El periodista Osman Patzi Sanjinés escribió un texto sobre el doctor Edmundo Cañellas Urquiza, un apasionado por los jeeps Willys. El reconocido profesional de la salud falleció la semana pasada

22 de mayo de 2023, 8:22 AM
22 de mayo de 2023, 8:22 AM


El periodista y docente universitario Osman Patzi Sanjinés es el autor de este texto que resalta parte de la vida y obra del doctor Edmundo Cañellas Urquiza, un apasionado por la medicina y los jeeps Willys. 

“Anoche traté de recordar cómo fue mi primer encuentro con el doctor Edmundo Cañellas Urquiza, comienza diciendo el texto. Supongo que lo conocí personalmente hace más de 20 años cuando acompañé a Pedro (Choco) Rivero a ver, en un canchón, el Willys que él le había considerado apto para una “medardeada”. Me saludó con su inconfundible voz sonora y cálida y usó las dos manos para estrechar la que yo había extendido al presentarme”. 

“Usted tiene un jeep blanco, lo estaciona ahí en El DEBER”, me dijo de sopetón y me dejó boquiabierto. Mi Willys del año 1946, el mismo de su nacimiento. Poco tiempo después me entregó una pieza envuelta en papel periódico. “Ví que le falta esto, tómelo”, dijo sin más. Su ojo clínico ya había auscultado mi Willys y encontró entre sus preciados tesoros un regalo para mí.

El doctor Cañellas -según Patzi- tenía esa envidiable capacidad de decir mucho con pocas y precisas palabras. Era un comunicador nato. Hubiera sido un excelente periodista, locutor, presentador, pero también habría sido un mecánico de primer nivel, un chapista ejemplar, un inmejorable administrador, o un militar de honor, por no decir, un cotizadísimo parrillero. Eligió ser médico y abrazó una de las especialidades más complejas de la medicina y se desenvolvió con tal profesionalismo, hasta jubilarse en el servicio de salud, que se convirtió en un referente de su campo. Aún jubilado, era posible ver uno de sus Willys en el estacionamiento del laboratorio IBC, señal de que él seguía trabajando.

Amante de los Willys, cómo no. Sufría lo indecible cuando tenía en frente un jeep maltratado, sucio, o con cambios drásticos y accesorios ajenos. Valoraba la originalidad y así también apreciaba la amistad genuina y desinteresada.

 Hombre de mundo, sabía ubicar perfectamente al interlocutor y tenía para todos el mensaje adecuado a la circunstancia.

De igual manera se lo podía usar como referente de la hora, no de la hora boliviana. Quince minutos antes de las siete, pasaba religiosamente por el segundo anillo rumbo al colegio para dejar a su adorada nieta. Su inconfundible Willys ‘motor alto’ ocupaba siempre la franja central de la vía.
Formado profesionalmente en Argentina, sacaba a relucir un acento porteño sin dificultad. Sus chistes eran -y lo remarcaba- de salón. 

Le gustaba tomar la palabra en las discusiones y presentaba argumentos irrebatibles. Locuaz, ocurrente, poseedor de una finísima ironía, no tenía necesidad de recurrir al lenguaje soez para expresar su sentir con vehemencia. Culto, bien informado, pero al mismo tiempo sencillo y llano.

Pac-Pac-Pac, tocaba presionando el pulgar y medio en el bolsillo delantero del pantalón sobre su billetera, envuelta en plástico, diciendo “Estos no son casinos”, entre sus ocurrencias, para afirmar que bastaba poner el precio a un Willys o un repuesto para que él lo compre de inmediato. 

O cuando llegaba con una bolsa de horneados al taller de don Bernardino o de don Medardo, exclamando “estos no son de rotonda”, dando a entender que traía productos de calidad. “Un Willys no se vende, se compra”, “Cualquiera puede comprar un Willys, pero no cualquiera es para un Willys”, “Si el Willys gotea aceite, se cambia el piso, qué problema”, o el infaltable “injerto de sapo en peta”, para describir técnicamente a un jeep con motor de otra marca.

Mordaz, no se guardaba nada. Como cuando un ‘willysero’ apareció en una reunión con una camisa, por decir algo, extravagante. -¿Dónde compró esa camisa?, preguntó con seriedad. El interpelado, creyendo que proporcionaría un buen dato para una compra indicó, con presteza, la dirección. 

–“Ah, bueno, es para no pasar por ahí…” y entonces estallaban las carcajadas del resto. Franco en extremo, incluso podría generar algún tipo de rechazo inicial al desconocido, pero luego, se descubría como un ser humano excepcional en su generosidad y en simpatía. Lo vamos a extrañar muchísimo, pero a la vez estará siempre presente con el enorme legado que nos deja. 

Hasta nuestro próximo encuentro inevitable, querido doctor Cañellas”.