Humberto Portocarrero, director de Saint Andrews School, enfatiza el valor de medir la calidad educativa en tres dimensiones: contenidos, habilidades y conceptos

24 de julio de 2024, 15:00 PM
24 de julio de 2024, 15:00 PM

Hablar de calidad educativa, en la actualidad, es fundamental porque la educación es un pilar esencial para el desarrollo de cualquier sociedad.  

A lo largo del tiempo, la calidad educativa ha sido entendida de diversas maneras, según Humberto Portocarrero, experto en temas educativos y subdirector del Saint Andrews School, quien participó en el V Foro Internacional de Innovación Educativa FIIE 2024, organizado por la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

Tradicionalmente, se consideraba que la calidad educativa debía ser validada mediante estándares específicos, que los sistemas educativos debían cumplir para ser reconocidos. Estos marcos referenciales establecían criterios que aseguraban que una propuesta educativa cumpliera con ciertas expectativas y requisitos.

Sin embargo, el concepto ha evolucionado, adoptando nuevas perspectivas que consideran el progreso individual de cada estudiante como un indicador fundamental. 

Cómo se mide la calidad educativa

Aunque las pruebas estandarizadas y los estándares preestablecidos continúan siendo herramientas útiles para evaluar ciertos aspectos de la escolaridad, es crucial reconocer y atender las particularidades de cada persona. 

La calidad educativa, ahora, se mide por la capacidad de los sistemas educativos para adaptarse y responder a las diferencias individuales, promoviendo un aprendizaje personalizado que permita alcanzar metas específicas.

“Hay nuevas perspectivas que hablan sobre una calidad educativa que está asociada, simplemente, al progreso educativo que tiene cada persona; (...) es importantísimo el hecho de reconocer que esa persona también tiene particularidades que lo hacen diferente”, indica el experto.

En el contexto de los sistemas de educación regular, cada país establece una currícula base que sirve como referencia para evaluar la suficiencia de los estudiantes. Estas evaluaciones no solo determinan el cumplimiento de los objetivos curriculares, sino que, en algunos casos, influyen en el futuro académico y profesional de los estudiantes. 

En la educación superior, las instituciones deben cumplir con estándares normativos que garantizan la calidad de las carreras ofrecidas, incluyendo certificaciones que avalan la malla curricular.

Portocarrero explica que “hay universidades que marcan estándares normativos de calidad para que las diferentes carreras puedan cumplirlos y lograrlos para tener, aparte del título, una certificación determinada sobre la malla curricular que tienen”.

Una visión holística

La medición de la calidad educativa se ha expandido más allá de los logros curriculares. Actualmente, se evalúan también aspectos como la infraestructura, los horarios, las interacciones y la vivencia de los estudiantes en el campus. 

Esta visión holística de la calidad educativa busca mejorar tanto la propuesta académica como la experiencia general del estudiante.

Las currículas han dejado de centrarse únicamente en contenidos para incluir también el desarrollo de habilidades. Las currículas bidimensionales, que combinan contenidos y habilidades, han dado paso a propuestas tridimensionales que añaden conceptos como un tercer componente esencial. 

Este enfoque garantiza que la educación sea más vigente y relevante, al fomentar habilidades duraderas y conceptos dinámicos que se construyen colectivamente a través de la experiencia y la interacción.

“En la actualidad, han comenzado a darse espacios de creación curricular mucho más modernos y vanguardistas. Ahora encontramos instituciones educativas que reflexionan respecto a las currículas tridimensionales, con tres tipos de componentes, muy importantes: los contenidos, las habilidades y los conceptos”, dice el experto.

Es decir, las metodologías educativas han evolucionado para adaptarse a los cambios. No basta con enseñar contenidos; es necesario desarrollar habilidades mediante prácticas activas y reflexivas. El aprendizaje se enriquece con la tecnología, que facilita la interacción y la personalización del proceso educativo. Las microcapacitaciones y microacreditaciones están emergiendo como alternativas viables y efectivas, incluso en comparación con algunas carreras universitarias tradicionales.

Por ejemplo, según Portocarrero, trabajar habilidades de liderazgo es mucho más que tomar apuntes. La metodología y la forma de aprendizaje tienen que estar enfocadas en que se desarrollen líderes.

Una currícula impulsada por conceptos, permite entender el concepto como una construcción colectiva, según Portocarrero. 

“Nos hemos dado cuenta, en el campo educativo, que cuanta más posibilidad de experimentar tenemos nosotros mismos sobre lo que estamos estudiando nos permite comprenderlo más. Si es que también escucho las perspectivas de otros, con seguridad comprenderé de forma más profunda”, añade.

Portocarrero también reflexiona respecto a que, muchas veces, las instituciones educativas se enfocan más en la enseñanza y trabajan poco el aprendizaje. Pero que el aprendizaje tiene que ser la posibilidad que tiene la persona de interactuar de manera múltiple y con diferentes perspectivas, porque el aprendizaje no es estático sino experiencial.

La calidad educativa hoy en día se mide no sólo por los logros académicos, sino por la capacidad de los sistemas educativos para adaptarse a las necesidades individuales de los estudiantes, incorporando metodologías modernas y tecnológicas que promuevan un aprendizaje dinámico y reflexivo. 

La educación del futuro se perfila como un proceso continuo y personalizado, apoyado por herramientas tecnológicas que facilitan la formación integral y el desarrollo de habilidades esenciales para el mundo contemporáneo.