Se acerca fin de año y nos trazaremos objetivos. no hay por qué esperar diciembre

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8 de octubre de 2017, 4:00 AM
8 de octubre de 2017, 4:00 AM

Fotos Cristian Araúz/Startupist.Com

El final del año está cerca y empezaremos a elaborar planes para 2018: bajar de peso, comer más sano, aprender a tocar un instrumento o viajar a Rusia a ver el Mundial. Casarse, iniciar una carrera, tener un hijo. Tocar guitarra.  

 Para no esperar al próximo año, se puede empezar a pensar en un plan de vida o en una meta específica ahora mismo. ¿Para qué hacerlo? Porque hay una diferencia entre dejarse llevar por la corriente y tener hitos biográficos, dice la sicóloga Carla Ariscaín. 

Plantearse metas es un ejercicio de esperanza, que es lo que mantiene vivo al ser humano, afirma la sicóloga Susanne Hansen. De hecho, cuando se está en terapia, interesa ver qué metas y objetivos se puede plantear la persona, a mediano o largo plazo. “Sentir que se va hacia algo es importante”, comenta Hansen. 
Trazarse objetivos implica llevar una vida consciente, no adormecida. “Cuando estamos en piloto automático, fácilmente un día sigue al otro y vivimos vidas reactivas y no tenemos claridad hacia dónde vamos. Son vidas en la s que se apagan incendios y transcurren en la urgencia o en las cosas necesarias, pero que no son las importantes”. 

El plan implica estar en contacto con los valores, sostiene Ariscaín. Un ejercicio que plantea la experta en desarrollo personal María del Carmen Hernández consiste en elegir 20 valores de una lista: dignidad, balance, bondad, familia, justicia, creatividad (la lista se puede encontrar en el sitio organizateya.com). Después, propone elegir diez y reflexionar sobre ellas. Finalmente, se eligen cinco y se describe cada valor. 

Cinco valores 
Con los cinco valores ya elegidos, hay que preguntarse si el trabajo actual, la vida y las relaciones reflejan los cinco elegidos. A veces no es así. Si se quiere ser más justo, o disciplinado, o creativo, hay que elegir tres acciones alineadas con ellos. Eso ayuda a eliminar metas que exigen pasar por encima de los valores. 

Yo quiero, yo necesito
Hansen dice que hay una forma típica de plantear las metas: “quiero una casa nueva” o “quiero renovar mi auto”; son objetivos que no tienen profundidad existencial. Pero hay otra manera de plantear el proyecto de vida que consiste en responder a la pregunta “¿Qué necesito desarrollar?”. Es una cuestión más profunda, relacionada con la evolución de la persona como ser humano. 

“Si empiezo a cuestionarme y a revisar mi realidad puedo ir descubriendo cómo participo en esta realidad: qué me hace sufrir o qué me lleva a donde no quisiera”, aclara. 

Un ejemplo: supongamos que el objetivo es mejorar la relación de pareja. Puede llegar el momento en que uno esté bien, feliz y contento, y el otro esté pasando una crisis personal. Sin un objetivo claro, quizá puedo deducir que la relación no va a funcionar y eso genera distanciamiento. 

El objetivo, en cambio, ayuda a concentrarse en comprender la crisis y el cuestionamiento ‘qué necesito aprender’ se transforma en una respuesta: “Necesito desarrollar cómo aprender a apoyar”. Entonces, esa meta y ese objetivo le ha otorgado un sentido a mi relación de pareja. No importa si se vive en un cuartito o en una mansión, este objetivo de crecimiento juntos comienza a cumplirse.  

La estrategia se aplica a cualquier rol: como padre, como hijo, como cuñado, como profesor, como alumno. 

Con qué puedo contar 
Una vez que se tiene claro lo que uno quiere y para qué lo quiere, se puede identificar la meta o hacer una lista de metas. El siguiente paso es elaborar un plan para cada una. “Hay que trazarnos un tiempo, incluso recursos. Es como hacer un cronograma. Qué recursos necesito para alcanzar esas metas. Qué recursos personales, materiales, económicos y hasta sociales incluso. Tal vez necesito hacer más amigos y aumentar el roce social para conseguir un mejor trabajo”, sugiere Ariscaín. 

Es primordial crear una rutina disciplinada. Si no hay disciplina, difícilmente se llegará a la meta, porque “lo que se transforma en rutina está destinado a tener impacto. La persistencia logra estas metas”, concluye la sicóloga. 

Resulta útil identificar los componentes internos que nos ayudan, como la forma de ser, el carácter, los valores, el buen humor. Son cualidades que deben identificarse y ponerse en una lista. Ese primer punto puede agruparse con el título ‘Esto tengo, esto me ayuda’. 

Un segundo factor consiste en identificar las redes de apoyo.  Se puede identificar a la familia y a los amigos que pueden ayudar con tiempo, recursos, consejos, compañía o aliento. 

Una tercera línea de apoyo es la red comunitaria. Qué hay en mi comunidad que me ayuda a conseguir lo que quiero. 

Otro ejemplo: mi meta es mejorar mi estado físico. Veo si en mi barrio hay varios gimnasios para asistir o, si no tengo mucho dinero, tal vez exista una organización de vecinos que hacen zumba solos y van al parque. 

También voy identificando factores que me impiden cumplir esa meta. Miedo a lesionarse, flojera o incluso circunstancias que impiden el cumplimiento del objetivo. Identificar cada aspecto ayuda a imaginar una solución. Esa es la estrategia. 

Ariscaín nota que el tipo de metas varía “según el momento vital en el que nos encontramos”. Un millenial tal vez se plantee como viajar por el mundo y un adulto mayor cuidar mejor su salud. Hay diferencias en las metas que se trazan las mujeres y los varones. “Lo importante es no quedarse sin metas”, insiste.

Ese objetivo descuidado

Las metas ‘terrenales’ (casa, auto) pueden estar acompañadas por una dimensión espiritual. No es lo mismo que decidir aumentar el número de veces que se asiste a la iglesia o en proponerse ser un mejor judío, cristiano o musulmán. En suma, la religión ayuda en el sentido de que plantea un marco de valores, pero un ateo también puede desarrollar la espiritualidad en su proyecto de vida. 

La observación y el contacto con la naturaleza es una manera de encarar el desarrollo espiritual, según sugiere Susanne Hansen.  Al observar y al meditar  se empieza a sentir una conexión con algo superior. 

La espiritualidad, dice Hansen, consiste en plantear objetivos muy concretos porque requiere tener los pies bien plantados en la realidad y en el presente. 
Incluso ese puede ser el mejor punto de partida. 

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