Fue construida a principios del siglo pasado y adquirida en 1949 por Juan Francisco Alpire. Está en la calle Velasco y aún conserva su estilo arquitectónico

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1 de septiembre de 2020, 14:29 PM
1 de septiembre de 2020, 14:29 PM

Como sacada de una película con un guión de Gabriel García Márquez, en la que el escenario es una casona, de aquellas que el tiempo afectó pero no tumbó, donde las hojas secas de los árboles son arrastradas por el viento y se escucha el trinar de los pájaros. Tan original es la casona de la familia Alpire, situada en la céntrica calle Velasco # 449, que conserva buena parte de su estructura y estilo arquitectónico y que se encuentra habitada por la segunda y tercera generación de los propietarios.

Santa Cruz de la Sierra sufrió algunos cambios en sus edificaciones a fines del siglo XIX y principios del XX. Gracias al auge de la explotación de la goma en Beni, en el que participaron muchos cruceños a los que les generó buenos ingresos económicos, se construyeron grandes y elegantes casas en la ciudad.

Muchas de ellas tenían un estilo ecléctico, mezcla del neoclásico italiano, francés y español, con algo de modernismo. Eran de una o dos plantas, con dos o tres patios, rodeada por pasillos, horcones y habitaciones. A pesar de que la ciudad estaba aislada y era difícil traer material fino, los constructores se aprovisionaban desde Sucre, La Paz, Potosí, Buenos Aires y hasta París y Madrid.

Así fue como el paisaje urbano cruceño cambió un poco. Sobresalían algunas casas por sus fachadas elegantes, sus grandes portales y hasta sus aceras nuevas para la época, todas construidas con materiales finos. 

Casona de los Alpire

El directorio del tradicional Círculo de Amigos de principios del siglo XX mandó a construir su sede social en un terreno situado en la calle Velasco, tan grande que alcanzaba a la calle de atrás, la Colón. Fue una edificación de una sola planta, con tres patios, moderna para la época.

En 1949, el abogado Juan Francisco Alpire López compró dicho inmueble, para habitarlo con su familia, con su esposa Julia Ascarrunz y sus ochos hijos, que luego de casarse llevaron ahí a sus cónyuges. Conforme iban llegando los nietos se iban acomodando en la casa, que también empezó a agrandarse ante la necesidad de más espacio, cuenta Nelson Alpire, nieto del dueño original.

Una vista del interior de la vivienda /Foto: Jorge Ibáñez

La fachada de la casa nunca cambió. Hasta el momento conserva su diseño original. Es imponente, de color blanco, con un portón central de dos hojas, dos más pequeñas a los costados y varias ventanas.

En la primera parte del inmueble destaca su patio rodeado de altos horcones, con un aljibe central y varias troneras, que son desagües que llevaban a unos canales el agua de las lluvias. Esa era la parte principal de la casona, donde se encontraba una sala grande, una cocina y un comedor bien espacioso porque la familia la integraban varias personas, un escritorio y una biblioteca donde funcionaba el bufete del doctor Alpire, además de tres dormitorios amplios.

La segunda parte de la casa y siguiendo con el mismo estilo arquitectónico, tenía un patio central rodeado de horcones. Había tres dormitorios, un comedor y cocina, además de baños para el uso de todos los que vivían ahí.

Toda la casa tenía piso de ladrillo cerámico fino y mosaico, que se lavaba y quedaba brillante, además que era fresco para contrarrestar las altas temperaturas de la ciudad.

El tercer patio, también llamado canchón, era de tierra. Había varios árboles, la mayoría de ellos frutales, de los que solo sobreviven un motoyoé y un guapomó. Nelson Alpire cuenta que siendo chico conoció ahí un gran tamarindo, había un bibosi en motacú y otras plantas, que el tiempo se llevó.

Había un cuarto espacio, que eran terrenos que colindaban con la calle Colón, en los que el doctor Alpire permitió que otras personas de escasos recursos y trabajadores construyan allí sus viviendas sencillas, que después quedaron separadas de la casona central de su familia. Había un zapatero y un hojalatero que hicieron de ese espacio su hogar.



Los muebles de la casa tamb
ién eran elegantes, muchos de ellos traídos del exterior y elaborados en madera mara. Aún se conserva un juego de comedor, vitrinas donde se guardaba la vajilla, el escritorio del doctor Alpire, con algunos de sus libros y sus papeles de trabajo de abogado. También queda el living, con sus sillones.

Casi todos los habitantes de la ciudad de aquella época, mediados del siglo XX, conocían al doctor Juan Francisco Alpire. Relata que cuando él salía a caminar por la ciudad lo hacía de elegante terno de lino inglés, corbata y sombrero. Era amable y saludaba con cortesía a todo el que se topaba en la calle.

Era la Santa Cruz de la Sierra de calles de tierra, transitada por carretones jalados por bueyes, que traían los alimentos del campo. Muchos se movilizaban a caballo y la mayoría de la gente se conocía, a pesar de las diferencias sociales y económicas.

El auto de los Alpire

Una de las grandes novedades que poseía el doctor Alpire era su automóvil, un Studebaker modelo 1950, de fabricación estadounidense, que hizo traer a la ciudad solo para pasear. Cuando lo conducía la gente lo miraba con admiración,  los chicos lo seguían corriendo y los más osados lo tocaban.

Algunas personas le tenían miedo al auto, por el ruido que hacía y porque no era muy usual ese tipo de transporte en tierras cruceñas. Era toda una sensación verlo recorrer las calles polvorientas del centro de la ciudad.



El motorizado quedó estacionado en el garaje. /Foto: Jorge Ibáñez


Nelson cuenta que doña Julia Ascarrunz enfermó gravemente el 6 de agosto de 1952, su esposo la llevó en su auto al hospital, pero lamentablemente ese día falleció. Desde entonces la vida cambió para toda la familia, se había ido la matriarca.

Nunca más se utilizó el Studebaker. Quedó estacionado en su garaje al ingreso de la casa y jamás se movió. Iba un mecánico a limpiarlo y hacerle mantenimiento, pero nada más. En señal de homenaje a su esposa, su dueño decidió que nadie lo manejara ni que fuera sacado a la calle. Y ahí está ahora, como testigo de una época en la que Santa Cruz de la Sierra era un pueblo perdido en la selva.

Juan Francisco Alpire siguió ejerciendo su profesión y no se volvió a casar. Falleció el 21 de agosto de 1971 a consecuencia de un paro cardiorrespiratorio.

Los descendientes de este personaje cruceño crearon la Fundación Doctor Alpire, que se dedica a difundir los valores cívicos, sociales y morales que él pregonaba. Tienen previsto publicar un libro sobre su vida y su obra.

El doctor Juan Francisco y su esposa doña Julia Ascarrunz tuvieron ocho hijos, que les dieron 13 nietos y 12 bisnietos.

La casona de la calle Velasco fue declarada por la Alcaldía Patrimonio Arquitectónico de la Ciudad, por su valor artístico e histórico. El paso del tiempo la ha afectado y deteriorado, los integrantes de la familia Alpire expresan que desean que sea restaurada y que si es posible allí se implemente un museo, en el que se muestre cómo se vivía en Santa Cruz de la Sierra a principios del siglo XX.