El Colectivo Casa Pora recopila narraciones orales de las artesanas de la TCO de Lomerío. El proyecto fue uno de los diez seleccionados en Latinoamérica por la III Bienal de Arte y Diseño de la Universidad Autónoma de México

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3 de abril de 2022, 11:29 AM
3 de abril de 2022, 11:29 AM

María Choré, presidenta de las bordadoras de Lomerío, conversa con su interlocutor mientras come algo y la cámara se le acerca. Choré dice: “A veces los varones son más agresivos, ¿no? Es como si a nosotras las mujeres nos faltara experiencia, nos faltara formación. O sea, más o menos así nos pintan los compañeros varones. Por eso la asamblea viene y dice ‘A este ponemos acá, a este otro allá, y por ellos vamos a votar’. Y cuando reclamamos por las mujeres, como para ellos la cartera de género es secundaria, dicen: ‘Ya, la cartera de género es para ellas’”.

La entrevista en la que habla María Choré es parte del trabajo que el Colectivo Casa Pora viene realizando desde 2021 con las mujeres bordadoras de la Tierra Comunitaria de Origen (TCO) de Lomerío. El proyecto, que se titula Estética de los saberes. Historias de vida de artesanas indígenas y campesinas de Tierras Bajas en la construcción de la cultura boliviana, fue uno de los diez seleccionados de diez países de Latinoamérica para la III Bienal de Arte y Diseño de la Universidad Autónoma de México (UNAM) Resistencia Intangible, ideas para posponer el fin del mundo. Esos proyectos tenían que responder, desde las artes, a problemas sociales, culturales, políticos y de derechos humanos.

La propuesta de Casa Pora -que está conformado por los artistas Gabriela Zeballos, Mariela Ardaya, Juan Carlos Chuvé y Aldahir Montaño- es la de generar un archivo audiovisual y escrito de las narraciones orales de las mujeres de la comunidad y, desde esa narración oral, en la que también hablan de sus técnicas artesanales de bordado, transmitir ese patrimonio cultural y promover el valor del arte local, sus conocimientos y la memoria.

El principio

La idea de este proyecto se inició cuando Zeballos y Ardaya trabajaban en el Museo Artecampo. “En el museo se trabaja con 15 grupos de artesanas y solo teníamos piezas de siete de ellos. Uno de los que no estaba en exposición eran las bordadoras de Lomerío, y por eso nos interesaba tener el material, para la colección, para la investigación”, explica Zeballos.


Catalina Peña, mujer bordadora de la comunidad Puquio


Desde 2019 venían pensando en cómo trabajar con las mujeres de Lomerío, hasta que el año pasado supieron de la Bienal de la UNAM, se unieron a Montaño y Chuvé y se postularon. En octubre el proyecto fue elegido, aunque ahí participaban aún como Museo Artecampo. En febrero de este año Zeballos y Ardaya dejaron sus puestos en Artecampo y la investigación la continuaron como Colectivo Casa Pora.

Desde cada una de las disciplinas artísticas de los integrantes (Zeballos es ilustradora, Ardaya es escritora y cantante, Montaño es fotógrafo y Chuvé, escultor) se busca un aporte al desarrollo de este proyecto “Desde la fotografía, desde la escritura, desde las acuarelas, la investigación, y todo eso pensamos que podría reunirse en un formato más integral, como en un libro”, comenta Montaño.

La propuesta de Casa Pora es una concepción de arte amplia, procesual, colectiva y directamente vinculada con el entorno y con la vida diaria de las mujeres de Lomerío.


El arte del bordado y cómo sobrevive hasta ahora



El lanzamiento de la bienal es el 28 de abril y cada colectivo de  los diez países irá presentando su trabajo hasta junio. Desde octubre, cuando fueron elegidos, han venido recibiendo tutorías de la Facultad de Diseño y Arte de la UNAM. En la página web de la bienal se puede hacer un seguimiento de lo que hacen y también en el Instagram del Colectivo Casa Pora.

