La autora boliviana publicó recientemente su segundo libro de poesía Qué más queda cuando (Editorial 3600)

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1 de abril de 2022, 11:06 AM
1 de abril de 2022, 11:06 AM

La escritora Marcia Mendieta presentó en la pasada feria Enjambre de Libros su segunda obra poética, titulada qué más queda cuando, donde retoma algunos temas de su primer libro, desde moverse a otros espacios hasta -y de forma sutil- desastres ecológicos y políticos. 

En esta entrevista Mendieta, que reside en Santa Cruz, habla del proceso creativo de este libro, autores con los que dialoga y proyectos personales.

_qué más queda cuando lo publicás cinco años después de tu primer libro, La casa que nos habita. Un tema que pienso que aparece en ambos es el de la ‘mudanza’, el cambio de lugar ¿De alguna manera querías relacionar ambos libros o no fue intencional?

No fue intencional. Es más, si bien tengo presente que casa, memoria y familia son los temas sobre los que más escribo, no era consciente de que este segundo libro se podría considerar como una continuidad. Hace poco, cuando Paola Senseve leyó el poemario para escribir el texto de contratapa, me hizo notar cuán conectados estaban ambos. Y tiene mucho sentido porque durante la escritura de estos poemas yo estaba en el proceso de habitar un nuevo espacio.

_En algunos poemas se habla de toques de queda, de respirar, de las llamas en los bosques… No pude evitar hace analogías coyunturales, ¿Cómo nacen esos capítulos Al borde de la llama y Noche afónica?

Casi todas las secciones del libro están relacionadas con momentos muy precisos, aunque no pretenden ser un registro de sucesos más allá de las imágenes que estos me despertaron. Escribí Al borde de la llama justo después de una visita a Bolivia en agosto de 2019, cuando la Chiquitania estaba ardiendo; Noche afónica, durante el toque de queda en Nueva York por las manifestaciones a raíz del asesinato de George Floyd. La primera sección del libro, Mudar, la escribí durante el momento de encierro más estricto y apocalíptico de la pandemia. Todo sumado a la crisis que se vivía en Bolivia desde 2019 y que me tocó lejos del país.

_Se menciona a Roberto Echazú en uno de los capítulos, ¿con qué otros autores también dirías que dialoga qué más queda cuando?

En una última revisión del poemario decidí quitar un epígrafe de Juan José Saer que dialogaba con la sección Al borde de la llama: “Del incendio más colosal no queda más verdad que la ceniza”. Yo en realidad leí esa cita en Twitter y la mantuve escrita en un Post-it y pegada a mi escritorio durante ese año de edición. Me suele pasar eso, me gusta un poema o una imagen que encuentro en un libro o en la virtualidad y la escribo en papelitos, la leo en voz alta una y otra vez, obsesivamente. En ese tiempo de escritura y reescritura tenía un poema de María Negroni que repetía seguido; me gustaban sus pausas. Y también ya estaba muy segura de que me interesaba explorar el ritmo y la continuidad de los versos de Idea Vilariño.

Pero también supongo que voy a seguir encontrando ecos de poemas de mis amigos del taller Llamarada Verde en los míos. En la presentación de qué más queda cuando, nos percatamos con Melissa Sauma de la relación de uno de los poemas del libro con su poema Cíclica.

_¿Qué es lo que te interesa a la hora de escribir poesía y cómo encarás ese proceso? ¿Quizás de manera intuitiva o es algo que va determinado con antelación?

Siempre me interesó mucho que el poema diga algo, revele o muestre algo, pero además ahora me interesa mucho la forma y su sonoridad.

Para escribir recolecto imágenes todo el tiempo. Las anoto en mi celular y después, cuando estoy segura de que tengo un huequito de tiempo, me siento a escribir. Si soy obsesiva con los poemas que me gustan de otros, soy más aún con la edición de los míos. Los leo tantas veces que termino memorizándolos. No tengo una rutina de escritura, ni pienso en un horizonte de libro. Llega un momento en que siento que tengo bastante material, me siento a organizarlo y reviso si los poemas dialogan. Si lo hacen, ahí hay libro.

_Siempre me ha llamado la atención la producción poética en Santa Cruz, que es mucho mayor a la narrativa, con bastante autopublicación y ediciones artesanales ¿Por qué creés que se da esta situación y, desde esa perspectiva, cómo ves el movimiento poético en la ciudad?

Pienso que quizás se deba a que en Santa Cruz se organizan bastantes lecturas, talleres y otros eventos de poesía que, en su mayoría, son más accesibles y abiertos que los de narrativa, en el sentido de que, por ejemplo, no existe un micrófono abierto u otras oportunidades para leer tus primeros cuentos, ensayos o fragmentos de novela, pero en poesía sí. Hay menos chance de compartir tus escritos narrativos a menos que ya seas un autor publicado, que no es sencillo.

Pero, sobre todo, creo que hay una dimensión más de comunidad en la poesía, porque esta es más apta para ser compartida en público, por su sonoridad y brevedad, hasta inclusive por su capacidad performática. Cuando estás cerca de gente que comparte un interés, se arman redes que derivan en proyectos. Yo reivindico siempre la amistad que se construye desde la escritura y que rompe con las lógicas de la competencia. Eso sí, toca siempre estar atentos a las nuevas miradas y sensibilidades para que haya renovación en los espacios.

_Formás parte del colectivo poético Tufillo de poeta, que difunde poesía en podcasts ¿Cómo ha sido esta experiencia y qué otras ideas tienen para continuar?

Tufillo es un proyecto que me emociona muchísimo. Nació en 2019 con la idea de sacar la poesía de esa idea de solemnidad y llevarla a situaciones más cotidianas. Ahora ya tenemos cinco temporadas del podcast y hemos invitado a gente de casi todos los países de Latinoamérica. Hace poco, empezamos con la primera edición de un fanzine temático que resultó de un taller de escritura colaborativa y tenemos pensado sacar un segundo número. Estamos también preparando unas cápsulas de poesía para un canal de televisión chileno e iniciando conversaciones para la organización de unas lecturas.