Caminar por las calles, compartir con los vecinos y la arquitectura tradicional es la parte romántica de vivir por el centro. Vecinos relatan cómo fue crecer en el centro histórico de Santa Cruz de la Sierra

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25 de septiembre de 2022, 4:16 AM
25 de septiembre de 2022, 4:16 AM

Por Roxana Jiménez león

Tiempos de vecinos que se sentaban en sus tocos en la calle para ‘refrescarse’. Tiempos de proyecciones de las películas cristianas del hermano Aldo Rosso, de Don Bosco.  Tiempos de fiestas en el Club Social 24 de Septiembre y también de grandes hechos históricos y progreso. Todo eso vivieron los habitantes del casco viejo cruceño.  

Era un 1 de septiembre de 1966 cuando empezaron a poner las primeras losetas. Fue todo un acontecimiento. Las primeras piezas hexagonales se pusieron ante la mirada de los cruceños, que se acercaron a ver cómo las calles de tierra eran cubiertas con este material, que acompañó más de 60 años a los vecinos del centro de la capital cruceña y que ahora cuentan cómo es vivir en este lugar.

 El arquitecto Jorge Landívar nació por el barrio La Capilla y la plazuela Calleja. Y caminó por las calles de barro con sus pequeños pies juguetones e inquietos.

“No queríamos las losetas, pero, en ese momento, significaba el progreso”, dice ahora, que tiene 60 años y que ha acumulado muy buenos recuerdos de su infancia, juventud y su vida adulta.

“Las carreras de auto, que pasaban por el centro, los carnavales, cuando las comparsas recorrían nuestras calles y bailaban con los vecinos, las idas al cine, las fiestas en el Club Social, las precas y el Caballito”, enumera entre sus vivencias ‘Yiyo’, apodo con el que es conocido Landívar.

Buenos recuerdos

Landívar acompañó los trabajos del alcantarillado con esos tubos de cementos inmensos y las zanjas, que se convirtieron en el parque de juegos de muchos niños. También vio el nacimiento de la televisión con el Canal 11 en blanco y negro y escuchaba las novelas en la radio. 

Los relatos de Chucho, el roto, Kalimán y programas como 300 millones eran sus preferidos. Y pocas veces les decía no a unas escapadas a la radio a cantar, a correr en bicicleta o a manejar los autos a pedal.   El patio de la casa de Landívar era la canchita del barrio a la que llegaban sus amigos. Ahí, los infantes jugaron intensos partidos de fútbol y décadas más tarde fueron líderes departamentales y grandes empresarios que, hasta ahora, mantienen su amistad.

En su juventud, Landívar y sus amigos crearon su comparsa y en Carnaval y salían a la calle con su tamborita. “Nos trenzábamos a vejigazos, tirábamos barro a los transeúntes, también circulaban camiones y camionetas que nos pringaban o tiraban de todo”, cuenta el arquitecto, que, actualmente, es el presidente de la Asociación de Propietarios de Predios del Centro de Santa Cruz. Entre los problemas del casco viejo, en la actualidad, señala el caos del transporte, la ocupación abusiva del espacio público y la falta de políticas de preservación, entre otras cosas.

Una cuestión romántica

Caminar por las calles, compartir con los vecinos y la arquitectura tradicional es la parte romántica de vivir por el centro, de acuerdo con el escritor Javier Sandoval, que creció por la calle Campero. “En los 80 y 90 aún había un espíritu de vecindad, que ahora se ha perdido. Ya casi no nos conocemos, nos volvimos a reconocer en los días del paro cívico”, cuenta.  Según su experiencia, nacer y vivir en el centro fue raro y bonito a la vez. Bonito, porque todo era cerca, llegaba dando unos cuantos pasos al mercado o a la galería Casco Viejo. 

Entre las cosas raras, no habían canchas de fútbol y no podía andar en bicicleta, hacerlo por las losetas y  aceras es complicado. “Uno está tan acostumbrado al centro y recién suenan las alarmas cuando aparece el proyecto de sacar las losetas. Es algo, exagerando un poco, como que te corten una pierna, para los que conocemos la historia”, manifiesta Sandoval.

Nacida en la maternidad Percy Boland, la profesora María del Rosario Pedraza Leaños cuenta con orgullo que pudo disfrutar de la Santa Cruz de tierra. “Eran unos arenales hermosos, luego vinieron las losetas, pero antes de esto pusieron el alcantarillado, que era unos tubos grandes que, para ponerlos, abrieron unas zanjas donde todos los muchachos se metían a jugar. Yo no, porque no me lo permitían”, recuerda la profesora.

Su casa, ubicada en la calle Ballivián, era la única con agua potable, donde llegaban los aguateros a llevarse agua. “Mi padre era arquitecto y mamá tenía una pastelería, así que éramos conocidísimos”, cuenta la también profesora de música, que es la mayor de cinco hermanos. Ella tenía ocho años cuando pusieron las primeras losetas y asegura que, desde este hecho, la dinámica de los juegos de su niñez cambió. “Ya dejamos de jugar a la pelota y las corridas de la banderita. Para Carnaval, igual se dejó de jugar con barro”, señala.