Proceso

“El núcleo del proceso es escuchar”, indica Zeballos y continúa: “Y el desaprender. Porque al pensar en las bienales, cuando decimos una exposición de arte, vamos a ver pinturas, vamos a ver esculturas, pero todo como obras terminadas; entonces, lo que queremos es pensar más en el trabajo detrás de eso, y en que las protagonistas puedan ser las artesanas, porque eso caracteriza a la Bienal de Arte de la UNAM, que es un poco más experimental que otras”.

Ardaya acota que lo que se quiere hacer con las artesanas tiene que ver con lo que han vivido en Lomerío para llegar a ser TCO. En gran parte la participación de ellas consistía en quedarse en sus casas, bordar. “Esto también se ve reflejado en lo que estamos haciendo: el reconocer que las historias no solo son las grandes victorias o los grandes acontecimientos, sino lo que ocurre en lo cotidiano y que se puede encontrar belleza en eso”, expresa Ardaya.

En 1996 los habitantes chiquitanos de esta región iniciaron la demanda de 300.000 hectáreas que constituyen sus territorios ancestrales. Tras 10 años obtuvieron la titulación de 259.188, que conforman la Tierra Comunitaria de Origen (TCO) de Lomerío, cuya capital es Puquio. Están organizados en 29 comunidades dentro de ese territorio, desde el que reivindican su cultura Monkox y su idioma bésiro. Para este proyecto, Casa Pora viene entrevistando mujeres de cuatro de esas comunidades: San Antonio, San Lorenzo, Palmira y Puquio.



Intervención a un mapa de Lomerío, por Gabriela Zeballos


Montaño indica que lo que hacen con Casa Pora no es un trabajo etnográfico en sí, aunque es inevitable tener una mirada puesta en lo que hacen las mujeres. “Pero, de alguna forma ya hay una intervención creo que más poética en lo que hacemos. No tratamos de que esto sea un documental o algo así fidedigno de lo que sucedió, de lo que ocurre. Al involucrarnos también se construyó un valor mayor”, menciona Montaño, que añade que este involucramiento parte del interés por el trabajo de las mujeres como bordadoras.

Juan Carlos Chuvé tiene familiares en Lomerío, en esas visitas, como parte de esa inmersión, decidió aprender a bordar como las mujeres de ese municipio. “La idea mía era aprender los puntos con las que las señoras bordan, pero a través de estos puntos crear paisajes, y la otra idea es dibujar cuentos y a través del bordado empezar con eso, pero por ahora estoy empezando con los bordados”, manifiesta Chuvé.

El lunes pasado, en la galería Kiosko, Casa Pora llevó a cabo una presentación del proyecto, acompañado de una miniexposición de textos, videos, fotografías y pinturas de los integrantes. “El estudio abierto en Kiosko sirvió para nutrir el proceso. También se buscaba conectar con otras personas que ya hayan estado en Lomerío. Como para ponerlo también en revisión con lo que estamos trabajando y tener una aproximación más amplia a la gente”, comenta Montaño. Zeballos agrega: “Queremos que sea de verdad colectivo, no hacerlo en secreto y después mostrar la obra final, sino que la gente también se sienta parte desde el proceso”.

De esta manera, Casa Pora busca que otra gente contribuya con sus conocimientos, ya sea un economista que hable de métodos para mejorar las ventas de los productos de las bordadoras o de gente que sepa de turismo y promocione mejor Lomerío.


El lunes pasado, en Galería Kiosko, Casa Pora habló del proyecto y mostró parte del trabajo que vienen desarrollando



Legado

Actualmente, hay aproximadamente 100 mujeres bordadoras en Lomerío, en 12 de las 30 comunidades. En el mejor momento había 120 inscritas en Artecampo; además, aparte de las inscritas, recibían ayuda de sus hijas e hijos, hasta los esposos. “Ellas cuentan que a veces tenían que entregar y hasta los esposos estaban ayudando”, comenta Zeballos, y explica que a través del bordado se han organizado como mujeres, ya que la inclusión de género en Lomerío es bastante fuerte, ellas pueden llegar a ser caciques, siendo mujeres, siendo solteras también.

“Al igual que en las otras comunidades, pienso que la práctica les ha dado esa forma de accionar político, la forma que ellas se organizan como artesanas”, reflexiona Montaño.

