Su muerte, relacionado con el narcotráfico, conmocionó a la población. Su legado permanece

5 de septiembre de 2022, 18:56 PM
5 de septiembre de 2022, 18:56 PM

Este 5 de septiembre se cumplen 36 años de la muerte del científico e investigador Noel Kempff Mercado, asesinado en la serranía de Huanchaca en medio de una expedición en la zona. Conocido por la investigación de la flora y fauna, y por ser un hombre visionario para su época, Santa Cruz conserva parte de su legado. 

El año pasado, EL DEBER, a través de la revista Extra, dedicó un especial sobre la vida de este ilustre cruceño. A continuación, un resumen de lo publicado para recordar su vida, su expedición, su deceso y la captura de algunos de los le quitaron la vida.

¿Quién era Noel Kempff Mercado?

Noel Kempff Mercado nació el 27 de febrero de 1924 en Santa Cruz de la Sierra. Era hijo del médico alemán Francisco Kempff y de la cruceña Luisa Mercado. Tuvo cuatro hermanos, Rolando, Manfredo, Enrique y Nelly. Se casó con María Eddy Saucedo Justiniano y fue padre de Francisco Noel, Ana Bely, María Leny, Selva Lorena y Tania Isabel.

Quienes lo conocieron coinciden en destacar su carácter sencillo, su honestidad, pero sobre todo, su espíritu curioso que lo llevó a profundizar en la flora y la fauna del oriente boliviano y a encarar otras investigaciones que lo convirtieron en el referente obligatorio de científicos nacionales y extranjeros.

“Era un hombre ordenado y metódico. En investigación no se puede ser serio si no se hace notas y se es ordenado y él siempre iba apuntando las cosas. Era una persona extraordinaria de la cual no nacen muchas, porque unía a su sencillez su conocimiento, su disposición de ayudar, su capacidad de trabajo, su organización y su visión estratégica del futuro. La prueba es lo que dejó”, contó Castroviejo en 2011 a EL DEBER.

Casi desconocido es que sus primeras publicaciones fueron de Geología. Una de ellas está dedicada a los yacimientos de mica en San Pedro, de la provincia Ñuflo de Chávez, y otra acerca de las características geológicas de Santa Ana de Velasco.

Tiempo después (en los años 50) incursionó en la apicultura y se fue a vivir al campo. Algo poco convencional para una persona que había estudiado Contaduría, pero nada extraño para sus amigos y familiares, que conocían su interés en los bosques y la zona rural, que él tenía desde niño.

Kempff terminó impartiendo las cátedras de apicultura, horticultura y jardinería en la Escuela de Agronomía de la capital cruceña. Durante siete años ayudó a formar una nueva generación de agrónomos. A la par, el naturalista empezó a publicar artículos de sus investigaciones acerca de las abejas. Desde la extracción de miel hasta trabajos realizados con abejas silvestres. Cerca de una treintena de artículos dedicó a este tema durante más de dos décadas. 


Noel Kempff Mercado estudió la fauna y la flora del oriente boliviano


La semilla del explorador científico ya había germinado en él y empezó a viajar por el territorio nacional buscando nuevas especies de flora y fauna e interesándose en la vida silvestre de todo el país. Resultado de esas indagaciones fueron libros sobre Los ofidios de Bolivia, La flora amazónica de Bolivia y el de Aves de Bolivia, entre otros estudios, como el ‘mapa’ de las principales especies de peces del departamento. 

En 1965 fue nombrado proyectista y director del Jardín Botánico de Santa Cruz, actividad a la que dedico mucho tiempo y esfuerzo. Luego de la destrucción del primer jardín botánico en la riada de 1983, el investigador se dedicó a conseguir los terrenos y proyección de uno nuevo. No descansó en ese empeño hasta que se pudo concretar la iniciativa y hoy la ciudad cuenta con un jardín botánico camino a Cotoca. 

A él también se debe la arborización de las principales calles de la ciudad, ya que fue nombrado director de Parques y Jardines por la municipalidad y en su gestión se plantaron tajibos, toborochis, jacarandá y otras especies que han permitido a la capital cruceña tener árboles floridos todo el año. Más conocido fue su papel en la creación y dirección del zoológico cruceño. En su tiempo fue considerado por los especialistas como uno de los mejores y más completos de fauna sudamericana. 

