Monje. Después de un periodo de discipulado y disciplina, decidió dedicarse a la vida espiritual. Recibió el nombre de Swami Premananda. Vive en Buenos Aires. Impartió sabiduría en Bolivia

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8 de septiembre de 2019, 4:00 AM
8 de septiembre de 2019, 4:00 AM

Su nombre cristiano es Daniel, pero cuando sintió que la verdad no estaba contenida en una sola religión y eligió seguir un camino espiritual, su nombre cambió, dos veces.

Al iniciarse, cuando era estudiante, lo llamaron Shambu, que significa ‘fuente de felicidad’. Después empezó lo que llamaríamos un noviciado, que en India se llama brahmacharya, que es una conducta de discipulado, estudio y disciplina.

Esa tradición monástica implica pedir los votos del celibato. Cuando se desarrolló en él la vocación de ser un swami, es decir, un monje, su nombre fue enriquecido: pasó a llamarse Shambu Chaitanya; esta última palabra quiere decir ‘conciencia’.

En su caso, al terminar su instrucción o preparación, empezó a ser conocido como Swami Premananda, que significa amor a Dios. Con ese nombre llegó a Tarija y Santa Cruz desde Buenos Aires y enseñó en el Centro de Yoga Sivananda filial Santa Cruz (Junín 271). En la entrevista habló hasta de técnicas sencillas.

 ¿Se debe meditar con los ojos cerrados?

Hay una técnica que ayuda a la meditación con ojos cerrados. Se llama tratak. Se debe fijar la mirada en un punto. Se utiliza una imagen, un ícono o un símbolo. La manera más neutra y poderosa es utilizar la llama de una vela a la altura de los ojos.

El fuego es muy purificador. Abrís los ojos y empezás por un minuto. Lo ideal es que no haya viento; podés estar sentado en una silla, porque a veces hay gente que no puede estar en la posición de los yoguis. Se mira durante un minuto, luego se cierran los ojos y se visualiza la luz.

Después podés hacerlo dos minutos con los ojos abiertos, los cerrás dos minutos y así, tres minutos… no más de diez. Es muy bueno para fortalecer la visión y para concentrarte. Cerrar los ojos ayuda a ir hacia adentro al yogui y a los principiantes.

Los consejos del ‘mindfulness’, que se basan en sabiduría antigua, hablan de micromomentos de meditación, a la medida del ritmo de la vida diaria. ¿Sirven, ayudan?

Sí. Uno tiene que buscar momentos en el día para entrar en un estado de silencio. Hay momentos más auspiciosos durante el día.

¿Qué momentos son?

El amanecer es uno; el mediodía es otro. También el atardecer es un momento de mucha tranquilidad. Uno tiene que buscar ese instante de conexión.

¿Puede ser un momento breve, antes de una reunión?

Sí. La clave es la respiración, que es automática y la olvidamos. Es una herramienta para concentrarse. Simplemente te retiras y entras en un ritmo de tres o cuatro segundos. Usamos el ‘oom’, que es un mantra que ayuda a concentrarse: uno, dos, tres, inhalás. Uno, dos, tres, exhalás y te quedás así un ratito. Respirá sintiendo el aire, escuchando el sonido de la respiración. Son diferentes técnicas que uno puede hacer.

 Llama la atención que se hable de la dieta. Por lo general, las personas que empiezan yoga no piensan en la dieta, pero después sí.

No es restrictivo. A una clase de yoga puede ir gente carnívora, vegetariana, de cualquier dieta. Lo que recomendamos es que vengan con el estómago liviano. Como exige concentración, el estómago lleno con las posturas invertidas y los plegamientos produce incomodidad.

El yoga va despertando una sabiduría y un bienestar internos que uno quiere prolongar. Se empieza a tener más sensibilidad y sutileza. Se siente que al comer ciertos alimentos, caen mal. Uno quiere estar más liviano, física y mentalmente. Eso es lo que logra la dieta vegetariana, pero no es obligatoria. Tengo alumnos carnívoros hace años y se sienten mejor. La realidad es que no nacemos con el instinto carnívoro.

 ¿Se desarrolla ese instinto? A nadie se le ocurre decir, al ver una vaquita, que quiere matarla para comerla; sin embargo, si ves una manzana en un árbol, la arrancás y la comés. Nuestro sistema digestivo es el de un herbívoro. La dieta carnívora fue impuesta.

