Millones de fans y de dólares. El K-Pop es un fenómeno en expansión

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31 de diciembre de 2018, 13:22 PM
31 de diciembre de 2018, 13:22 PM

Se le quiebra la voz y se le caen las lágrimas cuando recuerda el silencio sepulcral que marcó el fin del concierto de BTS al que asistió en Chile. Esperó meses por él, tres de ellos para comprar las entradas, se asoleó, ahorró. Y todo fue tan fugaz. Lorena Escóbar (20), de Cochabamba, fue solo una de las demolidas fans que formaron un mar de llanto en el Movistar Arena en Santiago.

Patricia Muñoz, madre de Ana Paula Chávez (16), quedó con la boca abierta de ver la devoción adolescente: “Ni siquiera había empezado el concierto y se desmayaban de la emoción, pero se perdieron el show”, dice al recordar cuando acompañó a su hija, como regalo de 15 años.

BTS es el grupo rey del género musical que empezó en los 90 y que se ha traducido en una millonaria industria apoyada por el gobierno de Corea del Sur, que también recibe su parte. Melodías pop con letras coreanas y en inglés, generalmente con mensajes positivos, no solo generan millones de emociones, también de dólares.

Un fenómeno

Según una nota publicada por la agencia AFP, solo el grupo BTS genera cada año más de 3.600 millones de dólares para su país, resultado equivalente al de 26 medianas empresas surcoreanas. BTS fue el primer elenco de K-pop en llegar al número 1 de la lista Billboard, y además en tener cabida en la revista de los poderosos de turno, Times.

Unos 800.000 turistas eligieron como destino Corea del Sur el año pasado gracias a BTS, lo que representa más del 7% del número total de visitantes.

Las exportaciones asociadas, ya sean de ropa, cosméticos o productos alimenticios, pesaron más de 1.000 millones de dólares.

Es que el K-pop no es solo música, tiene un montón de ramificaciones más, como los suvenires, las membrecías renovables, películas, etc. Precisamente, este 26 de enero se llevará a cabo el estreno mundial de Love yourself, filme inspirado en BTS, uno de los muchos grupos de K-pop, pero que actualmente arrasa.

Patricia recuerda que en su ida a Chile, su hija le pedía unos abanicos con la cara de los artistas. Cada uno costaba 10 dólares (los integrantes eran siete), a eso se suman gorras de 50 dólares, membresías de Bs 1.000 al año. Costo aparte para la economía adolescente.

María Fernanda Alcócer (17), del Club de fans Armys Santa Cruz, vende chocolates, deja de desayunar, todo para pagar su membrecía anual de Bs 1.000, la misma que le da privilegios a la hora de comprar entradas que se agotan en minutos, y además le permiten subir de nivel para chatear con sus cantantes favoritos, pero en coreano, por eso aún no ha sacado el jugo al fruto de sus esfuerzos.

Nada de cultura urbana

Especialmente en Bolivia, no parecen muchos, pero a nivel mundial, los seguidores del K-pop son contribuyentes de toda una economía. Es tal el grado de fidelización lograda por los grupos, que por muy caros que sean los artículos asociados, los fans se esfuerzan por comprar originales en tiendas virtuales. “Cada vez que hacen un tour crean mercancía de edición limitada que no se encuentra después. Nosotros sabemos que cuando compramos cosas originales, es como si compráramos la esencia de esos músicos , ellos lo que buscan no es el reconocimiento del mundo, sino que la gente que los sigue esté feliz”, cree Lorena Escóbar.

Cuando se les pregunta ¿cómo se puede querer a alguien que no se conoce? Las ‘teens’ tienen una respuesta lista: “Ellos transmiten felicidad, siempre nos muestran su lado más bonito, hacen canciones para nosotras”, dice Ana Paula Chávez, que incluso buscó un intercambio a Corea del Sur para conocer la tierra de sus ídolos, pero chocó con el muro materno.