El prestigio que había ganado hizo que en 1985 la Academia Nacional de Ciencias de Bolivia lo nombrara miembro de número. Incansable, como era, dedicó esfuerzos a gestionar la creación de los parques Amboró y Caparuch; este último hoy lleva su nombre y lo pensó como un proyecto binacional entre Bolivia y Brasil, para lo que estableció contactos con el doctor en botánica Paulo Windisch. 


La Escuela Nacional de Ciencias lo nombró miembro en 1985


Con más de 60 años seguía teniendo el mismo afán investigativo de joven y en cada viaje grababa los sonidos de aves y otros animales de la selva que, con su magnetófono, se dedicaba a recolectar. “Se levantaba a las 4:00 y a las 5:00 ya estaba dentro de la selva identificando las voces de las aves, los ruidos de los animales o mirando las huellas que ellos dejaban”, contó años atrás el documentalista Rubén Poma, que lo acompañó en varias de sus expediciones por la geografía cruceña.

Así se gestó la expedición zoológica hispano boliviana 

En 1980 Noel Kempff Mercado realizó, junto a Günter Holzman, un viaje a lo que por entonces era el Parque Nacional Huanchaca, para explorar las cataratas del río Pauserna, una zona a la que se puede acceder solo en ciertas épocas del año. 

Luego de recolectar importantes datos de su flora y fauna presentó ante las autoridades el proyecto de creación del Parque Bi Nacional Caparuch, que abarcaría toda la zona de Huanchaca y la Serranía Ricardo Franco en el lado brasileño. La región, ubicada a 600 kilómetros al noreste del departamento de Santa Cruz y dentro de las provincias Velasco e Iténez, fue una de las que más impresionó al británico Percy Harrison Fawcett, que a principios del siglo XX fue contratado por el gobierno boliviano para establecer los límites con el Brasil. 

Fueron las descripciones de uno de los sitios del parque, lo que le serviría de material a su amigo, el escritor Arthur Conan Doyle, para escribir El mundo perdido, relato considerado un clásico de la literatura. En 1985 a través de gestiones del biólogo español José Cabot Nieves, Kempff propuso la idea de que un equipo hispano boliviano realizará una expedición zoológica con fines científicos a esa zona. 

Noel Kempff Mercado en una de sus últimas fotografías, recorriendo el parque que hoy lleva su nombre


“El empeño del profesor era dar a conocer los múltiples valores naturales del Parque, elaborar un plan de gestión del espacio protegido y acometer el estudio de sus recursos naturales. Acariciaba también la idea de convertirlo, en un futuro no muy lejano en reserva binacional, al objeto de hacer más efectiva su protección… Pensaba acertadamente que lo primero era realizar un inventario de sus ricas y desconocidas fauna y flora, y darlos a conocer”, cuenta Cabot Nieves, en el libro que dedicó a la frustrada expedición. 

Con el aval del director de Javier Castroviejo, director de la Estación Biológica Doñana, se pusieron en marcha las gestiones del proyecto, que se concretó a mediados de 1986. El 19 de agosto de ese año partía hacía el Parque Huanchaca la expedición de investigadores españoles y la contraparte boliviana, sin sospechar los dramáticos sucesos que luego ocurrieron el 5 de septiembre.


La enseñanza y formación de agrónomos fue otra pasión de don  Noel Kempff Mercado


Muerte y dolor en Huanchaca

La mañana del último jueves de agosto de 2021, Julio Kempff, Marcelo Somerstein, Mario Áñez y Richard Parada se sientan alrededor de una mesa en EL DEBER. Desde Croacia, vía Zoom, espera Lorena Kempff. Estas cinco personas están unidas por un mismo recuerdo que revivieron en una extensa entrevista: el 5 de septiembre de 1986 las balas del narcotráfico pusieron fin a una expedición que se había iniciado apenas una hora antes. Una mafia asesinó a Noel Kempff Mercado, a Juan Cochamanidis y a Franklin Parada.

