El proyecto Pulsar le dio cámaras fotográficas a personas no videntes. Contiene las fotografías que tomaron Andrés Arteaga, Carmen Chávez, Daniel Copa, Ronny Rodríguez, Vannesa Siles y Miguelina Villegas.

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10 de abril de 2022, 17:25 PM
10 de abril de 2022, 17:25 PM

Tomar una fotografía. Capturar una imagen observándola segundos antes de pulsar el botón de la cámara. Retratar el momento y lugar perfectos. Esta es una acción que se ha hecho muy sencilla, y desde hace algunos años está al alcance de casi todos con la aparición de los celulares inteligentes. 

Pero, ¿cómo hacer partícipes de esto a las personas no videntes? Esta pregunta llevó a María Edith Pereira y Mitzy Roda, integrantes del colectivo Estereotipados, ha presentar un proyecto para trabajar con personas con discapacidad visual, es decir con baja visión y con ceguera total. 

Ambas artistas y gestoras culturales, a través de talleres de fotografía, de escritura creativa y de poesía, guiaron a seis afiliados al Instituto Boliviano de Ceguera (IBC) de Santa Cruz y los llevaron por esta travesía de imágenes. El resultado de estos meses de labor se podrá ver en una exposición en la Casa de la Cultura Raúl Otero Reiche, que abrirá el martes, y también en un libro en formato fanzine, que está a la venta y contiene las fotografías que tomaron Andrés Arteaga, Carmen Chávez, Daniel Copa, Ronny Rodríguez, Vannesa Siles y Miguelina Villegas. El proyecto recibió el nombre de Pulsar.

Inicio del proyecto

El colectivo Estereotipados existe desde 2018. Desde entonces las integrantes se plantearon que el arte interviniera en temas sociales. María Edith Pereira, graduada en Comunicación Social, ya había hecho un par de trabajos con personas no videntes para distintas obras. Así que, en 2021, cuando salió la convocatoria para los fondos concursables Micros Para Avanzar, no dudaron en presentar esta propuesta fotográfica.

“Al momento de enviar la propuesta hicimos una pequeña investigación de cómo ya antes, aquí o en otros lugares, se había trabajado con personas no videntes y de baja visión. En realidad, creo que el fin de este trabajo no es tanto la exposición o el fotolibro, sino más cómo, de alguna manera, el hecho de la falta de una percepción visual del entorno influye bastante en cómo este se entiende”, mencionó Pereira. “Para ellos es una experiencia medio rara, porque desde ya cuando empezamos planteándoles que iban a haber talleres de fotos lo veían absurdo, totalmente absurdo”, agregó la artista.





En el tema del taller de foto, no se abordó tanto la cuestión técnica, sino más bien Pereira les enseñó ciertos conceptos y les comentó cómo funciona actualmente la fotografía, con las cámara fotográficas siendo parte de las vidas cotidianas de las personas. Para tomar las fotos se realizaron tres ‘fotopaseos’: uno a la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno, el otro al Jardín Botánico y el último a la granja de la Fundación Simón I. Patiño.

“Ocupamos dos cámaras de juguetes, algunos de ellos ocupaban sus celulares. Las cámaras de juguete se las pasaban y se turnaban para ocuparlas, porque era cámaras bien intuitivas, de solo un botón. Otros tenían celular y con la aplicación ‘talkback’ se iban guiando para dónde apuntaban. Cuando íbamos a los fotopaseos nos quedábamos en diferentes lugares; por ejemplo, cuando fuimos a la universidad nos subimos por el parqueo y para ellos era toda una experiencia esos tipos de cambios: de ir a un lugar frío, de sentir que era un lugar oscuro, de caminar por la universidad y sentir que no es un lugar amigable para personas no videntes y de baja visión”, señaló Pereira.

No era una regla que tomaran fotos a cada rato. Pereira comentó que los seis fotógrafos, cuando les interesaba cierto lugar, o tenían cierta sensación de algún lugar, del sonido o del viento, en ese momento era que sentían interés por ‘fotear’. “También nos preguntaban y nos pedían que les empecemos a contar cómo era el entorno. Eran seis personas totalmente diferente cada una de ellas por sus intereses en los lugares”, mencionó Pereira.

Los talleres se realizaron durante tres meses, de agosto a noviembre, los no videntes asistían dos veces a la semana, cada clase tomaba una hora y media.

Describiendo sensaciones

Además de explicarles cómo captar imágenes, a los seis participantes de este proyecto se les dio talleres de poesía y de escritura creativa, los mismos que estuvieron a cargo de las artistas y poetas Lucía Carvalho y Graciela González. Porque la idea, además de tomar las fotos, era que los no videntes describieran lo que sentían cuando salían a los fotopaseos, las sensaciones que tenían y lo que percibían al encontrar un punto para fotografiar. Lo que tenían que hacer después era pensar en aquello y enviar un audio con esa idea o escribirlo en braille. Ese texto acompañará a las fotografías tanto del libro como de las imágenes que conforman la exposición de la Casa de la Cultura.






