The New York Times publica el conmovedor relato de una violación y posterior interrupción del embarazo de una niña justo el día en el que el futuro del aborto en EEUU llega al Supremo en un caso decisivo

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1 de diciembre de 2021, 10:39 AM
1 de diciembre de 2021, 10:39 AM

“Fue en la madrugada de mi décimo cumpleaños cuando mi padre me violó por primera vez. No sería la última. El impacto fue tan extremo que me quedé temporalmente ciega antes de comenzar las clases de quinto grado. Cuando comenzó el año escolar, mi padre me llevó a ver un montón de médicos y una simple explicación médica encubrió el trauma causado en mi cuerpo por su violencia sexual”.

Este contundente relato pertenece a una opinión publicada el martes en The New York Times y difundido por La Vanguardia. Lo firma Michele Goodwin, profesora de derecho en la Universidad de California y autora del libro Policing the Womb: Invisible Women and the Criminalization of Motherhood (Vigilando el útero: Mujeres y la criminalización de la maternidad).

El artículo sale a la luz porque este miércoles el Tribunal Supremo de EEUU, con mayoría conservadora, empieza a examinar un caso de Mississippi que puede afectar a cómo las estadounidenses pueden abortar en todo el país, prohibiéndoles interrumpir el embarazo después de 15 semanas de gestación.

“Lo que está en juego en este caso es importante para las innumerables niñas y mujeres que han sido violadas, incluidas aquellas que, como yo, fueron violadas por un padre, un tío u otro miembro de la familia”, señala Goodwin en el diario neoyorkino.

La profesora de la Universidad de California relata en su artículo algunas de las secuelas que le dejaron los abusos de su padre. “El sufrimiento fisiológico que soporté incluyó migrañas severas, pérdida de cabello e incluso canas a los 10 años. Mientras que otras chicas quizá anhelaban la pubertad, yo detestaba la idea. Mi cuerpo se convirtió en algo que ya no era mío. Me lo habían quitado. Vivía con miedo a la noche y a los pasos fuera de la puerta de mi dormitorio”.

Las violaciones del padre de Goodwin, según relata, “se escondían detrás de la riqueza, el estatus social y su actuación como un padre comprometido y atento”. “Asistí a escuelas de élite en Nueva York, estudié ballet en una academia de renombre y tomé clases privadas de violín y tenis. Mi padre nunca se perdió una conferencia en la escuela. Sin embargo, ese barniz de normalidad contradecía la violencia familiar íntima que había comenzado años antes con el abuso físico de mi madre. A veces era tan violento que la hospitalizaban”, prosigue.

“A los 12 años, estaba embarazada de mi padre y tuve un aborto. Antes de llegar a la consulta del médico no tenía ni idea de que estaba embarazada. Mi padre mintió sobre mi edad y las circunstancias de mi embarazo. Le dijo al médico que tenía 15 años y que había sido imprudente con mi novio. Mi padre negó con la cabeza y le explicó al médico que estaba haciendo todo lo que podía como padre soltero (mis padres se habían divorciado), pero que yo estaba fuera de control. Ambos hombres parecían expresarme su desprecio”, señala Goodwin. Y concluye que “la vergüenza” la acompañó muchos años, como si ella hubiera sido una “niña negra alocada e hipersexualizada”.

“Mi vergüenza nunca fue por el aborto. Siempre estaré agradecida de que se interrumpiera mi embarazo. Tengo la suerte de que mi cuerpo se salvó de un trauma adicional impuesto por mi padre, uno que hoy sería forzado por algunas legislaturas y tribunales estatales”, explica. Goodwin se fugó de casa a los 15 años con 10 dólares en el bolsillo. Estuvo trabajando como limpiadora de la casa de una pareja y con lo poco que ganaba comía lo que podía y vivía en un ático sin terminar. Llevó el caso a los tribunales y ganó. Hoy es profesora de derecho que enseña derecho constitucional y bioética en California.