Hay dos tradiciones en las citas mundialistas modernas: Brasil y México siempre pasan a octavos de final y los aztecas nunca pueden jugar el quinto partido de la cita ecuménica.

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2 de julio de 2018, 12:21 PM
2 de julio de 2018, 12:21 PM

Hoy, Brasil reivindicó a la aristocracia del fútbol y despachó a los mexicanos con la autoridad de un peso completo peleando contra una mosca. Se sabía que el diminuto le podría asestar algún golpe a la ceja del campeón, pero que la pelea iba a durar lo que el más pesado quisiera. Y así fue. México comenzó con bríos y a los tres minutos ya había pisado el área rival, despertando a Alisson y dejando muestra de que no se iba a regalar. La respuesta de Brasil fue un poco más intimidante y a los cinco ya Memo Ochoa demostraba su calidad bajo los tres palos.

La grada del estadio de Samara rugía, poniéndole el marco adecuado a un partido de octavos de final a un matar o morir. Hasta un cuarto de hora, parecía que podía ser la tarde de México, que los aztecas se podrían sumar a la lógica inversa de este mundial y echar a otro favorito. Les salía todo. A los 17 hubo un córner a favor de Brasil y un despeje de cabeza de la defensa mexicana derivó en una serie de bochazos con poca técnica y estética que terminaron por formar un contragolpe. No era algo estético, pero era peligroso.

Del otro lado estaba la elegancia, sumada a la practicidad. Brasil no tiene los complejos de España con el tiqui-taca y tiene un técnico que se ha encargado de aislar a sus jugadores de la histeria que rodeaba, por ejemplo, a Argentina. Eso se traduce en un juego con múltiples armas. Brasil toca, pero cambia de ritmo cuando debe. Brasil tira centros, pero también saca los córners como jugadas por abajo. Brasil tiene a Neymar, pero también a William, y a Coutinho, y a Gabriel Jesús, y a Firmino y a Paulinho e incluso, a veces, a Casemiro.

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Es así que Memo Ochoa fue convirtiéndose en figura y México se fue diluyendo, perdiendo fútbol y confundiendo garra con matonaje que por lo general tenía como víctima a Neymar.

Fue así que se fue creciendo la figura de Williams, que ya se parecía cada vez más a su versión londinense, sillonero en el trote, una pantera en la carrera. Fue él quien recogió un taconazo de Neymar -que peinaba la frontal sin encontrar un hueco para ensayar el remate- cambió el ritmo a la jugada, se metió en el área, y tiró un centro rasante que cerró en el segundo palo 'Ney', que había acompañado la jugada por si –como en toda la copa- Gabriel Jesús llegaba tarde.

A partir de ahí, México fue un equipo ofuscado, convencido de que se tenía que volver a casa. Para muestra dos jugadas calcadas. Brasil perdió la pelota en tres cuartos y eso derivó en un contrataque en la que quedaron tres contra tres. Con opciones de pase por ambos costados, el atacante mexicano (Gallardo, en la primera, Chuqui Lozano, en la segunda), buscó la heroica y terminó la jugada con un disparo desde fuera del área que se fue alto. Toda idea de equipo se había borrado.

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Del otro lado, sucedía todo lo contrario. Cada vez afloraba un Brasil más coral, con un tal Fagner presentándose como un gran defensa, con un par de torres como Miranda y Thiago Silva limpiando todo, con un Casemiro doctorándose en el arte de la falta brasileña (una de ellas le valió la segunda amarilla) y con una delantera elástica y versátil. El segundo y definitivo llegó a los 88, cuando acababa de entrar Firmino al campo de juego. El delantero del Liverpool cerró una jugada de Neymar, que decidió centrar en lugar de seguir fusilando a Memo Ochoa y dejar que otro haga el gol. Firmino lleva jugado apenas un puñado de minutos, pero ya hizo más que Gabriel Jesús y reclama la titularidad.