La fascinación humana por mantener viva la memoria de los que se han ido, ya sea mediante ofrendas, desfiles, altares o restos mortales, es una constante en la historia de la humanidad.

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8 de noviembre de 2024, 13:38 PM
8 de noviembre de 2024, 13:38 PM

La relación con la muerte y el recuerdo de los ancestros toma formas diversas y fascinantes alrededor del mundo, entre las cuales el uso de cráneos o restos humanos como símbolos de respeto destaca como una constante. Desde la celebración boliviana de las “Ñatitas” hasta prácticas en Madagascar o México, las culturas encontraron maneras únicas de homenajear a los fallecidos, desdibujando la línea entre la vida y la muerte.

“El culto a los muertos es un ritual común en muchas culturas, ya que refleja la continuidad de la vida. Estas manifestaciones permiten conectar el mundo de los vivos con el de los muertos, convirtiendo la muerte en una transición”, explica Juan Carlos Núñez, docente de la carrera de Administración de Hotelería y Turismo de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.

En el Tíbet, la práctica ancestral del “entierro celestial” ejemplifica cómo los tibetanos ofrecen el cuerpo humano a la naturaleza, permitiendo que las aves rapaces se lleven los restos al cielo, símbolo de desapego espiritual y comunión con el cosmos. Aunque esta práctica no involucra el uso prolongado de los cráneos como en las “Ñatitas (Bolivia)”, la similitud radica en el respeto por los restos humanos como parte de un ciclo.

“Estos rituales, al integrar cráneos y restos humanos, reflejan una percepción donde la muerte no es el final, sino una presencia constante”, comenta Louis Dupont, director del Museo de los Huesos Humanos y Culturas Funerarias, Francia.

En Madagascar, la ceremonia del “Famadihana” o “revolcar de los muertos” es una celebración en la que las familias desentierran los cuerpos de sus seres queridos, cambian sus sudarios y bailan con ellos, festejando su presencia. Esta práctica, aunque diferente en forma a la boliviana, comparte la idea de que los muertos siguen acompañando a los vivos

Vida Tedesqui, de la Unidad de Patrimonio Cultural del Gobierno Municipal de La Paz, señala que “estas prácticas rituales provienen desde la época prehispánica y se han visto en países como Egipto, México, Ecuador, Bolivia y Perú, y están relacionadas con la vida y la muerte”.

En México, el Día de los Muertos es conocido por sus coloridas catrinas, calaveras de azúcar y ofrendas, donde los altares están llenos de objetos que simbolizan los gustos y la vida de los fallecidos. En contraste con el contacto directo de Bolivia y Madagascar, los mexicanos representan a sus difuntos a través de símbolos y figuras que evocan su esencia.

“El Día de Muertos en México es una celebración vibrante que mezcla tradiciones indígenas con influencias católicas. Se celebra principalmente el 1 y 2 de noviembre y está asociado con la creencia en el regreso de las almas al mundo de los vivos”, dice Núñez.

Durante la Semana Santa, en Filipinas, algunas comunidades realizan procesiones en las que los cráneos y restos humanos juegan un papel visual y simbólico. Estas marchas incluyen figuras y cráneos decorados que representan la dualidad de vida y muerte, con una fuerte influencia de la religión cristiana.

“En la visión andina, los muertos no son vistos como un fenómeno fatalista, sino que cumplen una función social, como la fructificación de los sembradíos; está relacionada con las épocas climatológicas y agrícolas”, comenta la antropóloga Tedesqui.

Al igual que en Bolivia, esta procesión conecta a la comunidad con los espíritus, un recordatorio de la finitud y la trascendencia de la vida. Sin embargo, a diferencia de las “Ñatitas,” estos restos son exhibidos como una reflexión pública de la vida y la muerte, con un enfoque menos familiar y personal, y más comunitario y contemplativo.


Bolivia y las “Ñatitas”

En la festividad de las Ñatitas, que en Bolivia se celebra cada 8 de noviembre, el ritual toma un enfoque profundamente personal, donde los cráneos humanos, generalmente de familiares, se consideran intermediarios entre los vivos y el mundo espiritual.

Decorados con sombreros, flores y cigarrillos, estos cráneos se convierten en figuras protectoras, a quienes los devotos agradecen y solicitan favores, generalmente, en ‘prestes’ (evento popular de la región andina que contempla varias actividades en torno a la devoción a un santo, una virgen u otro).

“El tema de las ñatitas es algo sumamente interesante en la actualidad. Incluso la iglesia Católica flexibiliza las normas, porque antes no permitían que ingresen a la iglesia; actualmente se celebran rituales y celebraciones no católicas. Antes se decía que esta fiesta estaba más asociada con los ladrones, drogadictos y prostitutas; sin embargo, ahora se ha extendido a muchas personas”, señala Tedesqui.

Aunque los rituales de Madagascar, México, Japón y Filipinas guardan ciertas diferencias, todos estos simbolizan una creencia común de que los difuntos no son seres inactivos, sino figuras que habitan junto a sus descendientes, guiándolos y cuidándolos.

“En el Día de Muertos se utilizan elementos icónicos como el pan de muerto y calaveras de azúcar, mientras que en Bolivia se destacan las tantawawas, panes que representan a los muertos y que forman parte integral de la ofrenda”, concluye Núñez.

Cada una de estas tradiciones representa un encuentro entre lo espiritual y lo humano, mostrando cómo distintas culturas encuentran un lenguaje propio para comprender y abrazar la muerte. Desde los restos desenterrados en Madagascar hasta los cráneos decorados en Bolivia, los rituales para honrar a los muertos muestran la universalidad del vínculo entre vivos y fallecidos, adaptado a cada contexto.

“El 8 de noviembre, en inmediaciones del cementerio centenares de personas van y rinden una especie de culto a las ñatitas. Muchos las tienen en sus casas, les colocan nombres particulares y, a través de sueños, dicen que se contactan con ellas”, concluye Tedesqui.

La fascinación humana por mantener viva la memoria de los que se han ido, ya sea mediante ofrendas, desfiles, altares o restos mortales, es una constante en la historia de la humanidad. Estos rituales nos recuerdan que, aunque la muerte sea inevitable, no nos separa completamente de quienes amamos y respetamos.