La escritora cruceña Camila Cárdenas Bowles reflexiona sobre la novela de la uruguaya Fernanda Trías, una de las principales invitadas a la Feria del Libro de La Paz, que se inicia la próxima semana

27 de julio de 2022, 19:54 PM
27 de julio de 2022, 19:54 PM

“Y después del hambre y la sed, de días y días de soledad, ves pasar una hormiga, la mirás como nunca habías mirado a una hormiga, y te das cuenta de que ella no sufre.

¿Todo eso para descubrir que las hormigas no sufren?Todo eso para descubrir que el que mira no soy yo.”

Fernanda Trías


Ha pasado muy poco tiempo desde el final de la cuarentena rigurosa a la que todos nos vimos sometidos por la pandemia por COVID 19, y un poco menos, desde que vivimos en función a las nuevas medidas y modalidades, todavía a muchos nos cuesta descifrar y entender la “nueva normalidad”.

Ahora que por fin nos vamos acostumbrando a nuevas rutinas, adornadas con exigencias médicas o de bioseguridad, ya después de haber conocido todos la verdadera soledad y el miedo, me permito prestarme unas palabras de Fernanda Trías con el fin de intentar transmitir aquello que me hizo sentir Mugre Rosa durante su lectura: “¿Sentirá una pérdida, por mínima que sea, como quien repasa con la lengua el hueco de un diente caído?”. La historia de una mujer cuyo principal objetivo es mantener con vida a un niño durante una catástrofe postapocalíptica en la que los días de pobreza, incertidumbre y niebla parecen ser eternos… 

Mugre Rosa emprende un viaje hacia la nostalgia, a esa nostalgia que podemos sentir hasta de los peores momentos, ese extraño-extrañar la sensación de encierro, del nudo en la garganta y esa incertidumbre… de las rutinas simples, el aburrimiento, y hasta esos segundos desesperantes en los que se nos acaba la creatividad.

Ese momento de nostalgia de un diente caído que nos recuerda un “aquí hubo”, “aquí pasó” “aquí dolió…” Y por supuesto cuestiones más tangibles como sirenas policiales, altavoces dando órdenes, prohibiendo salir de las casas después de cierta hora, esos límites improvisados impuestos por otros a los que probablemente nunca les tuvimos confianza.

Y además, finalmente, el recuerdo de todos los que incursionamos en la cocina o la crianza de una “masa madre”, quienes armamos rompecabezas, desempolvamos juegos y libros, comenzamos a bordar, o desarrollamos un nuevo hobby, todos los que aprendimos a disfrutar de perder el tiempo, un tiempo que parecía no pasar… pero sobre todo y en especial, todos los que depositamos una parte de nuestro ser en ese “otro” que sin saberlo nos mantuvo ocupados o activos y que, me atrevería a decir, nos ayudó a escapar de nosotros mismos, de nuestras trampas y nuestros fantasmas, de nuestro hueco del diente que ya no está. Este libro es un viaje, esta historia es la nostalgia con la que aprendimos a disfrutar perder y dejar pasar el tiempo.