Sayonara Honey marca el retorno de Pinto a la literatura. La novela se presentará este viernes 3 de junio, a las 20:00, en el salón Raúl Otero Reiche de la XXIII Feria Internacional del Libro de Santa Cruz de la Sierra.

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3 de junio de 2022, 4:00 AM
3 de junio de 2022, 4:00 AM

Es una especie de vuelta a las trincheras. Darwin Pinto Cascán empieza a jugar el segundo tiempo en su faceta de escritor y lo hace con una nueva obra y nuevas energías.

Sayonara Honey se llama su carta de presentación en este renovado ciclo, que llega tras una década alejado de las letras, desde que publicó La Máquina de Aqueronte (2011). El recorrido comenzó en 2009, con el libro de relatos El colmo de la infamia (antes publicó Un tal Evo, biografía no autorizada de Evo Morales, a cuatro manos con Roberto Navia) y continuó con Sabayoneses (2010), primera novela de la saga que narra la historia de una estirpe calamitosa: los Drake y de Sabayón, un caserío en medio de la selva que vive su holocausto particular.

En estos 10 años han pasado muchas cosas en la vida de Pinto, desde su alejamiento de la literatura y su conversión al cristianismo hasta su vuelta a las letras con Las resurrecciones de Jesús, un texto que recibió una mención de honor en el Premio Nacional de Crónica Periodística Pedro Rivero Mercado. 

A eso se añade un aliciente que marcó a fuego la convicción del retorno en el autor cruceño y que se dio cuando Sayonara Honey quedó entre las 10 finalistas del Premio Azorín de Novela en 2020.

Ahora llega el momento de soltar la historia que tuvo entre sus manos en los últimos años y dejársela al lector. La presentación es este viernes 3 de junio, a las 20:00, en el salón Raúl Otero Reiche de la XXIII Feria Internacional del Libro de Santa Cruz de la Sierra.

Antes, Pinto habla de su obra, de las circunstancias que rodearon la escritura y de sus motivaciones como escritor, periodista y docente.  


_ ¿Qué sensación te deja este retorno?


Me retiré de la literatura durante una década y en ese tiempo, entre otras cosas, desarrollé mi vida espiritual, pero además aproveché ese silencio creativo para terminar el proceso del descubrimiento de mí mismo, como ser humano y principalmente, como el escritor que quiero ser.
 Mis obras anteriores están llenas de una vitalidad caótica y desordenada, casi un grito que abruma y no deja ver sus formas. Todo lo anterior es un ruido muy alto. En Sayonara Honey por fin me encuentro a mí mismo desde una madurez física y espiritual cuyo fruto es una armonía creadora, rítmica, simétrica, y todo eso ocurre a la mitad de un campo muy verde sembrado de antiguos tamarindos cargados de fruta. Hoy escribo como si construyera la casa de mis sueños en la punta de un cerro, con un arroyito al fondo y una línea de tren que pasa a lo lejos. Y de fondo suena El trovador de barro negro, de Silvio.
 La sensación del retorno es la de una absoluta satisfacción por cuanto en el libro he dejado lo mejor de mí hasta hoy. Sayonara Honey es lo mejor que puedo escribir en este momento de mi vida y eso me deja muy en paz porque sé que el libro podrá defenderse solo. No va a necesitar de mí. No lo leeré nunca más.

_ La novela continúa la saga de los Drake, pero se centra en la vida de Martín Ulises Drake. ¿Qué aspectos prevalecen al momento de retomar el hilo de la historia y qué cosas fuiste dejando afuera?

Martín Ulises es el último pariente vivo y el más pobre de todos los Drake que han existido. Su apellido le es un problema, un peso que no pidió llevar y que lo involucrará en el estallido interno que sufrirá el país fundado por sus ancestros. Prevalece el espectro de los Drake. Su bandera amarilla con el dragón rampante es levantada por los rebeldes y Martín se ve envuelto en una guerra civil que a él lo tiene sin cuidado, porque la política no le importa. Sus problemas son otros, más personales, más del corazón, más de él contra él mismo. En Sayonara Honey, los Drake son un símbolo de resistencia contra la tiranía establecida. En Sabayoneses y La Máquina de Aqueronte eran el centro vivo de la historia, eran ellos los tiranos.

_¿Cómo calificas la edición de 3600?

Estoy muy conforme. La editorial se ha portado de diez. Una buena coordinación y mucha buena onda.

_¿Qué lecturas te han acompañado en el proceso de la escritura?   

Tengo una especie de cábala que incluye libros y música específica. Siempre que escribo novelas, tengo a mi lado a Sartoris, de William Faulkner; y Crimen y Castigo, de Dostoievski. Escribo, me canso y descanso releyendo esos libros. También cada libro lo escribo con un género musical específico. Sabayoneses la escribí oyendo tambores africanos. La Máquina de Aqueronte la escribí oyendo a los Rolling Stones. Sayonara Honey la escribí escuchando a Silvio Rodríguez, no tanto por Silvio, sino porque un disco particular (Descartes), me trae recuerdos de un mentor y gran amigo ya fallecido a quien le dedico el libro. La música me lleva a lugares y a personas. En la novela hay nombres de músicos y canciones que, de una u otra forma, activan recuerdos muy importantes para mí.

_¿Cómo se llevan el Darwin periodista y el escritor de ficción en la actualidad?

El periodista le da la mitad del material que el escritor necesita, la otra mitad el escritor la ficciona, la cosecha de sus recuerdos, de su imaginación y ahora en menos medida, de su locura. Son socios asimétricos, porque en los hechos, el periodista siempre ha trabajado para el escritor. Hasta hoy, el periodista es el que sostiene con su trabajo al escritor que no piensa renunciar nunca a eso que disfruta hacer. Siente que puede darse el lujo. Trabajan para él, el periodista y ahora también, el catedrático.

_¿Hacia dónde se dirige tu labor literaria después de Sayonara Honey?

Quiero seguir el camino rumbo al escritor que puedo llegar a ser. Sé que Sayonara Honey es un hito importante porque marca mi retorno a la literatura, pero sé también que aún hay mucho camino por andar y ahora tengo las herramientas técnicas, la experiencia y la madurez para mejorar la escritura. Yo soy ante todo un tipo que escribe; todo lo demás lo hago porque alguien debe hacerlo.

_Si volvieras a escribir un libro sobre Evo Morales, ¿cómo sería?

No volvería a escribir exclusivamente un libro sobre él. Aparecerá como una parte para explicar el contexto, no como un todo en sí mismo.

_¿Qué es lo que más te preocupa de la realidad nacional?
Bolivia es una aporía, una dificultad lógica insuperable. Lo ha sido desde el primer día, cuando por órdenes del Mariscal Sucre los delegados en la Asamblea de Charcas deciden crear un nuevo país, ahí, de golpe y porrazo, algo sobre lo que ninguno de los jefes guerrilleros regionales que habían luchado y muerto por 15 años en su resistencia contra la Corona, habían soñado o discutido nunca. El país se hizo de improviso y los efectos de esa improvisación se sufren hasta ahora. Somos la carga de yuca que se le va cayendo al burrito… desde 1825.
 En la novela defino a este país como un Frankenstein que lucha contra sí mismo tratando de arrancarse esas partes que no siente suyas. Hasta hoy no lo ha logrado, pero eso no significa que un día tal vez sí lo haga.