18 de enero de 2021, 5:00 AM
18 de enero de 2021, 5:00 AM


La guerra por las vacunas se subió al podio del año que nos dejó en crisis por la pandemia del coronavirus. El 2020, ante la abrumadora propagación del virus, los científicos, así como el personal médico durmió poco, mal y nunca. El objetivo fue acortar los tiempos para descubrir una vacuna que despertaría a la humanidad de esta pesadilla. Algo complejo, una misión imposible, si se toma en cuenta cuánto tiempo llevó a otros científicos descubrir otras vacunas durante la historia de la humanidad.

Hoy ya tenemos varias opciones robustas y seguras, con alto porcentaje de eficacia y aplicables en una o dos dosis. La carrera por conseguirlas es otra aventura difícil, angustiante y obligatoria de correr para el bien de los ciudadanos de cada nación. Sin embargo, no todos tienen las mismas opciones y posibilidades para obtenerlas. Esta nueva búsqueda del tesoro tiene sin descanso a la Organización Mundial de la Salud que reclama y se muestra incómoda por las desigualdades y la falta de acceso en el mundo.

En esta emergencia sanitaria la pandemia golpea más a los países pobres y nos afecta directamente a los del sur del planeta. Hace unos días la OMS pidió mayor solidaridad a las potencias mundiales respecto al mercado de vacunas. En 40 días se han aplicado 48 millones de dosis en 46 países, sin embargo, en 10 naciones se concentró el 95% de esas aplicaciones. Este desequilibrio pondría en riesgo gran parte de la población del globo terráqueo. En contrapeso a esta realidad, a fin de enero se comenzarán a distribuir las primeras dosis de vacunas anticovid en algunos países que pertenecen a Covax, una alianza entre públicos y privados de la que Bolivia forma parte. Esta iniciativa dirigida por la Alianza Gavi pondrá a disposición dosis para el 20% de la población vacunable, el resto de la población, deberá esperar.

No obstante, se estima que más del 80% de la población en los países pobres del mundo no podrá ser vacunada este año si es que los gobiernos y la industria farmacéutica no toman medidas urgentes para evitarlo, garantizando cantidades suficientes y una distribución más equilibrada para que llegue a todos.

Las inversiones que las grandes potencias han hecho para la investigación y producción de esta maquinaria gigantesca tendrán un correlato en las consecuencias y quienes miran de palco deberán esperar en medio de la incertidumbre. En plena carrera frenética están los negocios de las patentes y los derechos de comercialización, distribución y venta futura. A mediados del año anterior las vacunas más prometedoras habían vendido 7.300 millones de dosis a condición de contar con ellas cuando se comprobara su eficacia y su seguridad. Casi la cifra de habitantes del mundo, pero con la salvedad de que la mayoría de las vacunas requieren de dos dosis. Hoy la diplomacia de la vacuna juega en escenarios supremos, no hace disquisiciones ni pierde tiempo en discusiones baladíes. Sabremos cómo se consiguen y a qué precio dentro de unos años, porque esa información se guarda bajo la confidencialidad de los contratos que serán públicos en otro escenario mundial de la salud.

Lejos estamos del juramento hipocrático y de los valores de quien diera el primer paso para el descubrimiento de la poliomielitis, el científico neoyorkino Jonas Salk, que consideraba que la vacuna debiera ser de todos y para todos. Cuando le preguntaron si iba a patentar su vacuna dijo: “No hay patente. ¿Podría usted patentar el sol?”.

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