0,8% del PIB mundial.

Desafortunadamente, este conflicto aparece en una situación en la cual la inflación mundial es alta, al igual que la deuda pública en varios países del mundo, limitando la posibilidad de respuesta de los gobiernos.

De hecho, las medidas fiscales utilizadas durante la pandemia han dejado a los sectores públicos con una pesada carga. En varios países todavía no se recuperó el empleo y diversos gobiernos han optado por mantener los programas de ayuda a la población vulnerable. Por lo que ahora enfrentan la disyuntiva de cómo protegerlos de la inflación sin crear presiones adicionales.

Este panorama es aún más pesimista porque la deuda privada está en niveles altos. Luego de la crisis financiera de 2008, varios países optaron por promover un mayor dinamismo en los créditos, los cuales se plasmaron en mayores colocaciones de préstamos a las familias. Pero la llegada de la pandemia alteró estas condiciones para los hogares, dado que contaban con menos ingresos para cubrir sus diversos gastos, incluyendo los financieros.

La crisis pandémica tiene una característica particular respecto a las anteriores: intensa en términos de contracción, pero rápida en la recuperación. Un entorno de esta naturaleza ha hecho que la abundante liquidez provista durante la crisis sanitaria se haya plasmado en mayor dinero en la economía y, por ende, presiones inflacionarias galopantes.

Una de las respuestas al súbito aumento de la inflación ha sido el alza de las tasas de interés en varios países, como una forma de contener las presiones de gasto. Las condiciones financieras se han hecho menos propicias y complican a los hogares endeudados, a lo cual se suma el riesgo de transmisión el algunos países europeos por la guerra entre Rusia y Ucrania.

Nuestra región, América Latina, no está exenta de riesgos y debilidades. Hay una desaceleración generalizada en nuestro entorno más cercano, de tal forma que el crecimiento en este bienio será la tercera parte que la observada en 2021: una disminución de 7,2% a 2,2% en Sudamérica. Si el desempleo ha sido una pesadilla, ahora la costosa inflación quita el sueño a nuestros vecinos.

Un buen contexto de precios internacionales de materias primas para la región se ha transformado en un aumento de los costos de los bienes importados, restando las eventuales ganancias por el rebote en la actividad económica. Con un perfil en el cual el peso de los alimentos y bebidas en los presupuestos familiares es alto, se observa que los países menos desarrollados experimentan menor seguridad alimentaria.

A todos los anteriores aspectos se suma la preocupación por el cambio climático en la región. La mayor parte de los organismos internacionales recomienda que los gobiernos que estén ordenando sus cuentas fiscales tomen en cuenta también las transformaciones que vendrán como resultado del calentamiento global.

Un entorno desafiante requiere de los mejores esfuerzos societales para enfrentarlos. Esto es aún más prioritario en un contexto de alta polarización y de desconfianza generalizada en la región. Más allá de las medidas de política económica convencional se debe apuntar a recobrar y apuntalar la confianza entre los diversos actores de la sociedad, dado que nueve de cada diez latinoamericanos desconfían de su prójimo.

Bolivia no es una isla, sino que recibe los beneficios y paga los costos de la interconexión global. En un entorno desafiante, se requieren políticas adecuadas, oportunas y, sobre todo, contundentes.

Parafraseando a Víctor Frankl, en circunstancias adversas, lo mejor es tener la actitud o política correcta.

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