Perfeccionista y por ratos frío. El cineasta ganador de un Óscar vino por tercera vez a Bolivia . Vio su producción y, por momentos, se delató a sí mismo

27 de marzo de 2017, 4:00 AM
27 de marzo de 2017, 4:00 AM

Es famoso, tiene un Óscar de la academia y controla todo dentro y fuera del set de filmación. No permite que le tomen fotografías ni que lo filmen. Viste sobrio, aunque todas sus tenidas se parecen: polera de algodón, pantalón de tela y blazer. Fuera de los lentes de acetato que dan la impresión de que Steven Soderbergh salió de una película de los años 50, sus botas y sus calcetines parecen una broma.  

Nada en él luce extraordinario hasta que la vista llega a su calzado de la suerte, es color café y está muy desgastado. Él mismo reconoce que ha tenido que cambiarle tres veces de suela y que lleva siete años de uso. Las botas las compró cuando iba a comenzar a rodar una película después de haber  sido despedido, entonces, para su nuevo comienzo ¡quiso nuevos zapatos!

Los calcetines tampoco pasan inadvertidos, son a rayas de colores y da la impresión de que una serpiente baja de sus pantalones. Cualquiera diría que la parte inferior de su cuerpo desentona con la de arriba, pero en la filosofía de Soderbergh, no hay razones para que las medias sean aburridas, además, le parece un acto de desconsideración el no pensar en los calcetines y comprar unos en el mismo tono de los pantalones.

Botas y medias reafirman que Soderbergh es como es. No necesita la aprobación de nadie y las convenciones en el vestuario como en cualquier otra cosa en la vida, le son indiferentes. 

Es alto (1,80 m), tiene la cabeza y la barba afeitadas, sus ojos azules permiten adivinar algo de su genialidad. Sus labios son delgados, rara vez se estiran lo suficiente para esbozar una sonrisa plena, peor una carcajada. 

Si Soderbergh fuera un cóctel (de los que tanto disfruta), la receta para su preparación tendría una medida de perfeccionismo, otra de sentido heterodoxo, también llevaría un toque de frialdad y algo más de sagacidad. La botana que decoraría el vaso sería su estado lacónico, y por supuesto, requeriría mucho singani. 

Los que interactuaron con él más horas y más días en su segunda visita a Tarija (y tercera al país) dicen que es muy intelectual y que se resiste a las etiquetas. Es una autor que se aparta de lo oficial, de todo lo convencionalmente admitido, tal vez ese sea su método para ver la vida desde otro lente, plasmarla en un film y ganar un premio de la academia (como pasó en el 2000 con Traffic).

Por momentos parece un muchacho tímido, que todavía no ha tomado confianza y que está nadando en aguas desconocidas. Pero cuando empieza la rueda de preguntas de los periodistas está cómodo. Hace años dejó de contar las entrevistas que ha dado, la última vez que lo hizo llegaron a cinco mil. Por lo tanto, en ese formato es capaz de ser un buen conversador.

El resto del tiempo es frío. Pero su frialdad es engañosa, como si  se tratara de un recurso para alejar a las personas, para estar más cómodo en la soledad de sus pensamientos, agudizando los sentidos, discerniendo las cosas excepcionales escondidas en la cotidianidad para poder descubrir y contar historias. 

Su ascendencia sueca también puede tener cierta responsabilidad en su aparente frialdad porque reconoce que no se entrega del todo, siempre se guarda algo para sí mismo.

Soderbergh y su Singani 63
Aprendió más de la cultura boliviana. Toda la segunda semana de marzo estuvo en Bolivia. La mayor parte del tiempo en Tarija, donde visitó Casa Real para empaparse más de la producción del Singani 63, su destilado desde 2013.

En conferencia de prensa


Solo aceptó que tres medios de comunicación de Bolivia lo entrevisten. Es una concesión de 45 minutos en total en los que salen a flote algunas revelaciones, como que es tan perfeccionista que ha llegado a contratarse a sí mismo cuando en realidad debía reclutar a otra persona para un trabajo. Así ocurrió con la reciente cinta Logan Lucky (2017), de la que es el director, responsable de fotografía y de montaje.