La expedición

El científico cruceño Noel Kempff Mercado había planificado durante dos años una expedición a un parque nacional que permanecía casi virgen. Una zona de cerros verdes, que entonces se conocía como Huanchaca y que estaba llena de especies de flora y fauna por descubrir. 

El territorio (actualmente Parque Nacional Noel Kempff Mercado) tiene una extensión de 550.000 hectáreas y está a 200 Km al norte de San Ignacio de Velasco. El plan era subir por un farallón y llegar a una meseta donde un grupo de biólogos y guías permanecería por lo menos 15 días. El estudio contaba con el apoyo de la Estación Biológica Doñana, de España, que había enviado naturalistas para colaborar en el trabajo de Kempff Mercado.

Marcelo Somerstein era dueño del aserradero Moira, ubicado a 50 Km del parque nacional. Era buen amigo de Kempff Mercado y cuando supo de sus planes le ayudó en todo lo que pudo. A la meseta se podía llegar escalando a pie, pero sería difícil con todo el equipamiento que querían llevar (algunos biólogos ya habían subido por el farallón y sufrieron bastante). La mejor opción era hacerlo por aire. 

A cinco kilómetros del aserradero estaba la comunidad La Florida, donde había una pista de aviones. Somerstein les propuso a los investigadores que partieran desde ahí. “En el aserradero no queríamos tener una pista por los problemas que podría ocasionar con las actividades ilícitas”, menciona Somerstein. 

Esas actividades eran tanto el tráfico de madera como la producción de cocaína, que se sabía estaban desarrollándose por algunas zonas de ese extenso territorio. Un día, el entonces Centro de Desarrollo Forestal (lo que hoy día es la Autoridad de Bosques y Tierras) sobrevoló en helicópteros Huanchaca en busca de piratas de madera brasileños. Don Noel aprovechó la ocasión para pedir que una de las naves volara por donde quería instalar su campamento. “Cuando estaban por volver de esa inspección vieron una pista, pero el combustible no les dio para ir a verificarla. Esa era la famosa pista donde ocurrieron los hechos”, recuerda Somerstein. 

El profesor Kempff estaba contento de haber encontrado una pista de aterrizaje que le facilitaría las cosas.

Su entusiasmo por iniciar el trabajo era superior a las sospechas de lo que podía pasar en aquel lugar. Su hija, Lorena Kempff, recuerda ese fervor que invadía a su padre, también menciona que el tema del narcotráfico por esos paisajes siempre estuvo presente: “Por esa época mi padre tuvo información de que la gente de la zona había sido alertada sobre una redada en busca de droga. Él se molestó, dijo que cómo era posible que hicieran ese tipo de operativos anunciándolos”, dice Lorena. 

“El aserradero estaba establecido ahí desde 1981. Del aserradero hasta donde ocurrieron los hechos había 140 Km. Nosotros oíamos volar avionetas todo el tiempo pero no les prestábamos atención porque en todo el oriente boliviano pasan avionetas”, acota Somerstein. 

La mañana del viernes 5 de septiembre había mucho movimiento en la pista de La Florida. 18 personas serían parte de la expedición. La avioneta que realizaría el primero de los viajes llevando a la gente hasta la meseta de Huanchaca estaba lista. Era una Cessna 206 monomotor perteneciente al Vicariato de San Ignacio de Velasco, el piloto era Juan Cochamanidis. En ese primer vuelo irían el guía Franklin Parada, el biólogo español Vicente Castelló y Noel Kempff Mercado.

 A las 10:00 partieron con una radio sin baterías (la de la avioneta no funcionaba). Esa fue la última vez que tuvieron contacto con ellos. 

La incertidumbre

En un capítulo del libro La expedición zoológica hispano-boliviana a la serranía de Huanchaca, el doctor español José Cabot, amigo de Noel Kempff y quien organizó al grupo que llegó desde su país a Bolivia, describe lo que sucedía en La Florida mientras esperaban el regreso de ese primer vuelo: “A medida que transcurría el tiempo la inquietud aumentaba (…)

Al oscurecer no había habido todavía ninguna novedad. Durante la espera se barajaron diversas conjeturas para explicar el retraso: que una rueda del aparato tal vez se podría haber pinchado, o que aunque desde el aire la pista parecía buena, al tomar tierra podrían haber encontrado termiteros o mucha vegetación, en cuyo caso Vicente y Franklin estarían tardando en limpiar el terreno para el despegue”. 

