En la educación persisten algunos mitos en sentido de que el aprendizaje serio no puede ser divertido y que requiere una gran dosis de disciplina y esfuerzo

29 de agosto de 2024, 9:00 AM
29 de agosto de 2024, 9:00 AM

El colegio es un espacio donde niños y adolescentes van a aprender, aunque muchas veces estos aprendizajes están alejados de la realidad actual; por eso, la incorporación de la tecnología en la educación es una necesidad urgente que exige rediseñar el colegio como un espacio dinámico y divertido, que motive a los estudiantes a lograr aprendizajes relevantes y les permita enfrentar los desafíos del siglo XXI con creatividad, empatía y autonomía.

“Las pantallas bien usadas pueden ayudar a motivar los aprendizajes, junto a muchos otros dispositivos digitales y analógicos. Pero se necesita reimaginar y rediseñar el colegio como un espacio dinámico, divertido y afectuoso que convoque a los estudiantes a aprender, pero sin desconectarlos de la vida actual”, señala Ricardo Román, director del colegio Alberto Blest Gana de Chile, catalogado como uno de los mejores 100 colegios del mundo.

En la educación persisten algunos mitos en sentido de que el aprendizaje serio no puede ser divertido y que requiere una gran dosis de disciplina y esfuerzo.

Sin embargo, al observar a niños y jóvenes involucrados en actividades que les apasionan, como el deporte, la danza, el trabajo comunitario, la participación en eventos extracurriculares o, incluso, superar niveles en un videojuego, es evidente que éstos logran comprometerse, prestar atención, esforzarse, ser persistentes, organizarse y actuar con autonomía.

“Todas estas experiencias tienen todo tipo de aprendizajes cognitivos, emocionales y relacionales. El desafío, entonces, es diseñar experiencias de aprendizaje que desafíen e involucren a los estudiantes desde sus propios intereses, percepciones y estética”, reflexiona el también speaker del V Foro Internacional de Innovación en Educación (FIIE 2024), organizado por la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

En la misma línea, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura asegura que el planeta experimenta profundas transformaciones que exigen nuevas formas de educación que fomenten las competencias que las sociedades y las economías necesitan tanto actualmente como a futuro.

Esto significa ir más allá de la alfabetización y la adquisición de competencias aritméticas básicas y centrarse en nuevos enfoques de aprendizaje.

“La educación debe servir para aprender a vivir en un planeta bajo presión. Debe consistir en la adquisición de competencias básicas en materia de cultura, sobre la base del respeto y la igual dignidad, contribuyendo a forjar las dimensiones sociales, económicas y medioambientales del desarrollo sostenible”, sostiene el organismo internacional.

Tres condiciones básicas

Para mejorar el involucramiento de los estudiantes con su aprendizaje, el experto plantea tres condiciones esenciales:

Primero, se necesita crear un ambiente atractivo y significativo en toda la escuela donde predominen la alegría, la expresividad, el juego y la conexión con los mundos de interés de los estudiantes.

La idea es convertir el colegio en un laboratorio de la vida real, donde niños y jóvenes se sientan motivados a explorar y aprender.

Segundo, hay que transformar la función de docentes, profesores y todo el equipo educativo. Ello implica que sean capacitados en un repertorio de estrategias que minimicen la enseñanza basada en la simple transmisión de contenidos y la aplicación de reglas estrictas y verticales en el aula.

En su lugar, los docentes deben convertirse en facilitadores de espacios de aprendizaje activos e inclusivos donde predominen la curiosidad, la creatividad, el afecto y el buen humor. Esto implica un cambio profundo en el enfoque de la enseñanza, donde el objetivo sea inspirar a los estudiantes a ser aprendices autónomos y entusiastas.

La idea es convertir el colegio en un laboratorio de la vida real
La idea es convertir el colegio en un laboratorio de la vida real

La tercera condición, según Román, es fomentar el liderazgo en la gestión escolar. Esta premisa demanda que los directivos de las unidades educativas se formen en liderazgo a fin de adquirir habilidades blandas que les permitan movilizar y orquestar los cambios necesarios.

Esto implica abandonar la idea de control y orden rígido y, en cambio, fomentar ambientes dinámicos y flexibles que animen a los profesores a innovar y experimentar, incluso validando y premiando los errores que surgen del proceso de innovación.

“Necesitan aprender a vivir en un relativo caos creativo, conviviendo con el cumplimiento de normas ministeriales y el logro de objetivos de aprendizajes. Eso que le pedimos a los profesores con sus estudiantes, confianza, afecto, curiosidad, motivación y autonomía, es lo que los directivos deben cultivar con sus equipos”, reflexiona.

Las normas y planes deben ser vistos como herramientas de gestión, no como fines en sí mismos. El objetivo final de esta mirada transformadora de la educación, que menciona Román, es la formación integral de los estudiantes y la creación de comunidades escolares sólidas y cohesionadas.

La educación está en constante adaptación a la realidad cambiante del mundo actual, promoviendo aprendizajes relevantes, significativos y conectados con la vida de los estudiantes que necesitan habilidades y competencias que les permita enfrentar los desafíos de un mercado laboral global cada vez más exigente.