Es simpático, responde en inglés, pero no deja que le tomen  fotos. Las imágenes para publicar las facilitará su representante, previa aprobación suya. Una delicadeza que heredó de la maquinaria hollywoodense.

Es famoso, sí, es una celebridad, pero aunque tenga en el marcado directo de su celular los números de George Clooney, Matt Damon y Brad Pitt (son  sus incondicionales para cualquier proyecto cinematográfico que emprenda) no siempre ha conseguido la total libertad creativa, porque "en el último tiempo lo comercial se sobrepone a lo creativo". Tal vez por eso lo critican por dárselas de divo, anunciando con bombos y platillos su retiro del cine, y volviendo como si nada al poco tiempo.

Pero eso lo tiene sin cuidado. A  la pregunta de si realmente está retirado del cine responde: “Lo estuve, y dos cosas tenía que cambiar para que me emocione de nuevo y tenga las ganas de volver a hacer una película. La primera de ellas tenía que ver con mi relación personal con el cine, que estuvo en peligro porque se estaba volviendo estática; y el segundo aspecto era que el cine se volvió más un negocio que un acto creativo y las empresas que financiaban y distribuían películas estaban tomando decisiones de creatividad que no comulgaban con lo que yo quería hacer”.

Fue entonces cuando apareció una nueva forma de distribución de películas que le daba toda la libertad que quería y casi a la par, la tecnología le permitía abaratar los costos de producción. Así fue como volvió al séptimo arte pero en sus propios términos. 

Reservado o tímido, o las dos cosas al mismo tiempo, también reconoce que es feliz. 

Es consciente de lo afortunado que es. “En este universo hay muchas cosas que son aleatorias, por ejemplo, el nacer dentro de ciertas circunstancias como me sucedió a mí, que tuve padres que me apoyaron y oportunidades para hacer lo que me interesaba. Fui afortunado  de encontrar algo que me guste siendo aún muy joven”.

Soderbergh apenas tenía 13 años cuando encontró aquello que le provocaba no querer perder un minuto más de tiempo haciendo otra cosa. Y tuvo tal suerte que pudo abocarse solo a eso y estar sumergido en lo que le fascinaba. Como él dijo, la tuvo muy clara. “Para mí hacer películas no fue solo una opción, lo era todo y no tenía un plan ‘b’”.

Creció en Luisiana, al sur de EEUU, un lugar totalmente ajeno al mundo del entretenimiento, no había ninguna razón que hiciera pensar que él podría inmiscuirse en ello. Y cuando tomó la decisión no pensó en las adversidades, solo le encantaba el cine y se metió de cabeza.

Cada proyecto es una oportunidad para hacer algo mejor. Aunque confiesa que todavía no ha hecho su mejor película, tiene olfato para conseguir historias que no necesitan ser extraordinarias. “Son historias que pueden sonar familiares para ti, pero que te sorprenden a cada momento, ese es el truco, porque no hay historias nuevas”.

El encanto que lo mantiene activo es la búsqueda de la película que no ha logrado hacer todavía: “Si en algún minuto siento que lo logré, no tendré razones para levantarme en la mañana, mientras que cada proyecto me provee esa posibilidad”, dice, y casi al mismo  tiempo advierte: “Nunca confíes en lo que un artista te diga sobre su propio trabajo”. Solo aquí aparece su primer esbozo de sonrisa, muy tenue, por cierto.

Lo suyo es el séptimo arte desde que tenía 13 años

Tiene en su haber más de una treintena de trabajos cinematográficos y de TV. Pero el Óscar lo ganó con Traffic, una cinta sobre narcotráfico

El nuevo milenio empezó  con buen pie. Primero vienen los cuatro Óscar para Traffic (2000 ) y luego para la cinta Erin Brockovich (2001), que ese año le permitió a Julia Roberts llevarse el Óscar como Mejor Actriz. Luego, la saga de Ocean´s Eleven (2001), Ocean’s  Twelve (2004) y Ocean´s Thirteen (2007) fue muy taquillera y Contagio (2011) cosechó buenas críticas. Se dijo que fue tensa, minuciosamente escrita e interpretada por un reparto estelar. Una película de desastres excepcionalmente inteligente (y escalofriante).