La incertidumbre aumentaba cuando recordaban que estaban incomunicados. La mañana del sábado 6 de septiembre se empezaron a hacer llamadas para iniciar la búsqueda de la avioneta (tenían que pasar 24 horas para poder reportarla como desaparecida). Aquí es donde entra en acción el piloto Mario Áñez. 

Áñez tenía 15 años de experiencia, había sido piloto militar y después fue contratado por una empresa petrolera. Era experto en rescate y auxilio de víctimas de accidentes aéreos. Somerstein lo llamó el sábado a las 7:00 y le explicó la situación. Áñez, que estaba en Santa Cruz, tomó el único avión que le quedaba y llegó a La Florida. Desde ahí hizo un plan de vuelo hacia la zona con dos aviones más pequeños que lo alcanzarían minutos después. Su experiencia le permitió diseñar la estrategia y dividir el área del parque en tres, por donde volaría cada una de las naves. 

Una vez hecha la planificación, cerca al mediodía, estaba listo para despegar acompañado de su copiloto y además con Róger Bazán, de la extinta Cordecruz, Carlos Vaca Díez, yerno de don Noel y el biólogo español Curro Braga. Despegaron en el bimotor. En el aserradero Moira ya cundía la preocupación y la angustia, pero también la esperanza. Eran cerca de las 13:00 cuando la aeronave piloteada por Áñez se aproximó a la zona donde tendrían que estar Kempff y los demás. 

Áñez aún recuerda cada momento de ese sobrevuelo, de esa llegada: “Bazán me dice: ‘Eso de allá creo que es una pista’. Yo no la había visto. Hago el viraje, confirmo que era una pista, pero nos quedaba la duda de si era la que buscábamos. Estábamos un poco lejos, me dirigí rápidamente hacia allí. Medía unos 1.100 metros. Era una pista limpia, de terreno rojizo y en ella había un avión quemado. Por radio doy las características de la nave y me confirman que era la de don Noel. Marcelo me pregunta qué ha podido pasar. Le respondo que a veces en el encendido suceden esas cosas, pueden haber explosiones. 

Ya habíamos dados tres vueltas por la zona cuando Carlos Vaca Díez dice: ‘Ahí están’. Tres personas caminaban a 50 metros del avión. Me alivié. Para cerciorarme mejor di otra vuelta. Ya no los vimos. Aterrizamos saltando el avión. Era tan pequeña la pista que nos detuvimos al final de ella. Aterrizamos en los 500 metros que dejaba el avión siniestrado. Cuando estaba por dar la vuelta para ir hacia el avión vemos a alguien a unos 100 metros, sobre un pequeño montículo de tierra. Hace gestos como de saludar, pero al mismo tiempo como de empezar a correr. El español que iba con nosotros grita ‘Es Vicente’. Pregunto por radio cuántas personas buscábamos y me responden cuatro.

Nos reconfortamos porque ya habíamos visto a tres y con el español estaban todos. Habían sobrevivido. Castelló seguía sin acercarse. Apago el motor derecho para que su colega se baje y lo llame. Curro baja, Castelló corre hacia él como desesperado y veo cómo se abrazan efusivamente. Yo no entiendo nada. Los llamo y Castelló, llorando amargamente me dice: ‘¡Capitán, los han matado a todos! ¡Los narcotraficantes los mataron’!. Yo le digo: ‘Pero hemos visto tres personas junto al avión’. Castelló, sin poder contenerse replica: “Son los criminales que me están buscando’. 

