Andrea M. Ghez es la cuarta mujer en la historia en ganar el Premio Nobel de Física. El galardón fue compartido con Reinhard Genzel, por su hallazgo del agujero supermasivo del centro de nuestra galaxia. Espera que esto motive a otras mujeres investigadoras

12 de octubre de 2020, 16:49 PM
12 de octubre de 2020, 16:49 PM

Eran las dos de la mañana del martes 6 de octubre, cuando una llamada telefónica despertó de improviso a la astrofísica estadounidense Andrea Mia Ghez. 

Del otro lado del teléfono le anunciaban que era una de las ganadoras del Premio Nobel de Física 2020.

Dormitaba todavía y durante los primeros minutos pensó que estaba soñando, pero pronto le invadió la emoción y la alegría, aunque a lo largo de ese día no dejó de sentir que estaba viviendo un sueño, todavía incrédula de haberse convertido en la cuarta mujer en la historia del premio en recibir ese reconocimiento, pero sobre todo por el significado que tenía ese logro para ella, como así se lo hizo conocer horas después al director científico de Nobel Media, Adam Smith.

Para mí siempre ha sido muy importante alentar a las mujeres jóvenes para que se dediquen a la ciencia, por lo que significa una oportunidad y una responsabilidad animar a la próxima generación de científicas para que se apasionen por este tipo de trabajo”, comentó Ghez.

Trabajando en un ámbito dominado por hombres, Ghez sabe de la importancia de que se visibilicen los logros de las mujeres, porque fueron figuras femeninas como Amelia Earhart las que también las inspiraron a ella.

“Ver que tengan éxito personas que se te parecen, o que son diferentes a los demás, te muestra que allí hay una oportunidad, que puedes hacerlo, que este es un campo que está abierto para ti. Por eso creo que la visibilidad es muy importante”, agregó la investigadora.

Cuando Andrea Ghez tenía cuatro años vio junto a sus padres y abuelos, el primer aterrizaje del Apolo en la Luna el 20 de julio de 1969. Vivian en Chicago, Illinois y entusiasmada por el suceso anunció que ella también iría a la luna como astronauta. Así, desde muy temprano fue atrapada por el mundo de la exploración espacial. 

Sus padres le compraron un telescopio, pero viviendo en Chicago rápidamente pasó de mirar la luna a explorar los departamentos de otras personas, porque eso es lo que se puede ver en lugar del cielo nocturno en una ciudad como Chicago, aseguró en una entrevista a la revista Quantan.

En esos primeros años también soñaba con ser bailarina de ballet cuando fuera grande, pero al entrar a la secundaria se interesó más por las actividades académicas, los deportes y la música. Pero lo que durante esos años nunca cambió fue su fascinación por los rompecabezas y las matemáticas.

 “Siempre me encantaron los rompecabezas cuando era niña, me encantaban también las matemáticas, así que cuando fui a la universidad pensé que me iba a especializar en matemáticas, pero me especialicé en física. Así que diría que la fascinación inicial fueron los aterrizajes en la luna y luego una especie de fascinación por las matemáticas y los acertijos: rompecabezas, crucigramas, Sudoku; todavía los amo. Hago Sudoku todos los días”, contó.

Su pasión por las matemáticas la llevó en 1983 al Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) en Cambridge y luego de ayudar en las cúpulas del observatorio astronómico decidió realizar estudios de posgrado en astronomía en el Instituto de Tecnología de California (Caltech), donde obtuvo su Ph.D en Física a principio de los años 90.

Era todavía estudiante en Caltech, cuando descubrió que la mayoría de las estrellas del universo nacen con una compañera, de modo que la mayoría de los sistemas solares tienen dos ‘soles’ en lugar de uno. El descubrimiento de que la mayoría de los sistemas estelares son binarios mostró que ya no podía usarse el sistema de un sol para explicar cómo nacen las estrellas.

Atraída por descifrar lo que se encuentra en el centro de nuestra galaxia y con acceso a los telescopios más grandes del mundo, los telescopios Keck en Hawai, Ghez empezó a liderar el equipo de investigación de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), institución a la que se unió en 1994. El equipo dirigió su atención a 26 mil años luz de distancia. Es decir, al mismo centro de la Vía Láctea.

Su fascinación por los agujeros negros la llevó a un estudio pionero de décadas que ha demostrado la existencia del agujero negro más grande en nuestra galaxia: el gigante de 4.1 millones de masas solares que se encuentra en el centro de la Vía Láctea, al que han bautizado como ‘El monstruo del medio’. Ese trabajo le valió un premio MacArthur en 2008, y la mitad del premio Crafoord, que es considerado el Nobel de astronomía, en 2012 y lo que le ha valido esta vez el Nobel de Física 2020.

Reinhard Genzel, director del Instituto Max Planck de Física Extraterrestre en Garching, Alemania, fue el ganador de la otra mitad del premio Crafoord 2012 y también del Nobel de Física 2020. Sus investigaciones coinciden con los realizados por el equipo de Ghez. 

Genzel es el competidor más agudo de la investigadora estadounidense y su equipo, pese a que comparten detalles de sus investigaciones no esconden la rivalidad entre ellos. “Andrea pertenece a una clase rara de aventureros”, declaró años atrás Genzel acerca del ímpetu de Ghez al arriesgarse a probar nuevas tecnologías que puedan ser aplicados a sus investigaciones “No hay nada como la competencia para impulsarte hacia adelante”, ha justificado ella.

La devoción de Ghez por su trabajo la haría parecer feroz, si no fuera que siempre está sonriendo y sus oraciones no siguieran explotando en mayúsculas verbales. Tal como es con sus rizos apenas controlados, cejas rectas y mirada directa, transmite una intensidad alegre. No divaga cuando habla y siempre tiene determinación”, la describió Ann Finkbeiner para un reportaje de la revista Nature.

Otras de las pasiones de Ghez es la enseñanza, actividad que inició cuando todavía era estudiante en Caltech. En aquella época no se permitía a los estudiantes de posgrado impartir cursos de Física para los de primer año, pero persuadió a la institución argumentando que las jóvenes no tenían referentes femeninos y que su presencia en las aulas animaría a que ellas siguieran la carrera de astrofísica. No se equivocó. Su dedicación y entusiasmo con las que daba las clases hicieron que le dieran un premio de enseñanza.

Pese a los innumerables reconocimientos que tiene ella prefiere seguir dando clases a los cursos de pregrado. “Es donde puedo lograr el mayor impacto, demostrando a las mujeres que pueden hacer ciencias físicas”, declaró en un reportaje de Science Hero. Ghez sabe que con su ejemplo está abriendo nuevas puertas a otras mujeres.