Era un eximio ejecutor de tiros libres. Mezclaba potencia y precisión. Desde el lateral izquierdo escribió su historia

8 de noviembre de 2021, 11:56 AM
8 de noviembre de 2021, 11:56 AM

Por: Chino Tapia

El Cañonero anda en silencio y sin prisa. Todavía viste indumentaria deportiva. Varias veces a la semana se lo puede ver caminar por el barrio El Trompillo rumbo al lugar donde se encuentra con amigos y ex compañeros para conversar un rato sobre lo cotidiano, y también para recordar hechos y anécdotas.

Uno de esos días hace un alto en esa su rutina para conversar con DIEZ sobre la vida de Roberto Pérez Méndez. De su vida, que tuvo de todo, especialmente la del futbolista que alcanzó la fama gracias a sus furibundos remates.

Hoy en Bolivia no se encuentra un futbolista con las características del Cañonero. No hay nadie que tenga la particularidad de pegarle con esa potencia y precisión que en tantas oportunidades hizo estallar a las tribunas en todos los escenarios del país por sus espectaculares remates de media distancia, pero en especial de tiro libre.

La potencia en la pegada fue algo innato, aunque él le puso trabajo, constancia y mucho esfuerzo a ese talento para convertirlo en un valor agregado muy codiciado en el fútbol nacional, en el cual no abundan esos jugadores “diferentes”, que sobresalen por dejar en la cancha algo más que sudor y esfuerzo.

Lamentablemente hay poco material en video que testimonie todo lo que fueron los “bombazos” de Roberto. Cada tiro libre, cada pelota cerca del área grande, cada centro pasado hacia su sector izquierdo, cada aproximación al arco rival con la pelota en los pies era sensación de peligro. La gente lo esperaba porque sabía que es zurda representaba peligro de gol cerca del área.

El apodo de Cañonero nació justamente a raíz de la potencia de sus tiros. Era un jugador delgado, de mediana estatura, que tenía una gran facilidad para imprimirle gran fuerza a los remates. Tenía potencia y precisión. Una anécdota refleja lo señalado.

“El loco Justiniano era arquero de The Strongest. Yo jugaba en San José con el mundialista Daniel Valencia; él recibe la pelota en la mitad de la cancha, avanza y hace una pared habilitándome cerca del área grande para que yo le pegue. Fue tan fuerte mi remate que la pelota rebotó del travesaño y luego lo golpeó al loco Justiniano en la cabeza y lo tuvieron que internar en una clínica con conmoción cerebral. Él tiene el periódico guardado de ese momento, fue increíble”.

Vino de su natal San Ignacio de Velasco a probarse en Real Santa Cruz, y le fue bien. Llegó a las selecciones juveniles y también a la mayor.

En 1977, a sus 17 años, llegó a nuestra ciudad acompañado del también ignaciano Luis Alberto Calderón. Don Jorge Nardín lo llevó a los entrenamientos que dirigía el entrenador argentino Raúl Álvarez.

Me costó enganchar en la primera (división) porque jugaba de puntero izquierdo pero después llegó otro entrenador, el uruguayo Nelson Leal que me bajó de lateral siempre por izquierda. Me fue tan bien que el ’81 me llevaron a la selección boliviana juvenil. Fuimos a Ecuador a un Sudamericano”, recuerda.

En ese seleccionado estaban también Luis Enrique Padilla, Edgar Castillo, Eduardo Terrazas, Miguel Ángel Noro, Lorgio Antelo y otros, todos que luego triunfarían en equipos profesionales. Roberto jugó tan bien que el equipo ecuatoriano Aucas lo pretendió; sin embargo, la dirigencia realista pidió mucho dinero por su pase e hizo fracasar las negociaciones.

Esa selección, a cargo del cochabambino Luis Terán, marcó época. Avanzó a la fase final junto a Brasil, Argentina y Uruguay.

Pasó luego a Guabirá, en 1983, que pretendía conformar un gran plantel e incorporó a jugadores destacados como los brasileños Fumanchú, Anselmo y Jorge Luis Farías, el argentino Eduardo “Pato” Jurkevicius, y al zaguero nacional Edgar Vaca. Pero su paso por el Rojo del norte fue fugaz.