Para Zeballos, “no solo es que lo hacen para ganar dinero o porque es algo que les gusta, sino que de verdad es el arte performático de sus vidas, algo con lo que ellas se identifican y es una actividad que disfrutan, pero les da también otros valores, por eso lo siguen haciendo aunque sea duro”.

“Uno de los desafíos de las bordadoras es cómo involucrar a los más jóvenes, porque justamente están saliendo a las ciudades en busca de otras oportunidades y no todas continúan bordando en el lugar en donde están. Es algo que ellas también mencionan en las entrevistas”, señala Ardaya, que también piensa que esa cuestión de hacer partícipes a las nuevas generaciones en esta labor es flexible, está dividida. “Una de ellas dijo ‘esta es la tristeza que hacen los hijos ahora, se van a la ciudad, pero yo creo que se van a cansar, porque la ciudad cansa’. Claro, ellas también entienden y dicen, refiriéndose al bordado: ‘es que a mi hija no le gusta y cuando a uno no le gusta algo no lo hace bien’. A mí me parece muy fuerte, porque nuestros padres acá en la ciudad suelen imponernos qué debemos hacer con nuestras vidas laborales”.

Montaño considera que tampoco se puede forzar a que una tradición continúe. “Yo creo que esa es una idea que nosotros tenemos, como esa responsabilidad de que la artesanía permanezca y se siga haciendo. Tampoco podés forzarlo, es muy paternalista o condicionante que nosotros a veces pensemos cosas como: ‘ustedes tienen la responsabilidad de que eso se mantenga vivo’, y capaz no. Si es que ellas deciden dejar de hacerlo está bien, es parte de su transformación”.

“No reconocer que nosotros estamos cambiando y todos tienen el derecho de cambiar en cómo elijan hacerlo”, apunta Ardaya.

El colectivo tiene aún varios viajes para hacer a Lomerío, donde invitará a diferentes artistas que los acompañen y aporten desde sus obras o trabajos en el desarrollo del material final que quedará como registro para la Bienal de la UNAM.


Mujeres de Lomerío, foto de archivo de hace décadas



Nosotras soñamos (Texto de Mariela Ardaya)

María y Pascuala son amigas de infancia, son las niñas que caminaron cada semana de comunidad en comunidad porque querían estudiar. Endulzan el café entre risas y sin darnos cuenta estamos conversando entre amigas, descubriéndonos una en la otra.

María fue la primera en casarse, muy joven, se ríe mientras dice que para ella su esposo era el único hombre del mundo, por el brillo de sus ojos creo que aún sigue siéndolo.

Pascuala es madre soltera, no necesita contarnos su historia con detalles para que sepamos que es admirable. Ha sido cacique y lleva años como bordadora, la conocimos en la ciudad y ella misma nos confiesa que no creía que alguna vez visitaríamos su casa.

A la entrada de la casa de Pascuala siempre está Juan, un ternero blanco que bala cada vez que llega alguien.

Hemos sido recibidas con tanto cariño que puedo sentir que sus sonrisas tejen bordados en el alma.

Lomerío está lleno de mujeres que no saben que son la resistencia tangible, que ponen el cuerpo para luchar luchas que yo estoy empezando a nombrar.

María cuenta como han cambiados algunas cosas, como han logrado conquistar anhelos como tener un centro artesanal, dice con cariño:

 – Yo siempre pensaba, algún día tal vez -.

Y yo solo pienso que han alcanzado más de lo que se imaginan. 

– Todavía nos falta, queremos otro espacio para exponer nuestros trabajos, los bordados, las hamacas, los bolsos, todavía nos falta pero nosotras soñamos -.

Lo repite más de una vez, nosotras soñamos y mi corazón se llena de esperanza porque lejos de mi casa, en Lomerío, me encuentro a mujeres tan distintas y tan iguales a mí. Y aunque María y Pascuala no lo sepan mi corazón vibra al escucharlo como un eco, como si me hablara a mí, como si nos incluyera a todas…


Los integrantes del Colectivo Casa Pora: Juan Carlos Chuvé, Mariela Ardaya, Gabriela Zeballos y Aldahir Montaño