Catalina Morales (17) fan de Chile, cree que hay muchas razones para admirar a estos músicos. “El K-pop es como un estilo de vida, llevo cinco años en él y me ha ayudado emocionalmente. Tuve mucho estrés por varias razones y andaba súper sensible, el K-pop me ayudaba a olvidar lo que me pasaba, las letras de las canciones me daban más fuerzas para seguir estudiando y cumplir mis objetivos. Ellos hablan de muchos temas, yo escucho más los que hablan de liberarse y arriesgar”, sostiene. La mamá de Catalina la apoya a muerte, aunque su padre no tanto. “He ido a dos conciertos, ahora voy por el tercero y eso sí que me ha salido caro porque no soy de Santiago centro”, reconoce. Para ella, es admirable la unidad de grupo y el esfuerzo de chicos que apenas pasan los 20 años.

El lado oscuro

Pero no todo es una taza de leche en este negocio, como buenos herederos de la cultura asiática, los aspirantes al reinado del K-pop tienen que sobrevivir a una intensa disciplina y ritmo de formación que los obliga a abandonar cualquier pretensión de vida personal.

En 2017, el ídolo del K-pop, Kim Jong-hyun, del grupo SHINee, con solo 27 años se suicidó y con ello abrió el debate sobre la depresión que ataca a su generación en su país. Dejó un mensaje en una carta: “Estoy roto por dentro. La tristeza que me ha estado devorando lentamente, finalmente me ha tragado entero. No he podido superarlo”, dijo el líder de la banda surcoreana.

Los mismos chicos que dan mensajes positivos a sus seguidores no logran superar su propia tristeza. Cuando se les toca el tema a las fans, algunas creen que tiene mucho que ver con la cultura surcoreana. “Corea del Sur es un país muy duro y perfeccionista, disciplinado, uno puede ver que hay mucha competencia; el K-pop es una entrada económica muy fuerte, eso exige más, los preparan desde pequeños, uno se pregunta por qué soportan tanto, pero es su cultura, les enseñan que hagan bien las cosas o que no las hagan, por eso sus temas siempre llevan un mensaje muy fuerte, el último es ámate a ti mismo, opina Lorena Escóbar.

Los antecedentes

Si bien la tendencia empezó en 1990, la fiebre se elevó con el éxito de PSY, Gangnam style (2012). Desde entonces, la popularidad de esta música y sus intérpretes ha ido creciendo en todo el planeta.

Según algunos portales, las autoridades surcoreanas han visto claro que pueden explotar una industria cultural que abarca cine, música, series, gastronomía, etc., dentro de un concepto llamado hallyu (ola coreana), que se propagó a todo el mundo, pero con mayor fuerza a Japón, Estados Unidos, España, y en sudamérica a Brasil, Chile y Perú. aunque en menor escala, Bolivia no se salva de la explosión febril. Según The Economist, el gobierno subvencionó la industria del pop coreano en 2005, aportando 1.000 millones de dólares.

El gobierno de Corea del Sur ha reconocido los beneficios para el sector exportador del país como resultado de la ‘ola coreana’.

Las iniciativas del gobierno para expandir la popularidad del K-pop se llevan a cabo principalmente por el Ministerio de Cultura, Deportes y Turismo, que es responsable de la creación de los centros mundiales de la cultura coreana. Embajadas y consulados de Corea del Sur también organizan conciertos de K-pop en el extranjero, y el Ministerio de Asuntos Exteriores invita regularmente a los aficionados extranjeros del K-pop para participar en el Festival Mundial de K-Pop en el país.

Es tal la devoción, que adolescentes en toda la orbe cantan en coreano sin conocer el idioma, y repiten un glosario que ya viene patentado desde la lejanía asiática. Por ejemplo, chocolate abs equivale a los abdominales bien definidos de un artista K-pop; fanchant es un término usado en un concierto, refleja los cantos del público del nombre del grupo, un integrante o una canción.

Para las admiradoras, lo positivo de los mensajes las retiene y las hace elegir el K-pop por encima de cualquier tentación reguetonera, por muy masiva que parezca. “La mayoría de las letras del reguetón insultan, sobre todo a las mujeres, y los chicos que las cantan ni siquiera prestan atención al significado. A nosotros nos gusta el K-pop por sus letras profundas y las fanáticas son tan increíbles que pueden memorizarse una canción completa en coreano”, dice María Fernanda Alcócer. Por eso, ni bien sale un nuevo tema, están con el cronómetro esperando la media hora de rigor para que se publique la traducción. Es una religión.

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