 También se nos imponen pensamientos y estilos de vida. ¿Cómo hago para reconocer un pensamiento negativo?

Empezás a darte cuenta de que te hace sentir incómodo. El yoga desarrolla mayor observación de tus pensamientos y también mayor control. Uno quiere sacarse de encima esos pensamientos. Primero, darte cuenta de que los tenés.

Cuando la mente está aturdida y no te deja proponer espacios de observación y de quietud, esos impulsos y emociones te llevan. No te das cuenta de que estás actuando motivado por la ira, la envidia, el miedo y los celos. Uno piensa que el yoga solo son ejercicios, pero es un proceso de observación de esas emociones y de transmutación, de desarrollar los valores opuestos. Vamos a controlar los pensamientos.

En ese proceso uno se convierte en testigo. ¿Quiere decir que los pensamientos no somos nosotros mismos?

No, para nada, porque los pensamientos son objetos, son cosas que cambian.

¿Quién observa los pensamientos?

El ser. Es lo que somos, lo que observa. El ser es aquello que no cambia. Es un proceso, una técnica de meditación de varias. Una es silenciarte, sentirte, quedarte quieto y observar los pensamientos con la conciencia de que sos el observador, el testigo.

Y quedarte en ese plano, sin participar de los pensamientos. Es algo que a veces en la teoría parece fácil, pero en la práctica, se propone un espacio todos los días. Hay que sentarse, observar la mente, vaciarla, dejar que los pensamientos corran y no participar.

Eso te va a dar descanso, y después, cuando tengás que pensar y trabajar para resolver problemas, lo harás con más eficiencia. Los pensamientos cotidianos constantemente te sacan energía. Por eso hay que poner periodos en los cuales detengo o no participo de los pensamientos. Nos da mucha más energía para después actuar de una manera más inteligente, más consciente.

Los pensamientos son a veces preguntas. Se ve una ligazón interesante entre pensamiento y ser. Cuando uno se pregunta quién soy, a dónde voy, a qué vine… son pensamientos que al mismo tiempo responden al testigo, ¿verdad?

Empieza con un mecanismo mental de pensar, pero se trata de que no responda la mente. ¿Qué va a responder la mente ante a esa pregunta? Va a responder ‘yo soy Juan, yo soy Pedro, yo soy abogado’… son todos roles transitorios y que hacen a la mente, al cuerpo, pero no al ser. El ser está más allá de eso. El ser no es algo que tiene atributos, porque todo atributo cambia.

Esos roles van a cambiar. El proceso de observarse es entender que esos son roles pero que hay algo más allá, lo que eres en esencia, que no es afectado por esos roles. De esa manera te ayuda: cuando tenés que jugar ese rol, lo jugás, pero sabiendo que es momentáneo.

Esa esencia, por tanto, ¿es similar, idéntica, igual, compartida por todos?

El mismo ser permea todo. Todo es ese ser. Hay dos personas, dos cuerpos, dos mentes, pero un solo ser.

Eso es lo que significa convertirse en dios?

Eso es estar en la unidad. Eso es yoga. Es percibir que todo emana de la misma conciencia, del mismo ser, y que simplemente toma diferentes formas. Es la diversidad que quiso el absoluto.

Ese ser en algún momento quiere manifestarse como universo, como creación, y se manifiesta en los mundos, en los seres que de alguna manera se separan de ese ser para experimentar una vida, lo que le toca, y después regresar a ese estado de ser.

 ¿Funcionan la meditación y el yoga con personas que no creen en Dios?

Por supuesto. Dios es un concepto de la mente. Más allá de la mente existe lo que es real. El yoga te hace relacionar, si querés, con un aspecto de Dios, el que tú quieras, y a su vez acepta las diferentes manifestaciones, tradiciones, culturas; como quieras ver a Dios, el yoga lo acepta. Si no querés ver a Dios como un ser o una persona antropomórfica, velo como la vida. En algo tenés que creer. Los ateos a veces son los mayores creyentes.

 ¿En qué sentido hace esta afirmación?

Porque tienen otra forma de creer, nada más. Son diferentes visiones. Eso lo acepta mucho el yoga. Si hablás con un ateo, te darás cuenta de que va a creer en la vida, en el amor y también en la amistad. Esos son valores. ¿De dónde vienen esos valores? A veces el ateo empieza a preguntarse. Y entonces es cuando podemos decir que vienen de un ser superior. Ese ser superior sos vos mismo.