Idilio con el singani

Está disfrutando de haber salido del mundo en el que siempre estuvo inmerso y nadar en las aguas desconocidas del singani. Está viviendo con intensidad cada faceta de su ‘nuevo hijo’, un doble destilado ‘made in Bolivia’ que despertó su curiosidad y tuvo la astucia de provocar que se lanzara en un terreno en el que nunca había estado.

Su bebida propia, Singani 63, lo tiene tejiendo estrategias de mercadeo, interiorizándose de importación (al mercado estadounidense) y hasta ideando campañas de marketing.

Mientras duró su retiro esporádico del cine, incapaz de quedarse quieto, hizo teatro, televisión y su propia marca de bebida alcohólica, una que Casa Real, la empresa boliviana, le fabrica exclusivamente a él. 

Pero ¿es Singani 63 solo un negocio? Soderbergh afirma que se lo toma en serio. “Es importante enfocarlo como un negocio para que la gente note mi involucramiento. Es un negocio del que no entendía nada, ni tenía un conocimiento previo, yo solo era una persona a la que le gustaba tomar  en bares y restaurantes, pero el mundo que existe detrás del universo de las bebidas era invisible para mí. Ahora me doy cuenta cuán grande y complejo es y cuán competitivo. Si yo hubiera sabido esto (en junio se cumplirán 10 años que probó singani en Madrid y le encantó), probablemente hubiera dicho dejémoslo, no tengo tiempo para esto”.

Sin embargo para las cosas importantes siempre se hace tiempo, más ahora que está entusiasmado con el nuevo conocimiento sobre el singani que está descubriendo. En sus propias palabras, está embalado con el singani, su rica historia de 500 años y la placentera sensación que le provoca en la boca. “Creo que es el mejor destilado que he probado”.

¿Por qué singani y no cualquier otra bebida? La historia se resume en que fue un flechazo inmediato. Empezó en su nariz, con una sensación floral que le permitiría distinguirlo incluso si estuviera ciego. Después vino la percepción en la boca, donde permanece lo floral, pero también la pimienta, el jengibre... y el remate fue la ausencia de ardor en la garganta. 

“Como bebedor de vodka estaba acostumbrado a la quemada que con el singani simplemente no existe. Eso fue algo que me llamó la atención y me tomó por sorpresa”. El cineasta le dice a todo el mundo que el destilado boliviano le da una “chispeadita” que le permite sentir como si estuviera volando, sin perjudicar la motricidad. “Simplemente es un sentimiento muy placentero”. 

Por eso, a la par de sus proyectos cinematográficos, uno de los ‘hombres más interesantes de Hollywood’, creativo y con una personalidad críptica está elaborando un documental sobre el singani, el mismo que el año pasado llevó a EEUU en cuatro contenedores, cada uno con más de 8.000 botellas y que se sirve solo en los lugares más exclusivos de Nueva York y Los Ángeles.


Rodaje de El Che


Una cosa llevó a la otra. Rodando una película sobre el Che en 2010 fue que el cineasta boliviano Rodrigo Bellot le hizo probar el singani, siendo un amor a primera vista con el destilado nacional.


A la caza de los extraordinario


“Creo que mi trabajo consiste en separar lo excepcional de lo ordinario. En cada diálogo, en cada ángulo de la cámara, en cada edición, en cada música que selecciono, trato de llevar a un lado lo obvio e indistinto, y para mí el singani es la personificación líquida de ese objetivo, es la elevación de algo normal e inocuo que de pronto sobresale. El singani me provoca una respuesta física, pero también filosófica, siento que estoy bebiendo en esencia quien yo soy”.  

¿Y quién es Soderbergh? Es un hombre que cada noche se queda mirando al techo recostado en su cama y se pregunta ¿qué no estoy haciendo?, ¿cómo puedo ser mejor mañana? 
Sin frustrarse porque aún no ha hecho la mejor película de su vida,  apoya la cabeza en la almohada tranquilo, porque sabe que si aún no encontró algo excepcional, ha hecho el esfuerzo para buscarlo”