América Latina y el Caribe continúa siendo la región más violenta del planeta
A pesar de los avances y progresos en muchas áreas
Entre 2004 y 2014, la mayoría de los países experimentó tasas de crecimiento anual cercanas al 4%, las tasas de pobreza disminuyeron y los ciudadanos de la región se volvieron más saludables y alcanzaron un mayor nivel de estudios. De hecho, el objetivo de desarrollo del milenio de reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, la proporción de personas que viven con menos de $us 1,25 al día se alcanzó en 2008, siete años antes.
En contraste con estos avances positivos, el crimen aumentó. América Latina y el Caribe (ALC) sigue siendo la región más violenta del planeta. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha considerado que el crimen y la violencia en la región se encuentran en niveles epidémicos.
En ella habita el 9% de la población mundial, pero se registra cerca del tercio de los homicidios de todo el mundo, lo que la convierte en la región más violenta del mundo sin tener en cuenta las zonas de guerra. Seis de cada diez robos en la región involucran violencia y el 90% de los asesinatos no son resueltos. Sus prisiones se han convertido en las más abarrotadas del mundo.
A pesar de la gravedad de este problema, los costos que la delincuencia y la violencia imponen a la región han comenzado a recibir atención sistemática solo hace muy poco. Las contribuciones a este volumen responden a esta preocupación, presentando evidencia consistente sobre los costos del crimen y la violencia en 17 países de la región.
Los costos del crimen afectan de manera diferente a víctimas y delincuentes. Becker (1968), Stigler (1970) y Ehrlich (1973) demuestran las consecuencias del crimen en el bienestar de las víctimas potenciales en función de la probabilidad de victimización, la cantidad de bienes perdidos y los gastos en seguridad pública y privada y el sistema de justicia.
Las pérdidas de bienestar para los delincuentes, en cambio, son una función del esfuerzo que estos dedican a sus actos delictivos, y la probabilidad y severidad del castigo potencial, los costos de pérdida y oportunidad incurridos (monetarios o de otro tipo) debidos a la captura, y los gastos en la policía y el sistema de justicia.
Luego, estos autores calculan las pérdidas agregadas de bienestar social asociadas con el crimen, como la diferencia en el bienestar total esperado de las potenciales víctimas y delincuentes en los escenarios "sin crimen" versus "con crimen".
En este contexto, el problema típico que enfrenta un gobierno es cómo asignar el gasto a la prevención del delito y el castigo de una manera que minimice la pérdida social.
Hay varios enfoques para medir los costos del crimen. El más común es el método contable, que es el que se emplea en la mayor parte de este volumen. Existen dos metodologías adicionales, la valoración contingente y los precios hedónicos, que estiman los costos de la delincuencia como un todo (ver Soares, 2015 y Jaitman, 2015, para una discusión de estos métodos).
El método contable es muy exigente en términos de datos comparables, pero captura una parte de los costos totales del crimen (costos directos y en parte indirectos), por lo que los resultados pueden interpretarse como estimaciones más bajas o conservadoras.
Este cuantifica los costos incurridos y las pérdidas experimentadas en las economías que no se observan en ausencia del crimen y luego los utiliza para representar las pérdidas directas de bienestar para los ciudadanos.
Este volumen emplea el método contable de manera sistemática en 17 países; es la primera vez que dicha metodología se aplica de manera comparable en múltiples países. Debido a significativas limitaciones en los datos, las estimaciones toman en cuenta los costos indirectos (como por ejemplo, el esfuerzo de mano de obra que se resta a los criminales encarcelados) pero no incluyen los costos intangibles.
La información sobre los costos del crimen recopilada en este estudio es, por sí misma, de gran interés para los encargados de formular políticas, y es la primera vez que abarca 17 países, con rigurosos controles de comparabilidad.
Además, proporciona un medio razonablemente robusto para comparar los costos del crimen sobre el bienestar entre los países y en el tiempo. Es decir, cuando se informa que los costos del crimen son más altos en un país que en otro, es posible afirmar con cierta confianza que los costos de bienestar del crimen son también más altos. Sin embargo, hay ciertas advertencias a esta conclusión.