Rápidamente les ordeno a ambos que se suban y Castelló me muestra el cuerpo de Cochamanidis, casi lo piso con el avión. La pista hacía un pequeño declive hacia la cabecera donde nosotros estábamos. Eso no permitió que los matones, que seguramente estaban agazapados, vieran al español subir al avión. Quizás ellos creyeron que íbamos a bajar y nos cazarían como a palomas. Yo avanzo hacia donde está el avión quemado y desde ahí emprendí el despegue. Casi nos accidentamos por el peso y la temperatura que tenía ese lugar: más de 40 grados y estábamos con unos 250 kilos de sobrepeso. Todo eso lo relataba por la radio. 

En el aserradero ya sabían de la noticia de que tres personas estaban muertas y nadie se animaba a preguntar quién era el sobreviviente. Fue Somerstein quien lo hizo, yo le respondí: ‘El español’”

Las revelaciones de Castelló 

Ese mismo sábado por la noche Castelló dio una única revelación sobre los hechos ocurridos a la familia de Noel Kempff. El biólogo relató que, cuando sobrevolaban la meseta para buscar aterrizar en la pista, él vio algo que lo incomodó: carpas que lo hicieron pensar que allí había ‘actividad’. 

Un temor se apoderó de él y pidió regresar. Cochamanidis y Parada lo tranquilizaron. El monomotor aterrizó a las 10:30. Bajaron los cuatro y percibieron el peligro: manchas de combustible frescas, huellas de un tractor. El piloto Juan Cochamanidis y y el guía Franklin Parada decidieron internarse en el bosque a ver qué encontraban. 

Castelló y Kempff esperaron en la avioneta. Kempff escuchó el canto de un ave que durante años quería grabar. Saca su grabadora del avión y estando en ello ve y comenta: “Mira, fueron dos y están viniendo cuatro”. 

El piloto y el guía caminaban adelante y detrás estaban dos personas, una de ellas con una metralleta y la otra con una escopeta. Los seis estaban reunidos junto al pequeño avión. Castelló trató de explicar su presencia allí, pero en su interior se iba dando cuenta que quizás salir con vida no iba a ser posible. 

Los hombres armados se veían tensos. El profesor Kempff les quiso explicar que ellos eran investigadores y esta palabra indignó más a la pareja que resguardaba ese lugar, ya que pensaron que se trataba de un trabajo de la Policía. 

En un momento de esos, Parada, quien llevaba la camisa a medio abotonar, con el pecho descubierto para airear más el físico, hizo un movimiento brusco, metió la mano por la zona de la costilla por la picada de algún insecto o una cosa así. Uno de los hombres armados se asustó o alteró con esa acción y le disparó al guía, quien cayó al suelo. 

Kempff reacciona: “¿Por qué hacen eso?” y también cae abatido. Cochamanidis y Castelló en el instante de los disparos corrieron hacia el final de la pista. El español supera en velocidad al piloto, quien es alcanzado por las balas. Castelló se pierde de la vista de los sicarios cuando se introduce en el monte selvático y se camufla debajo de matorrales y bejucos. 

Fueron horas las que estuvo allí, inmóvil, escuchando cómo los asesinos se acercaban hasta donde estaba para luego alejarse y después acercarse nuevamente.

Hasta que el silencio reinó. Y se quedó ahí, solo, con el terror a cuestas. Cerca de las cinco de la madrugada sale a inspeccionar y se encuentra con el cuerpo inerte de Cochamanidis y logra visibilizar la avioneta, a la que le habían prendido fuego. 

Castelló esperaba el milagro, el rescate. Se siguió ocultando hasta que escuchó el motor de un avión. Podía ser alguien que iba a rescatarlos o podía ser una nave del narcotráfico. Y solo cuando la tuvo a 100 metros y su compañero lo reconoció creyó en su salvación. 




Parque Noel Kempff Mercado reúne cientos de especies nativas de flora y fauna

El destino de Franklin 

Castelló contó que vio caer a Parada, por eso causó sorpresa cuando tres días después de los asesinatos llegaron a buscar los cuerpos y no encontraron el del guía. Un hálito de esperanza invadió a la delegación. Lamentablemente su cadáver fue encontrado 11 días después con varios tiros por la espalda, lejos del epicentro de la tragedia.