Para Mitzy Roda, que está en el último año de la carrera de Arte, los talleres de escritura fueron clave, porque se los incentivaba de que a través de lo que sentían podían escribir. “Así sea una palabra, así sea una sensación como frío o calor. Después de los fotopaseos se les pidió textos de cómo se sintieron en cada lugar. Cómo se sintieron, qué sintieron, qué pueden recordar de cada lugar, si les gustó o no. Siempre estábamos tratando de decirles que no importaba que sea extenso lo que nos dijeran. El de la huerta fue el mejor fotopaseo porque ellos tenían ahí un montón de plantas, como el orégano, la lavanda, la albahaca que ellos podían tocar, que podían oler. Nos permitieron arrancar los tomates, las zanahorias y las tocaban. Había compost y tocaban las lombrices; entonces, hubo un montón de sensaciones que ellos pudieron experimentar y a través de eso, el material que nos dieron fue más de lo que esperábamos”, señaló Roda. 

Algunos de los textos que aparecen en el fotolibro son los siguientes: “Al caminar me topé con muchas cosas, las plantas, los sonidos”, “En el camino se sentía como las hojas de los árboles se movían”, “He tenido mucho tiempo para pensar, recordar y meditar”, “Una pequeña lluvia nos pilló en el camino”, “Ojalá pudiéramos volver al jardín”, “Aprendí cosas que no sabía y no podré hacer por mi accidente”, “Una sensación de paz y tranquilidad”, “Siempre que pintaba, no podían faltar las palmeras”, “Me gusta soñar porque puedo ver el mundo de colores”, “Sentimos árboles de todos los tamaños”. Los textos de cuando visitaron la universidad dicen cosas como: “Un lugar tan grande como mi corazón”, “Me trajo recuerdos de rapear”, “El lugar era descuidado”, “Caminé tanto que me cansé”.







Nueva experiencia

“Yo me animé a participar por la curiosidad de un fotolibro”, mencionó Miguelina Villegas, una de las afiliadas del Instituto Boliviano de Ceguera que participó del proyecto. “Cuando nos comenta la idea que tenía era algo que nosotros nunca habíamos hecho; entonces, me llamó la atención de cómo es un fotolibro, qué se hace, cómo es”, apuntó Villegas.

Desde 2005, la visibilidad de Villegas se ha ido deteriorando debido a una retinitis pigmentaria. “Mi ceguera ha ido aumentando poco a poco. Tengo algo de remanencia visual”, dijo Villegas.

“En los fotopaseos nosotros sentíamos el ambiente, lugares muy diferentes que nos llamaban la atención. Sacábamos fotos donde podíamos, marcábamos donde podíamos. María Edith y Mitzy nos decían que nosotros sintamos el ambiente y ahí saquemos fotos, ellas las revisaban y nos decían que estaban bien. O sea, escuchábamos los ruidos de los árboles, los pájaros”, recordó Villegas.

“Nosotros, para hacer el libro, hemos escrito, la gran mayoría a través de audios, porque mis demás compañeros están rehabilitándose recién. Pero entre dos o tres personas hemos escrito en braille, que ya más o menos sabemos”, explicó Villegas.







“Yo recuerdo, de verdad, que al inicio era primero nervios y mucha curiosidad, pero al saber que finalizó y que se podrá publicar, la verdad que yo estoy feliz de que este libro se pueda lanzar y nosotros felices de poder tocar el libro, de sentirlo”, expresó Villegas.

Feliciana Calizasa es la directora Departamental del Instituto Boliviano de la Ceguera de Santa Cruz. Ella comentó que esta ha sido una experiencia bien original porque a muchas personas se les hace difícil pensar en personas no videntes sacando fotos, y por eso no lo ven importante.

“Los participantes han sido en su mayoría afiliados nuevos al Instituto de la Ceguera y que están en rehabilitación. Son personas que están en ese momento de duelo, de no querer aceptar la discapacidad, pero sin embargo tienen que aprender a vivir con ella. Entonces a ellos les ha ayudado bastante, les ha motivado, ha sido de gran ayuda”, manifestó Calizaya, quien agregó que se eligió a gente nueva para demostrar que la vida continúa, “que no se acaba el mundo y que hay muchas cosas que una persona ciega puede hacer”.

De los seis participantes en los talleres, Miguelina Villegas es una de las personas antiguas, y también Vanessa Silva, el resto recién se ha afiliado al IBC, la mayoría el año pasado.

El Instituto Boliviano de la Ceguera cruceño tiene 1.612 afiliados en todo el departamento.

Según Calizaya, la causa principal de la pérdida de visión en Santa Cruz es la diabetes. La otra causa importante es la retinitis pigmentaria, que es una enfermedad hereditaria.

El rango de edad entre los afiliados es de seis meses a 59 años. “Tenemos en el instituto a niños, jóvenes, adultos mayores y de la tercera edad”, informó Calizaya, que está desde hace cuatro años en la dirección del IBC. “Quiero invitar a todas las personas con problemas de visión o con ceguera que se acerquen al IBC, porque acá podemos a ayudarlos a retomar su vida a pesar de la pérdida de la vista”, mencionó Calizaya.

La exposición en la Casa de la Cultura se inaugurará el martes 12 de abril y estará abierta al público hasta el 1 de mayo. En tanto que el fotofanzine estará a la venta también desde el martes. El precio es de Bs 80 (estará en preventa hasta el 12 de abril a Bs 70) y los interesados pueden adquirirlo al teléfono 770-67880 y 70851955.