El valle potosino es un  tesoro del turismo en el país, que apunta a crecer

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8 de octubre de 2017, 4:00 AM
8 de octubre de 2017, 4:00 AM

La frase aplica en sentido casi literal: Toro Toro es otro planeta. Si no fuera por la localidad de 12.000 habitantes que da nombre al lugar y por los innumerables ranchos que salpican las laderas de este valle de unos 13 kilómetros de largo, bien se podría decir que Toro Toro pertenece a un planeta distinto al que habitamos, la Tierra olvidada de hace decenas y cientos de millones de años.

Este parque nacional de 16.570 hectáreas es un paisaje prehistórico que perdura, una veta en la que está impreso el rastro de dinosaurios y en el que se petrificaron las conchas de moluscos que poblaban mares antiguos.

La azarosa formación del continente sudamericano a lo largo de las eras quedó marcada aquí por una serie de poderosas fracturas en la corteza terrestre que dieron su forma característica a los márgenes del valle ubicado en el norte de Potosí, pero a 140 km de camino empedrado desde Cochabamba.
Una vez allí, la lista de paseos turísticos es larga. Profundas cavernas y coloridos cañones, caídas de agua clara y miradores que invocan al vértigo están entre las atracciones favoritas.

Cada vez más cerca
Pero primero hay que llegar, y Toro Toro no está tan lejos de Santa Cruz, si se considera que salvo los 140 km de empedrado entre Tarata y nuestro destino, el resto del camino está asfaltado.

Es posible llegar a Toro Toro desde Santa Cruz de la Sierra en menos de media jornada de viaje saliendo por la carretera nueva. Ya en Cochabamba, a poco de pasaer por la localidad de Colomi, se toma el desvío hacia Tiraque y se sigue hasta Tolata. A poco de pasar por esta última localidad, se vira al sur hacia Tarata, donde termina el tramo asfaltado.

Desde allí, el viaje a ToroToro, pasando por Ansaldo, no es tan cómodo como el resto, pero eso cambiará pronto. Ya han comenzado las obras para asfaltar el camino y lo que el viaje le queda debiendo a la comodidad, lo compensa el paisaje. Curva tras curva, comienzan a revelarse cañones y paredones en los que los estratos horizontales del terreno están hoy verticales debido a inimaginables movimientos telúricos. 

Se prevé que el asfaltado de la ruta concluya dentro de unos cuatro años y los guías turísticos en Toro Toro comparten la opinión de que esa obra impulsará el turismo en la zona. La localidad recibe anualmente unos 21.000 visitantes y cuenta con unas seis decenas de guías nacidos en la comunidad o en comunidades adyacentes.

Un espectáculo de la naturaleza La vista amplia desde uno de los miradores hacia el profundo Cañón de Toro Toro 

Todo para ver y caminar

Llegar a Toro Toro en vehículo propio puede ser una ventaja. Salvo dos o tres paseos cercanos, a los que se puede llegar a pie, los más icónicos distan hasta una hora en auto. Por ello, tras registrarse en la oficina del Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap), ubicada a unas seis cuadras de la plaza central, los visitantes deben ir a la oficina local de guías, a solo 50 m de la anterior, para contratar al que los llevará al paseio de su elección.

De todas maneras, aunque contratar un vehículo local puede encarecer el monto, es bueno saber que los vehículos provistos son bastante cómodos pues van desde vagonetas Montero hasta minibuses, todos bien mantenidos.

¿Y qué hacer? Los paseos más recurrentes son el Cañón de Toro Toro, Ciudad de Itas y la caverna de Humajalanta.
Caminar por la pasarela metálica instalada en uno de los miradores del cañón es un desafío serio para quienes sufren de vértigo, pero el premio es una vista privilegiada de esta garganta de casi 300 metros de profundidad. Dependiendo del tiempo disponible y de la resistencia física, se puede optar por ir gradas abajo por los 800 escalones que conducen al fondo de Vergel. Solo tenga en cuenta que deberá hacer el camino de vuelta hacia arriba.

A una hora en vehículo con espectaculares vistas del valle, se encuentra Ciudad de Itas. Una formación rocosa que se rodea en unas tres horas de caminata para apreciar tres conjuntos de cuevas dentro de los cuales la luz revela tonos de verde, azul  y anaranjado que cambian a lo largo del día. Es un paseo que requiere resistencia y también algo de tolerancia a la altura.

A la inversa, la caverna de Humajalanta desafía a los claustrofóbicos sin dejar de ser espectacular. Marcada por el saqueo de sus estalagmitas décadas atrás, la cueva aún es un recorrido extremo en el que se puede ver corrientes de agua con peces ciegos y hacer una pausa para apagar las luces de las linternas y solo sentir el silencio, la oscuridad y el frío. Buen viaje.