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17 de junio de 2024, 4:00 AM
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Jorge Richter/Politólogo

Finalizaba el mes de junio del año 1984 y Bolivia ahondaba en una crisis de tropiezos penosos. No solo la situación económica se deterioraba apresuradamente, sino que ella también se había apoderado de las relaciones entre los dos actores mayores de la política nacional. 

El presidente Hernán Siles Zuazo y el vicepresidente Jaime Paz Zamora exponían un divorcio y una inconexión en su relación política/gubernamental que era diariamente comentada en todo ámbito social del país. El MIR de Paz Zamora abandona el gobierno, retorna a él nuevamente meses después, condiciona su apoyo y profundiza la crisis en tanto que no apartaba nunca la mirada de la presidencia del Estado. 

En la madrugada del 30 de junio, mientras Jaime Paz Zamora se encuentra de viaje en Portugal, el presidente Siles es secuestrado. Jaime no apresura su retorno a pesar del ofrecimiento de apoyo del gobierno portugués para que pueda regresar inmediatamente. Mientras tanto, el presidente de la república permanece amarrado a una cama por parte de sus captores y vigilas.

 Pasadas las diez horas que duró el evento delictivo, políticos, gabinete ministerial y muchedumbre concentrada en Plaza Murillo recibían al presidente que había sido ya rescatado y liberado. Allí Antonio Araníbar, célebre figura de la política nacional del primer tiempo de nuestra democracia, dejó una declaración que expone algunas intenciones sospechadas: “Aquí hay ausentes que son responsables de todo esto, les exigiremos rendir cuentas”. El ausente aludido era Jaime Paz Zamora. Araníbar recela al líder mirista cuando se pregunta: “¿tenía Jaime un acuerdo clandestino con la gente del MNR para efectivizar la sucesión constitucional? y me respondo que sí”.

En 1964 la célula militar del MNR logró instalar la candidatura a vicepresidente de René Barrientos Ortuño acompañando a Paz Estenssoro; llegaron las elecciones y la victoria también. Desde aquel agosto, Barrientos se recluyó en Cochabamba para constituirse en la facción mayor de la oposición al gobierno de Víctor Paz. En algo más de dos meses arruinó al presidente y el 4 de noviembre consumó su intención con un golpe de Estado. En el nuevo siglo, las mismas sospechas de suceder al primer mandatario recaen esta vez sobre Jorge Quiroga, de quien Hugo Bánzer llegó a decir que: “prefiero un gramo de lealtad a una tonelada de inteligencia”. Las mismas desconfianzas alcanzan al accionar de Carlos Mesa cuando ante los medios afirmó en el año 2003: “Me han preguntado si tengo el valor de matar, y mi respuesta es no, no tengo el valor de matar ni tendré mañana el valor de matar”, de ahí en adelante, la salida del presidente Sánchez de Lozada fue cuestión de pocas horas más y el MNR nunca le retiró el dedo acusador de la traición. 

La Vice, forma en la que se refirió en 1948 Wálter Montenegro en su columna “Mirador” del entonces periódico La Razón, es en el imaginario de políticos la antesala directa a la presidencia del Estado. Sin embargo, las oportunidades que ofrece para el lucimiento personal son menores cuando no escasas y no se constituye, dentro de la estructura de la nueva CPE, en una institución funcional y de utilidad clara para una mejorada eficiencia estatal.
Su conveniencia, en los hechos fácticos, está condicionada por la confianza que pueda expresarle el presidente del Estado. De hecho, siendo que es el candidato a presidente quien selecciona e invita a su acompañante de fórmula, deja desde el origen del vínculo un elemento en el debe que reduce su impulso y personalidad. En la práctica, su intervención en círculos de gabinetes sectoriales está sujeta a que sea el presidente quien decida su convocatoria; y sus posiciones que expresen desacuerdo dejan al vicepresidente en la soledad de su despacho, pues no tiene firma autorizada para hecho político trascendental alguno. No tiene ascendencia sobre los diferentes ministerios, salvo que sean cuotas de poder que le pertenezcan, que, en caso de ser así, generan inestabilidad en la gestión del Órgano Ejecutivo.

Dentro de la Constitución Política del Estado, su figura fue incluida a horcajadas, pues rueda entre el Órgano Ejecutivo y Legislativo sin precisión evidente. Las cámaras de diputados y senadores funcionan con plena autonomía respecto de la Vice, y en las sesiones de la Asamblea Legislativa Plurinacional su rol está a expensas de mayorías y minorías ya consolidadas en cada cámara. Sí le queda un espacio no legal, tal vez con rasgos de pudor, que está en buscar y convocar a diálogos de entendimientos entre fuerzas parlamentarias.

Esta Vicepresidencia despersonalizada e insustancial hoy tiene cinco funciones señaladas en la CPE frente a un presidencialismo que lo absorbe todo y que le señalaron 27 atribuciones específicas, más aquellas que están conferidas a los ministros de Estado y sus extensas áreas de influencia.

Wálter Montenegro decía, con sorna asertiva, que: “la actuación de la Vice consiste en ir al Congreso a tocar de tarde en tarde una campanilla con toda la gracia que ha podido acumular en largas horas de práctica solitaria frente a un espejo”. La Vicepresidencia, una institución sin trascendencia, debe inscribirse en el debate público, aquel que hable sobre su provecho y continuidad.