Opinión

Urubó: ¿sinónimo de urbanidad inclusiva?

1 de mayo de 2021, 5:00 AM
1 de mayo de 2021, 5:00 AM

¿Alguna vez notó la excesiva propaganda de ofertas de grandes proyectos prometedores en el ámbito inmobiliario de vivienda y oficinas a localizarse muy pronto en el Urubó del departamento de Santa Cruz? (Municipio de Porongo); entonces si lo notó, es probable que usted haya asociado implícitamente que todo lo moderno, “inteligente”, tecnológico y futuro este ahí, entonces: ¿Qué tipo de sociedad urbana se construye en el Urubó?

Antes de abordar este apogeo urbanístico en el Urubó, es importante analizar estos eventos explosivos de expansión urbana más allá de una lógica comercial y medioambiental (esta última bastante importante), si no también, se deben vislumbrar estos fenómenos desde un enfoque académico y social en cuanto a su devenir inmediato.

Cuando se encaran temas urbanos, es usual que la discusión de la temática del abordaje sea plasmado desde una perspectiva no vinculada entre aspectos de orden económico, geográfico, medioambiental, arquitectónico y funcional. De la misma manera, en el desarrollo del debate de lo “urbano” también es lógico asociar varios elementos concretos como ser vías, infraestructura, planificación, vehículos, servicios, casas, economía, población, etc.; en ese plano pareciera que lo urbano tendría entonces un significado específico. Según la Real Academia de la Lengua española, lo urbano es “perteneciente o relativo a la ciudad”; definición que no bastaría para comprender la verdadera dimensión de lo que se pretende advertir. Desde un enfoque teórico, Fernand Braudel (1902-1985), precisó que lo urbano es la “interacción entre el hombre y el espacio”.

Cada dimensión de lo urbano es la apertura a una disciplina social, económica y territorial. Hubert Mazurek (2009), aportó afirmando que para interpretar lo urbano, el abordaje debe ser multidisciplinario para poder alcanzar un análisis y dimensión más profunda y categórica. Desde una noción histórica, las primeras ciudades, surgieron por la necesidad de conformar espacios amplios y centralizados para lograr el intercambio de excedente de la agricultura. Los espacios urbanos surgieron por la necesidad de disminuir la distancia entre personas y sociedades alejadas para ahorrar tiempo de viaje en procesos de intercambio y acumulación.

Ahora bien, más allá de conceptos e historia, las ciencias sociales actualmente intentan responder porqué en los espacios urbanos antiguos o nuevos, aún persisten y persistirán diferencias de clase en el uso y apropiación del espacio urbano. La respuesta economicista relaciona los fenómenos de brecha y espacio a cuestiones de mercado y acumulación de riqueza, mientras que algunas respuestas de orden sociológico, tal vez podría decodificar que las diferencias inter-clase y espacio están ligadas por la forma implícita de jerarquización social violenta. Empero la mirada politológica, podría interpretar que las diferencias en el uso del espacio, están dadas por relaciones de poder entre colectivos e inacción de la estatalidad en todos sus niveles gubernativos.

El célebre filosofo Heneri Lefebvre (1901-1991) sintetizó exquisitamente todos estos procesos dicotómicos de segregación y contradicción espacial/territorial del centro-periferia decantando en una propuesta denominada como el “derecho a la ciudad”; una urbanidad no segmentada socialmente por el poder adquisitivo, accesible, inclusiva, segura, sostenible y sobre todo disfrutable. Con el mismo enfoque, Boaventura de Sousa Santos (2000), afirma que las leyes de valorización del capital ocasionan desplazamientos sociales de centro hacia las periferias de la ciudad con el visto bueno de las instituciones políticas.

La heterogeneidad territorial al interior de las ciudades orientales producto de complejas distribuciones socioeconómicas, para algunas esferas políticas y actores económicos es vista como el surgimiento de “ciudades modernas”, sin constatar y notar que las formas en las cuales se están materializando, fomentan en cierta medida una segmentada urbanidad muy marcada entre clases de manera estructurada y sistémica. Las formas de expresión gráfica de las sociedades civiles en torno a la espacialidad, muestran que el ideal de campo urbano del siglo XXI tiende a ser inclusivo, democrático, accesible y planificado por el espectro público y sobre todo regulado por el Estado y que impida la sobre especulación marcada por la mano “invisible” del mercado.

La inclusión espacial implica abordar lo urbano desde una lógica multidimensional como mecanismo de respuesta a fenómenos de aglomeración social, e incluso como alternativa para deshinchar la conflictividad social entre la “otredad” de periferia y los de “centro”. Cabe notar que en los últimos 20 años las conurbaciones en Santa Cruz de la Sierra, están adoptando configuraciones territoriales apetecibles, estéticamente interesantes pero, con ausencia de estatalidad, urbanidades que crecen a ritmos desmedidos sin planificación, extrema extensión con pocas densidades poblacionales, urbanidad solo para vivienda sin servicios (educativos y de salud entre otros) y guiadas únicamente por las fuerzas del mercado inmobiliario, con el riesgo de un futuro no muy lejano en donde explote una crisis medioambiental, escasez de recursos y de alimentos, cuyas últimas requieren soluciones integrales humanas y no indolentes como tal vez diría Víctor Hugo Viscarra (1958-2006). Cabe preguntar entonces: ¿a quién beneficia este desarrollo inmobiliario?, ¿al modelo económico, a sectores empresariales, a grupos sociales específicos, a la ciudad, a la población en su conjunto?, ¿Qué tipo de potencialidades tiene este modelo urbano para generar condiciones de vida más equitativa, vivible y sostenible?



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