Julio Kempff encontró junto a la avioneta quemada un reloj con un impacto de bala. Teorizando, cree que Franklin sobrevivió al primer ataque y que, mientras los asesinos perseguían a los otros, Franklin se levantó, sacó un salón calibre 22 de la avioneta y logró meterse al monte. Estando ahí, cuando se sintió acorralado, realizó un disparo que le dio al reloj de uno de sus victimarios. Empero, cuando hallaron el cuerpo del guía notaron que aparte de las huellas de los disparos, tenía señales de tortura.

Franklin Parada dejó un hijo huérfano de seis años, Richard Parada, quien aún se hace preguntas. Él tuvo que vivir sin su padre, solo con recortes de diarios y libros que le den una explicación.

Falta de reacción 

A la desazón producida por la terrible noticia de la muerte de Kempff, Cochamanidis y Parada se sumó con el correr de las horas la indignación y la incredulidad ante la falta de reacción de parte del Gobierno de Víctor Paz Estenssoro. 

El entonces ministro del Interior, Fernando Barthelemy, puso varias excusas para no hacer toma inmediata del lugar de los hechos; una de ellas: la de un avión Araba de la Fuerza Aérea que no tenía batería. La misma Administración de Control de Drogas de Estados Unidos (DEA), que operaba en Bolivia y contaba con helicópteros adecuados para esas acciones, se durmió en sus laureles. Fue tanto el abandono estatal que, finalmente, cuando se dio el visto bueno para acudir al lugar de los hechos, el lunes, –dos días después de que se denunciaran-, el entonces comandante de la Fuerza Aérea Boliviana pone bajo bandera al piloto civil Mario Áñez y le dice que él liderará dicha operación de toma del lugar.

Una vez arriban a la meseta, el equipo enviado por el gobierno no colaboró en nada con el levantamiento de los cuerpos, que quedó en manos del sobrino de Noel, Julio Kempff. 

“Desde el momento en que se supo el informe de Mario de que había habido un triple crimen allá, nosotros esperábamos de que las autoridades hagan algo. No reaccionaban y le echaban la culpa a ese Araba”, rememora Kempff y agrega: “No era negligencia, era encubrimiento y lenidad. El Gobierno, intencionalmente demoran todo para darles tiempo a los narcos de que saquen a los que estaban trabajando ahí”. 

La fábrica donde cayeron los investigadores tenía una producción de droga que fue la más grande del país hasta entonces. Facturaba millones de dólares semanalmente. El caso denominado Huanchaca sirvió para señalar el gran problema del narcotráfico que asolaba Bolivia, pero a costa de destruir familias inocentes. 

Fue después del cambio de gobierno, cuando Jaime Paz Zamora era presidente, que capturaron a los dos hombres que dispararon. Lorena Kempff llega hasta la cárcel porque le dijeron que ellos querían hablar sobre lo sucedido: “Yo me encontré con uno de ellos, pero lamentablemente fue un encuentro muy emotivo, porque al final estábamos frente a frente, pero había una historia muy dura entre medio y no fue posible hablar. Lo único que decía el señor era: ‘perdón, perdón’. Volví al día siguiente y me encuentro con el problema de que su abogada le había dicho que no hable. Quería condiciones. Dije que con condiciones nosotros no podíamos hacerlo porque no íbamos a negociar nada”.

Richard Parada recuerda haber recibido una llamada por esa época en que apresan a los asesinos, una voz le dice que si él lo ordenaba se harían cargo de los que mataron a su padre, que estaba fácil en la cárcel. “Toda mi vida ha sido un por qué. Yo tenía 6 años cuando ocurrió y siempre me llenaba de tristeza, de rabia. Empezó a cambiar ahí también mi vida. Cuando me llaman yo voy y le digo a mi madre lo que me dijeron, ella me dice: ‘No hijo, ¿Qué podés sacar? La maldad no se paga con maldad. De repente ellos no tuvieron la culpa. No hagás eso si querés vivir toda tu vida con el corazón limpio”, y Parada no tuvo más esa sed de venganza. 

Lorena Kempff pide que se valorice el legado de su padre, sobre todo en estos tiempos donde el medio ambiente está en un periodo difícil.