Sus padres, el arquitecto Carlos Pedraza Pedraza, y su madre, Trinidad Leaños, fallecieron jóvenes. “Recuerdo que mamá usaba taco alto de aguja y cuando caminaba se le manchaba de alquitrán. A mí también me pasó en un desfile en la plaza 24 de Septiembre, así que me tocó caminar con los zapatos en mano”, cuenta la profesora que ahora tiene cuatro hijos, que también nacieron y vivieron en el centro, pero tuvieron una infancia diferente sin poder salir mucho a la calle.

Sin miedo a equivocarse, asegura, en un tono triste, que las personas que crecieron en el centro están desapareciendo. “Antes, el centro era súper tranquilo, yo salía con mis tías mayores a refrescarme hasta las 12 de la noche o hasta que nos hacía frío. Ahora da miedo después de las siete de la noche. Es silencio y aparte ya todo lo han hecho negocio”, enfatiza.

Cuidan su patrimonio

El apego y amor por el centro no solo es defendido por personas que viven en este lugar. El sentimiento llega a grupos de jóvenes que crean movimientos como La Loseta. Sus integrantes defienden el valor histórico y cultural. “Nos juntamos para charlar sobre las ideas, proyectos y sueños. Y nos dimos cuenta de que teníamos en común, el amor por nuestra historia, nuestra cultura y patrimonio. Y qué símbolo más inocuo que la loseta para reflejar eso”, escribe a EXTRA el vocero del proyecto, Rubén Yaguarí García Sandóval.

A ellos les interesa reivindicar el patrimonio, la historia de Santa Cruz y los valores que los unen como cruceños, además de reflexionar sobre aquello que los motiva como pueblo y defender el derecho que tienen a la ciudad, a participar y manifestarse.

Edificaciones de gran valor

Uno de los elementos importantes del centro histórico de Santa Cruz son sus edificaciones. Los cambios que se realizaron en los años 60 también influyeron en los inmuebles. “Se fueron prescindiendo de las columnas de madera”, subraya el investigador y artista Carlos Cirbián Barros, que lamenta la desaparición de muchas obras extraordinarias y de gran valor histórico.

De acuerdo con los datos de Cirbián, la primera obra grande que se perdió fue la antigua Recova, en 1966. Fue una construcción estrella por sus condiciones y cualidades hecha con recursos propios.

Fue demolida solo 40 años después, porque los comerciantes empezaron a invadir la plaza principal. Destaca que este inmueble, situado en las esquina de las calles Florida  y Libertad, se pudo haber preservado y que pudo haber sido una de las mayores atracciones del centro histórico.

Otro inmueble que ya no existe es el antiguo correo, que era un edificio del Estado y que fue destruido porque era una amenaza para las personas por los materiales con los que fue construido.  “Ese era un punto de encuentro hasta 1980.  La gente se citaba ahí porque estaban las carteleras de espectáculos, partidos de fútbol y artistas”, explica Cirbián.

Una casa de gran valor histórico y declarado patrimonio nacional, que ya no existe, es la del Altillo de Warnes, en la que vivió el libertador Ignacio Warnes, en la esquina de la Ballivián y Chuquisaca. La pequeña casa, de dos plantas, se deterioró y terminó cayendo en 1952.  

Todavía hay casas que datan de finales del siglo XVIII y que fueron debidamente restauradas, como un inmueble que está ubicado en la calle Arenales, esquina Murillo, como también la del Altillo Beni. “Es un gran logro haberlas salvado”, manifiesta contento el investigador, que destaca que estas casas tienen la tipología de vivienda maderera clásica del periodo colonial de Santa Cruz.

Sin embargo, lamenta la crisis que está viviendo el centro histórico, porque las edificaciones se están cayendo ante la vista de todos. “En este último tiempo todos hemos visto la caída de innumerables inmuebles, a los que, a veces, le ponen cerco para que no pasen porque se puede caer el techo”, puntualiza.

Uno de los últimos inmuebles que el investigador registró que está a punto de caerse y está semidestruido, se encuentra en la calle René Moreno y Ñuflo de Chávez. “Hasta hace poco estaba a punto de desplomarse”, asegura y añade que de nada sirve que se nombre patrimonio a un inmueble si las autoridades no brindan políticas para su mantenimiento. “Es alarmante la cantidad de casa antiguas que se vienen cayendo por falta de auxilio”, lamentó Cirbián.


El retiro de las losetas levantó a varios ciudadanos


María del Rosario Pedraza Leaños nació en la Ballivián




Javier Sandoval, con su hermano, primos y amigos,
en su domicilio de la calle Campero