El príncipe de Edimburgo es el esposo de la Reina Isabel II de Inglaterra. Conocido por no respetar el protocolo y no tener pelos en la lengua para decir sus verdades

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9 de junio de 2016, 9:39 AM
9 de junio de 2016, 9:39 AM

El príncipe Felipe de Edimburgo, que este viernes cumple 95 años, ha pasado más de medio siglo a la sombra de su esposa, la reina Isabel II, con gran lealtad y propensión a las meteduras de pata.

Su cumpleaños coincide con la gran ceremonia en honor del 90º aniversario de la reina que tendrá lugar en la catedral de Saint Paul, una ironía que simboliza el protagonismo secundario de este hijo de la realeza griega, heredero de una línea patriarcal y patricia.

Si su mujer ostenta el récord de longevidad en el trono, él es el príncipe consorte que más años ha ostentado el honor. Lo es desde 2009, cuando superó a Carlota, la esposa de Jorge III.

El cumpleaños se conmemorará con 41 salvas de cañón desde Hyde Park, el viernes a mediodía, y otras 62, una hora más tarde desde la Torre de Londres.

Una roca a la que agarrarse

"Es mi roca. Ha sido mi fuerza y mi sostén", dijo en 2011 la reina, poco inclinada a las muestras de cariño en público.

Ese año, el duque de Edimburgo cumplió 90 años y soltó: "Es mejor desaparecer que alcanzar la fecha de caducidad".

Su principal valor es ser "el único hombre del mundo en tratar a la reina como un ser humano, de igual a igual", afirmó una vez Lord Charteris, exsecretario privado de Su Majestad.

Alto y tieso, ligeramente alejado cuando lo exigía el protocolo, Felipe asumió con mejor o peor disposición su papel secundario en el reinado.

Según admitió, le hicieron falta años de tanteo y aprendizaje hasta encontrar su lugar a la sombra de la reina y en el corazón de los británicos, pero ahora disfruta de un índice de popularidad alto, como su esposa.

Una tribu de Vanuatu llegó a venerarlo como una divinidad ligada a los espíritus del volcán Yasur.

Sin pelos en la lengua

Su temperamento es efectivamente volcánico, sin ninguna consideración por lo políticamente correcto, aunque en los últimos años se ha calmado.

"¿Lograron que no los comieran?", preguntó a un joven británico que venía de viajar por Papúa Nueva Guinea en 1998.
"Ustedes tienen mosquitos, yo tengo periodistas", dijo en Dominica en 1966 -luego los compararía a los monos de Gibraltar.

En Australia en 1960, un tal Robinson lo abordó y le confió: "Mi esposa, doctora en filosofía, es mucho más importante que yo".

"Tenemos el mismo problema en mi familia", le respondió el duque.

En otra ocasión, un niño le confesó que quería ser astronauta y el duque le respondió que estaba demasiado gordo para volar.

Cuando se le preguntó si le gustaría visitar la Unión Soviética, dijo: "Me encantaría visitar Rusia, aunque esos cabrones asesinaron a la mitad de mi familia" (en alusión a la suerte de los Romanov).

A un profesor de conducción escocés de Oban, le preguntó: "¿Cómo te las arreglas para mantener a los nativos lo suficientemente lejos de la bebida para aprobar el examen?".

Su entorno le oyó maldecir mil veces su suerte, gruñir contra la pérdida de valores, o contra las locuras de sus cuatro hijos en los años 80, y hasta contra "los malditos chuchos" de la reina, siempre pegándosele a las piernas.

"La gente tiene la impresión de que al príncipe Felipe no le importa nada lo que piensen de él, y tienen razón", dijo el exprimer ministro Tony Blair en sus memorias.

¿Una infancia traumática?

De ascendencia alemana, el duque nació príncipe de Grecia y de Dinamarca, el 10 de junio de 1921 en la isla griega de Corfú. Es el quinto hijo de Alicia de Battenberg y Andrés de Grecia. La familia huyó meses después, cuando se proclamó la república helénica y se refugió cerca de París.

El padre era asiduo de los casinos de Montecarlo. La madre, depresiva, ingresó en un convento. Felipe tenía 10 años. Dejado en manos de parientes lejanos, frecuentó colegios en Francia, Alemania y Gran Bretaña hasta terminar en un austero internado escocés.

Ingresó luego en la Marina Real británica y participó activamente en los combates durante la Segunda Guerra Mundial en el océano Índico y en el Atlántico.

Era un apuesto joven de 18 años cuando conoció a Isabel antes de la guerra. Lilibet, como la apodaba su madre, tenía 13 años y se enamoró. Se casaron ocho años más tarde, el 20 de noviembre de 1947. Felipe, nombrado duque de Edimburgo, tuvo que renunciar a sus títulos de nobleza anteriores y a su religión ortodoxa.

En febrero de 1952, la muerte prematura de su suegro, el rey Jorge VI, marcó el fin de su carrera de oficial en la Marina e inauguró la de príncipe consorte.