Captura de los asesinos 

Tres meses antes de que se cumplieran los siete años de los asesinatos de la serranía de Huanchaca, el ministerio del interior, en ese entonces a cargo de Carlos Saavedra Bruno, presentó en conferencia de prensa a los brasileños Antonio Costa (Balao) y Almiro de Souza (Miró) como los autores confesos del crimen que conmocionó al país. 

De acuerdo a las declaraciones de Costa (27) y De Souza (45) dos meses antes les habían comunicado a todos que se vayan y ellos quedaron resguardando el lugar. Costa contó que el día del asesinato, además de ellos, había un boliviano más del que dijo no recordar su apodo. 

De Souza confesó que fue el que disparó contra Noel Kempff en dos oportunidades y que incendió la avioneta, que estaba drogado y que ese asesinato le había afectado la cabeza. “Yo siempre me sueño con esto, ya he quemado unos 30 paquetes de velas por eso es que quiero pagar lo que hice”, declaró. 

Costa por su parte dijo que uno de los que había matado quedó al final de la pista. Para escapar del lugar fueron ayudados por el boliviano Francisco Renner Aguilera y el piloto brasileño Eduardo Charbel. ¿Cómo fue que se llegó a dar con ellos? y ¿cómo se verificó que eran los autores materiales del triple asesinato? son preguntas que varios años después desvela Saavedra. 

Carlos Valverde, que era jefe de seguridad del ministerio del interior viene un día y me dice que hay un militar que tiene información de que los asesinos de Noel Kempff estaban en Cuiabá, Brasil. Entonces me hace un resumen de lo que conocía. Al principio estuve susceptible, pero cada vez mostraba más seguridad de lo que decía”, cuenta Saavedra, que toma la decisión de ir a Brasil para hablar con el ministro de justicia, del gobierno de Collor de Mello, que era Bernardo Cabral. 

Le explica la importancia de la figura de Noel Kempff en Bolivia y le cuenta toda la historia. Cabral entonces lo pone en contacto con Romeo Tuma, que era director de la Policía Federal, que se compromete a mantenerlo informado. “No pasó ni dos meses que me llama y me da los antecedentes de los investigados y me confirma que estuvieron en Bolivia durante un par de años, pero que no podían detenerlos, porque ya habían cumplido sus condenas en Brasil. 

Sin embargo, continuaron siguiéndole el rastro a Costa y De Souza, y tomaron diversas imágenes de ellos y sus actividades. “Era lógico que el único que los podía reconocer era Castelló, entonces me contacto con el embajador de España y le pido que se autorice su venida al país. Él hizo la consulta y me indicó que el biólogo no quería volver a Bolivia”.

Frente a la imposibilidad de traerlo, Saavedra decide ir a buscarlo a España y logra convocarlo a través del ministro del interior. En la entrevista Castelló no logra reconocerlos. Un sicólogo del ministerio le indica que las personas que han tenido un drama de muerte, como la que vivió el biólogo, anulan ese recuerdo. Sin embargo, hacen un intento más a través de un dibujante en base a las fotos los retrata más jóvenes, pero tampoco los reconoce. “Yo los borré. No se olvide que salí escapando y estuve escondido en la mata. No se imagina cómo quisiera ayudar”, me dijo. 

Siguieron con las investigaciones hasta que tienen más datos que son ellos. “Como constantemente cruzaban la frontera, le indico a Valverde que prepare una avioneta para agarrarlos cuando estén en territorio boliviano. Así lo hicimos y los trajimos a Chonchocoro. Uno de ellos pidió un padre para confesarse. 

El sacerdote dijo que lo que contó fue en secreto de confesión. Insistimos y le preguntamos ¿Pero fueron ellos? y se quedó callado. Lo entendimos como una señal y los interrogamos sin tortura, porque con presión pueden afirmar cualquier cosa. Esa misma noche cuentan todo y al otro día le comunico al presidente y le pido que la presentación sea en Santa Cruz y acepta. Tres meses después dejé el cargo y ya el caso quedó en manos de la justicia”, concluye Saavedra.



Un busto en homenaje a don Noel Kempff 


Caricaturas de don Noel Kempff Mercado y fotografías del parque que hoy lleva su nombre