El año siguiente volvió a Real Santa Cruz para luego dar el salto a Bolívar, en 1985. Se coronó campeón por primera vez con la Academia en uno de los dos años que permaneció en La Paz. La juventud, falta de experiencia y decisiones erradas lo llevaron a tener problemas con el entrenador Jorge Habegger, lo cual precipitó su salida.

Pese a ello, tiene un buen recuerdo del club paceño. “Bolívar fue el único equipo que me pagó el porcentaje por la venta de mi pase; después todos me engañaron, me engañó Real Santa Cruz, igual Blooming no me dio mi porcentaje cuando me vendió a Bolívar. Bolívar me pagó unos 6.000 dólares, que en esa época era un buen monto. En Real me hicieron firmar un documento para jugar un amistoso, pero después me salieron con que el pase era de ellos”.

Fue entonces que le ocurrió algo diferente porque Bolívar concretó un trueque de Roberto Pérez por el arquero Burgos de Destroyers. Allí se estaba armando otro equipazo. Desde el denominado “trío de oro” (Marco Etcheverry, Erwin Sánchez y Mauricio Ramos), pasando por Carlos Trucco, “Pollo” Beccerica, Horacio Baldessari, Fernando Reveliz, Custodio Parada y Federico Justiniano. Llegaron a semifinales del torneo.

Posteriormente pasó por Blooming. Bajo el mando del “El Mago” Raúl Pino, compartió vestuario con otros grandes, como “Chichi” Romero, el arquero Balerio que venía de Racing de Argentina, Baldessari, Reveliz, Silvio Rojas, Jhonny Herrera, Rolando Coímbra, Noro y Néstor Vaca.

Ya comenzando la década de los ’90, lo llevan a San José de Oruro. Hay algo especial en esta etapa porque el cuadro orureño volvía a la Copa Libertadores para lo cual se estructuró un equipo con jugadores muy experimentados, como Silvio Rojas, Juan Carlos Sánchez, Luis Galarza, otra vez Noro y la estrella: el mundialista Daniel Valencia. Con ese equipo de “viejos” (como lo decían los aficionados) llenaban estadios en todo el país.

El cañonero era uno de los jugadores más queridos y populares del cuadro orureño. Los hinchas no querían que deje el equipo cuando decidió marcharse. Incluso cortaron la ruta de salida de la ciudad. Pero la decisión estaba tomada.

Retornó a la Academia paceña el ’92 para volver a levantar la copa de campeón nacional; sin embargo, otra vez lo postergó un DT, el ruso Vitaly Schevchenko. “Yo venía de refuerzo para la Copa Libertadores pero él ni bien me vio me dijo que yo llegaba como alternativa”, recordó con algo de pena.

El cierre de su carrera fue el cumplimiento de un sueño personal, jugar en el club de sus amores, Oriente Petrolero. Le fue bien, igualmente, clasificando a una Libertadores, marcando goles en casi todos los clásicos contra Blooming y con Ovidio Mesa como director técnico.

Con los albiverdes marcó uno de los goles más recordados. Se lo hizo al camerunés Tomás Nkono, que atajaba en Bolívar. Pérez remató desde el semicírculo del área grande con precisión. Nkono voló, y en el intento de desviar la pelota, chocó contra el poste izquierdo. Golazo.

Fue una linda carrera de 20 años.

Roberto pasó momentos difíciles después. Pero salió adelante. Prefiere no hablar de esa etapa y simplemente señala que los jóvenes tienen que tener cuidado porque la droga merodea al fútbol como en otros ámbitos de la vida.

Y les deja un mensaje a los jóvenes futbolistas. “A los jugadores, como fui yo, les digo que se cuiden; yo tuve problemas extra futbolísticos, pero los superé. Cada uno debe saber administrar lo que gana y especialmente que sean profesionales las 24 horas de cada día. Hoy por la tecnología a los futbolistas los ven desde cualquier lugar del mundo, tienen posibilidades de promocionarse”.