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20 de abril de 2022, 4:00 AM
20 de abril de 2022, 4:00 AM

Muchos estudios y especialistas coinciden en que, tras más de una década de aplicación ortodoxa y sin oposición, el Modelo Económico Social, Comunitario y Productivo (MESCP), no nos condujo hacia el desarrollo sostenible que ofrecía ni eliminó los grandes problemas que arrastramos desde hace más de un siglo.

Más allá de la pobreza que continúa, dejó temas pendientes como el contrabando; la informalidad; el empleo precario; la burocracia; la falta de diversificación de la economía; la desinversión nacional y extranjera; los desequilibrios sectoriales y regionales; la inseguridad jurídica y; sistemas impositivos y laborales ineficientes, injustos y anacrónicos.

Además de su politización excesiva, quizá su mayor defecto fue concentrarse en los indicadores macroeconómicos, ignorando que las políticas se crean para la gente, y que sus efectos se miden también por los resultados en la microeconomía, es decir las dinámicas a pequeña escala y su impacto sobre las personas individuales.

Frente a esta realidad y como alternativas, el sector político y algunas instituciones, han planteado programas, experiencias y medidas aisladas; muchas de ellas reiterativas y obsoletas y con una visible carga política e ideológica. De hecho, en las elecciones pasadas, ninguno de los partidos propuso un programa coherente, una política económica seria y menos un modelo que responda a los nuevos desafíos del país.

Es probable que el problema esté en la insistencia por seguir el ciclo de alternancia de modelos, ideados sucesivamente por marxistas, liberales, mercantilistas y socialistas, que estudiaron un mundo que ya no es el que vivimos, y que lo interpretaron con categorías que ya no alcanzan para solucionar el presente complejo ni para enfrentar el futuro incierto. Sus recetas están desfasadas porque ya no existen modelos puros y porque la economía ha encontrado su propio camino, por encima de las ideologías, tomando lo que le sirve de ambos extremos.

El capitalismo más radical no subsiste sin políticas sociales, intervención del Estado ni derechos humanos; el socialismo más extremo no puede sustraerse de la inversión privada, el emprendedurismo individual y el comercio exterior, y ninguno de ellos puede desentenderse del problema medio ambiental, la igualdad de género, la globalización o la crisis del sistema político representativo. Basta analizar el sincretismo ideológico de China o Alemania, donde la discusión no es por la supremacía de la izquierda o la derecha, sino por la eficiencia y el crecimiento con bienestar.

El debate sobre la mayor o menor presencia del Estado en la vida ciudadana, resulta ya insulso tras la experiencia de la pandemia, donde el poder estatal tomó el control en todo el mundo, limitó derechos y paralizó la economía, con la buena aprobación de las sociedades.  En la misma lógica, tampoco se puede discutir el protagonismo central que tendrá el sector privado en el futuro, tras la evidencia que el colapso sanitario solo pudo ser controlado por empresas que proveyeron atención y medicamentos, y desarrollaron vacunas, ante la insuficiencia del sector público.

Otro de los grandes problemas de los modelos clásicos es que se crean para dividir, porque parten de la negación del otro, como base de construcción de su propia existencia. Bajo el MESCP, por ejemplo, el gobierno, llega al extremo de rechazar cualquier espacio de diálogo y concertación con los empresarios privados, aunque de ellos depende el empleo, los impuestos y en definitiva el propio desarrollo.

Aquí no se pretende negar la necesidad de construir propuestas que conformen un modelo económico, lo que se cuestiona es que se quiera repetir el ciclo de las recetas extranjeras y extemporáneas, y que, a los planes y visiones políticas e ideológicas de partidos y sectores, se los promueva como modelos económicos. 

Cuando la humanidad se debate en una profunda incertidumbre, amenazada por guerras y pandemias globales, carestía de alimentos, crisis energética y catástrofes climáticas, y cuando nuestros países vecinos ya sufren las crisis que invariablemente nos afectarán, mantenernos en el círculo perverso del debate ideológico, en lugar de pensar entre todos, en soluciones prácticas, eficientes y oportunas, refleja la poca capacidad y compromiso de nuestros líderes, pero ante todo prolonga el retraso, la dependencia y la indefensión de nuestra economía.


Ronald Nostas Ardaya

Industrial y ex presidente de la CEPB

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