Está próxima a cumplir los 92 años, pero luce una fortaleza y vivacidad que encantan. Nació en Tarija, de padre austriaco y de madre paceña. Hace 10 años vive en Santa Cruz

24 de noviembre de 2020, 7:15 AM
24 de noviembre de 2020, 7:15 AM

Dicen que los tarijeños son bastante tranquilos, aunque en esta historia vamos a recordar a alguien que rompió la regla, una mujer que al mando de coches de carrera demostró que ellas también pueden estar presentes en competencias automovilísticas y equipararse con los grandes del mundo tuerca, en una época en que el automovilismo deportivo era pasión de multitudes.

Nos referimos a Ana Meyer de Quintanilla, una mujer que estuvo presente en varias competencias en la década de los años 60 al 70 del siglo pasado, dejando una huella imborrable en el automovilismo nacional.

Una historia singular de una dama que hasta ahora, y con 92 años, demuestra una vitalidad poco común, pero que en su caso es una bendición para sus familiares y sus conocidos.

Nació el 3 de febrero de 1929. De padre austriaco, Rodolfo Meyer, y de madre boliviana, María Luisa Ayala. De meses se fue a vivir a La Paz con unas tías y luego a estudiar a la Argentina hasta sus 12 años, cuando luego retornó al país.

“Aprendí a manejar en las faldas de mi papá, a los 12 y 13 años, aunque no alcanzaba los pedales. Nosotros vivíamos en Cala Cala, a 25 kilómetros de Oruro, donde mi padre tenía un negocio de alcoholes y recorríamos todos los días hasta la ciudad capital, en una camioneta Studebaker”.

Dice que a los 17 o 18 años años sabía manejar bien y lo hacía acompañada de su padre, viajando de La Paz a Tarija, a Oruro y Cochabamba en unos caminos de tierra, peculiares en ese tiempo.

En competencia

Doña Ana Meyer dice que un tiempo después conoció a un oficial de la Policía, Roberto Quintanilla, con el que se unió en matrimonio. “Fue lo mejor que pude tener, un hombre íntegro y por eso estoy así ahorita, por él”, asegura, al señalar que su esposo murió en 1971.

“Una vez en Oruro vi un Buick Roadmaster que me gustó mucho y le dije a mi marido que me gustaría tener un auto así. A los pocos meses, y para mi cumpleaños, estaba el auto en la casa. Se lo había comprado al agregado militar de la embajada de EEUU que había cumplido su misión en el país”.

“Una vez en una reunión en la Policía me dijeron unos colegas de mi marido si no me animaba a correr y yo les dije por qué no, y ‘Toto’ Quintanilla me dice estás loca, cuántos hijos tienes, le contesté: ‘Tres y...te propongo una cosa, hagamos una carrera, si ganó corro y si tú me ganas, ahí queda todo’. Corrimos 25 kilómetros y le gané...o se dejó ganar, no lo puedo saber hasta ahora”.

Eran tiempos en que ya brillaban Óscar Crespo, Dieter Hubner y otros grandes del automovilismo. La Doble Oruro de 1960 la vio partir desde la plaza Murillo de la ciudad de La Paz pasando por El Alto con llegada a la capital orureña y al otro día la vuelta. Al final llegó en tercer lugar.

Luego vino la Doble Viacha, donde también ocupó el tercer puesto.

Después participó en el Circuito San Cristóbal, entre 1963 o 1964, una competencia temida por el polvo que tapaba la visibilidad y en la que corrió con el auto de Willy Bendek, que era un gran amigo de su marido; ahí también quedó tercera, a unos segundos de Dieter Hubner.

“Creó que me compré los terceros lugares”, asegura ahora doña Ana, una mujer de mucho temple y coraje.